Capítulo 31

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Una semana más tarde, Darien le hizo el amor a Serena encima de las mantas con las cortinas de la cama cerradas. Estaban rodeados por terciopelo, envueltos por la oscuridad y él mismo se abandonó a los sentidos; tacto, olfato, gusto y sonido. Se perdió en el éxtasis de su boca, con la hábil caricia de su lengua arriba y abajo deslizándose por su cuerpo, erigiendo sus pasiones y el sonido de los gemidos hambrientos de Serena, mientras devoraban sus deseos sin límites.

Simplemente no se cansaba de ella.

Cerró los ojos, deslizando las manos entre sus sedosos mechones de pelo y se preguntó si algún día sería posible que ella pudiera alejarse de ese infernal abismo negro de la muerte. La semana pasada, no tuvo sueños violentos, casi parecía posible que pudiera seguir así; que pudiera vivir el resto de su vida alejado de esa desgracia, o que se mereciera este placer.

El sexo esa noche fue como si hubiera estado rodeado por una nube, y cuando logró abrir los ojos, ella descendía sobre él en la oscuridad, sentándose a horcajadas sobre él, envolviéndolo con su estrecho y exuberante calor. El aroma embriagador de su amor llenaba sus sentidos. Él gimió mientras ella empezaba a moverse. Sostuvo sus pequeñas caderas entre sus manos, sintió el cabello de ella cubriendo su cara y empujó hacia arriba para deleitarse en cada vigoroso y latiente impacto de sus cuerpos que se unían.

Después, tras una serie de clímax explosivos, se tumbó débil y saciado, en la cama boca abajo, como un muerto. Serena le cubrió con su cuerpo. No pesaba casi nada, pero sintió la presión de sus pechos en sus omóplatos y se deleitó en la tranquila ensoñación. Era como una especie de trance. Puede que incluso se hubiera quedado dormido. No estaba seguro. Todo lo que sabía era que cuando abrió los ojos y sintió el calor de su cuerpo sobre su espalda, no podía dejar de pensar en el sueño...

Parpadeó unas cuantas veces, luego dijo en voz baja.

—Sabes que él va a venir.

—¿Quién?

—Diamante. Él no va a dejarlo pasar. —Darien hizo una pausa—. ¿Qué harás cuando lo veas?

—Ella se tomó mucho tiempo para responder y Darien sitió el miedo en su estómago.

—Nada —dijo al fin—. Ya no estamos comprometidos.

Darien consideró esa cuidadosa..., más bien esquiva respuesta.

—Si viene aquí y trata de recuperarte, no puedo garantizar que seré civilizado.

—Pero prometiste no hacerle daño, Darien. Tenemos un acuerdo. Dejarás su destino en manos de los tribunales.

Se humedeció los labios y luchó para reprimir la ira que sintió ante el deseo de ella de proteger a su antiguo prometido. ¿Acaso todavía se preocupaba por Diamante? ¿O había algo más? ¿Era a él a quién estaba intentando proteger, retirándolo del precipicio hacia el infierno?

—Sí. No voy a faltar a mi palabra —dijo—. Pero quiero que veas cómo es realmente.

Se quedó callada durante mucho tiempo.

—¿Por qué?

—Para que no te arrepientas de la decisión que has tomado a la hora de elegir marido.

Allí estaba. La verdad.

Ella se separó de él y se sentó. Darien sintió la suave caricia de sus dedos por la espalda, rozando sus cicatrices. Siguió tendido boca abajo, de espaldas a ella, mirando hacia la oscuridad.

—No me arrepentiré —dijo—, si cumples tu palabra. A pesar de la forma en que comenzamos, Darien, veo bondad en ti, y te deseo. Ya lo sabes. Desde que llegamos aquí, e incluso antes, has demostrado de muchas maneras que eres un hombre de honor y creo que con el tiempo confiaremos más el uno en el otro y nos cuidaremos incondicionalmente. Al menos eso es lo que espero que suceda.

—Creo que aún no me conoces, muchacha —dijo Darien—No sabes las cosas que he hecho.

Él no había olvidado nada de eso. Ni un solo detalle.

Ella dudó.

—Preferiría dejar eso atrás y empezar de nuevo. Eres el conde de Moncrieffe y yo pronto seré tu condesa. Pensemos en eso y seamos optimistas respecto al futuro. El resto se encuentra en el pasado.

Él reflexionó sus palabras durante mucho tiempo, mientras ella le masajeaba la parte baja de la espalda. Eso le relajó, le daba ganas de dormir.

—¿No te preocupa mi naturaleza violenta? —preguntó cuidadosamente.

—Quizás, a veces —admitió ella.

A veces... Si fuera prudente, se preocuparía por ello cada minuto del día. Porque él desde luego lo hacía.

Unos días más tarde, Serena y Esmeralda tomaron el carruaje para ir a la aldea, para llevarle un pastel de cereza a la Sra. Logan, la esposa del molinero, que poseía un talento inusual para hacer arreglos florales y se había ofrecido a decorar la capilla para los próximos esponsales del conde.

Sin embargo, mientras la mujer hablaba de flores de colores y floreros de cristal, Serena apenas podía concentrarse en la conversación porque estaba distraída pensando en Darien y lo que ocurrió en la cama la otra noche, cuando él le había revelado su preocupación de no ser capaz de resistirse a matar a Diamante, cuando viniese al castillo a recuperarla.

Ella no quería que Darien sufriera por esas dudas.

Quería ayudarle a ver que era un hombre bueno y que podría dejar atrás su pasado. Él no era como su padre. Ella sabía que Darien no era así.

Una llamada a la puerta interrumpió sus pensamientos, así como la presentación de las flores de la Sra. Logan.

Un poco nerviosa por la intrusión, la Sra. Logan se levantó de la silla para ver quien llamaba. Era un guarda del castillo, alto y de hombros anchos que entró. Llevaba el tartán MacLean y su mano se apretaba con impaciencia en torno a la empuñadura de la espada.

—Tengo órdenes —dijo—, de acompañar a Lady Serena de regreso al castillo inmediatamente.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó ella, sintiendo una oleada de pánico mientras se levantaba. Josephine también se levantó.

—Sí, milady. La milicia Moncrieffe ha vuelto con las casacas rojas.

Tomó aliento rápida y bruscamente.

—¿Quiere decir que el Coronel Diamante está aquí?

—Sí. Voy a viajar en el interior del carruaje con usted y no voy a perderla de vista hasta que esté segura en la galería de la torre del homenaje.

Se acercó a la puerta y vio a más de veinte miembros del clan montados, esperando fuera, llevando escudos, espadas y mosquetes. Parecía que tenía su propio ejército personal de defensores.

Se volvió a meter en la cabaña del molinero.

—Sin duda esto es innecesario. El teniente coronel es mi antiguo prometido y no estamos en guerra con su regimiento, ¿verdad? Sin duda, sólo desea hablar con Lord Moncrieffe y asegurarse de que todo está bien.

Al menos esperaba que ese fuera el caso y esperaba que Darien convenciera a Diamante de ello. Entonces Diamante podría seguir su camino. Decepcionado por su rechazo, sí, pero con vida.

El alto Highlander se encogió de hombros.

—No me corresponde decirlo a mí, milady. Solo estoy cumpliendo órdenes. Quiero verla de vuelta en el castillo sana y salva.

Ella irguió los hombros.

—Por supuesto. —Se volvió a la mujer del molinero—. Le pido disculpas, Sra. Logan. ¿Podríamos continuar con esto otro día?

—Mi puerta siempre estará abierta para usted, milady. —La mujer hizo lo posible por aparentar serenidad, pero sus mejillas estaban rojas.

Poco tiempo después, Serena y Esmeralda estaban sentadas dentro del carruaje con el alto Highlander situado frente a ellas. Él mantuvo la mirada fija en la puerta en todo momento.

Mientras el pesado carruaje retumbaba a lo largo de la carretera, nadie dijo nada de nada. La tensión en el interior del coche era palpable. Fuera estaban rodeados por un contingente de feroces guerreros Highlanders a caballo y parecía como si se dirigieran directamente al corazón de una batalla ya en marcha. 

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora