Capítulo 37

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Cuando Darien volvió al castillo, era de noche. Cruzó el puente a pie, llevando a Turner atrás, y se lo entregó a un mozo fuera de los establos.

Entró al castillo y fue directo a su dormitorio, pero lo encontró cerrado con llave. Golpeó y oyó que Serena contestaba.

― ¿Quién es?

Hacía más de trece horas que le había dicho que se encerrara con llave. Se pasó las manos por el pelo, disgustado consigo mismo.

―Soy Darien. Puedes abrir la puerta ahora, muchacha.

La cerradura sonó, la puerta se abrió, y Serena voló a los brazos de Darien. Llevaba una bata blanca, y su pelo despeinado estaba húmedo y lo tenía suelto. Olía a agua de rosas.

―Gracias a Dios que estás bien. Nadie sabía dónde estabas.

Él le tomó las muñecas del cuello, llevándolas frente a él.

―Estoy bien, muchacha.

Lo dejó entrar. El fuego estaba bajo, envolviendo la habitación en una cálida luz dorada.

Había una bañera frente a la chimenea. Al menos su criada había venido y se había ido.

― ¿Ya encontraron a Diamante?

Darien había tenido todo el día para considerar como responder a esa pregunta. Al final, la honestidad era la única opción. La cabeza de Diamante pronto llegaría al Castillo Kinloch... quedaba a sólo dos días de cabalgata de aquí... y las noticias de su muerte se esparcerían rápidamente. No había ninguna posibilidad de esconder lo que había pasado. No de ella.

―No, no lo encontraron ―respondió Darien―La milicia todavía lo está buscando, junto con los hombres de Worthington.

Antes que Darien pudiese decir algo más, fue hacia él, lo abrazó por la cintura, y puso la mejilla en su pecho.

―Oh, Darien, te echaba tanto de menos. Estaba muy preocupada. Tenía miedo de que nunca volvieses.

Se quedó inmóvil, desconcertado, mientras ella le sacaba la camisa del tartán y del cinturón de piel. La levantó dejándole el pecho al descubierto y se quedó observando los músculos y las cicatrices. Poco después sus suaves labios rosas, le rozaban la piel. Su respiración húmeda le dio un escalofrío, y perdió todo interés en la conversación, a pesar que había mucho más que decir.

Sabía que debía detenerla, pero no pudo. Necesitaba esta sensación física para salir de ese extraño vacío en que había estado flotando todo el día.

Ella se arrodilló frente a él y deslizó las manos bajo su tartán. Todo el tiempo mantuvo su vista fija en la de él, mientras le acariciaba los muslos.

Darien cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, mientras ella lo tomaba en la boca. El placer erótico lo inundó totalmente.

El caos de su vida se disolvió en el calor lujurioso y mojado de su boca, y en el éxtasis que circulaba por sus venas. Ella lamía y chupaba sin descanso, hasta que no pudo permanecer más de pie. La tomó y la levantó en sus brazos y la llevó a la cama.

Con un movimiento veloz, se quedó sobre ella, necesitando hacerle el amor como nunca antes. La besó intensamente, empujando sus musculosas caderas, ansiosas, entre las de ella. En seguida apartó la camisola de Serena y su propio tartán.

Apoyándose en un codo, él miró su erección pulsante y caliente, entre los muslos de ella. Todo lo que tenía que hacer era tocar con la punta de sus pasiones el centro sedoso de su esencia femenina y con un golpe firme, se perdería en su interior. Pero algo se lo impidió.

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora