Capítulo 6

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Andrew MacDonald se balanceó fuera de la silla de montar y aterrizó de un golpazo sobre el suelo. Su melena plateada, desaliñada y mojada, cayó sobre su frente, y su caballo se alejó trotando hacia los pastizales más altos. —Maldito seas, Darien —dijo Andrew—. ¿Qué estaba pasando por tú maldito cerebro? — Hemos estado rastreando a Diamante buena parte del año. Pensé que teníamos la misma opinión.

—Estábamos. —Darien llevó a su caballo a un cubo de agua, en las afueras de la entrada de la cueva. —No abandoné el plan —explicó a Andrew, su amigo más íntimo, un intrépido guerrero que había salvado su vida en batalla más veces de las que podía contar—. Pero Diamante no estaba donde se suponía que debía estar. Es la única razón por la que todavía vive. Darien se volvió y enfrentó Andrew. Andrew lo observó fijamente por un largo y duro momento antes de volverse de cara hacia la colina de piedra y pusiera una mano cicatrizada sobre el granito. Habló tranquilamente, con su voz cargada de frustración: —Quería su cabeza esta noche. —¿Y crees que yo no? —replicó Darien —. ¿Cómo crees que me sentí cuando levanté mi hacha y miré hacia abajo para encontrarme con una mujer inocente? Andrew se alejó de la piedra.

—No tan inocente, si está comprometida con ese cerdo. — Dijo Andrew

—Puede ser. — Darien sintió una punzada de irritación ante la simple mención del compromiso de la mujer, inquietándolo. Ella había despertado algo en él desde el primer momento. Se había quedado mudo por sus penetrantes ojos azules, y por su audaz y estúpido valor. Había pasado demasiado tiempo estudiando la lujuriosa curva de sus pechos y su ardiente cabello rubio. Lo había desequilibrado, y esa clase de debilidad no era una opción. No ahora, cuando habían llegado tan lejos. Simplemente no podía darse el lujo de distraerse.

—¿Puede ser? Ella es inglesa, Darien. —Me miraba como si yo fuera escoria de estanque y ella la maldita reina de Inglaterra.

—Es orgullosa —contestó Darien. — Levantó la pesada silla de montar de su caballo y la dejó en tierra.

—. Eso es porque es la hija de un gran hombre. Lo conoces como el duque de Winslowe. —Intencionalmente miró a Andrew—. Seguramente lo recuerdas. Dirigió el regimiento de Sherrifmuir. Los ojos de Andrew se ensancharon

—¿El duque? ¿A quién mi padre casi asesina en el campo de batalla? — Pregunto Andrew

—El mismo. —Darien pasó las palmas de sus manos sobre los costados de su caballo, limpiando la fresca y húmeda espuma, mientras intentaba no pensar en la hija del famoso coronel que estaba esperándolo dentro de la cueva. Andrew silbó.

—Ahora veo por qué le permitiste vivir... de momento. —Desconcertado frunció el entrecejo—. ¿Pero planea casarse con Diamante?

—Sí. Por eso estaba en Fuerte William... evidentemente soñando con sus próximas nupcias cuando estuve a punto de arrancarle la cabeza. Andrew se paseaba de un lado al otro frente a la entrada de la cueva.

—¿Habrá amor entre ellos? Seguramente no. — Dijo Andrew

—Ella asegura que sí. —Dijo Darien, mientras en su mente se pregunta ¿Se lo habrá follado?

Darien respiró profundamente frustrado. No tenía ninguna respuesta a esa pregunta, porque un compromiso matrimonial con el animal de Diamante no tenía ningún sentido para él. Andrew se puso de frente a Darien.

—¿Crees que sabe lo que su prometido le hizo a nuestra Michuri? ¿No crees que ella lo pudo haber incitado a ello, ¿no? ¿Debido a lo que mi padre intentó hacerle al suyo en el campo de batalla? — Cuestiono Andrew —Era un pensamiento ciertamente inquietante, seguramente imposible, pero Darien le dio la justa consideración antes de agitar la cabeza.

—No, creo que no. Ella no me parece del tipo sin escrúpulos.

—¿Entonces cuál es la atracción? —preguntó Andrew—. ¿Por qué está con Diamante? Por lo menos era fácil imaginar lo que había llamado la atención de Diamante. No sólo Lady Serena era la hija de un duque, proporcionándole las más altas conexiones sociales, también era hermosa más allá de lo que podía imaginarse. Darien se encontró evocando las imágenes de lo que había ocurrido entre ellos en el campo, cuando la tenía de espaldas, retorciéndose y frotándose contra él. Lo había provocado a un grado tan sorprendente, que había gastado cada gramo del autocontrol que poseía para no tomarla en ese mismo momento. Era difícil decir lo que podría haber ocurrido si Andrew y Nephrite no hubiesen llegado cuando lo hicieron, aún estaba hambriento de ella.

Centrando su atención en la tarea de acicalar la capa de Turner, recordó que no debería estar pensando de esa manera sobre su prisionera, debía evitar tales pensamientos en el futuro. Ella era un objeto para él. Era su enemiga y su carnada, nada más. No podía olvidarse de eso.

—No lo sé —dijo—. Pero tengo la intención de averiguarlo. Andrew se acercó a la cueva y miró hacia el interior. —¿Entonces qué? ¿Ojo por ojo? —Dijo Andrew — Los intestinos de Darien se revolvieron. Era un sucio asunto, y lo odió.

—No lo he decidido todavía... —Dejó su caballo pastando—. Ve a esperar a los otros en la colina. Necesitaré algún tiempo a solas con ella

—¿Cuánto tiempo? — Pregunto Andrew

—Unas horas por lo menos. — Sentía la mirada de Andrew en su espalda cuando entró en la oscuridad de la cueva.

—¿Para hacer qué, Darien? —Ya te lo he dicho, todavía no lo sé. Pero estoy cansado e irritable, así que déjame en paz hasta que lo averigüe.

Mientras tanto...

En el Fuerte William. —¡El Coronel Diamante regresó! —se escuchó decir, y se produjo un torbellino de actividad. Dirigiéndose hacia el cuartel del Coronel Worthington, Diamante se quitó los guantes y se sacó el casco de la caballería. Su sable rebotaba contra su muslo mientras caminaba con el único propósito de abordar a Worthington, tenía noticias que reportar. Había quemado otra cabaña de un granjero dónde encontró mapas, armas, y cartas de varios y conocidos jacobitas. Un momento después, Diamante fue recibido por su comandante. No obstante, no estaba listo para la inquietante imagen que encontró cuando entró por la puerta. El canoso duque de Winslowe, estaba sentado en una silla, bastante desconcertado—Gracias a Dios está de regreso —dijo Worthington.

— Algo terrible ha ocurrido, y tendremos que depender tanto de su discreción como de su voluntad para arreglar las cosas, Diamante.

—Tiene mi máxima cooperación, Coronel Worthington. — Dijo Diamante

—Se trata de Lady Serena. — Worthington hizo una pausa, y Richard tragó con fuerza, preparándose para las noticias que el coronel parecía reacio a informarle.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está mi prometida? — El comandante respiró profundamente

—Su prometida fue secuestrada ayer en la noche. —dijo Worthington

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora