Capitulo 38

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Ella lloraba por su tonto y dolorido corazón, por el loco amor que sentía por el hombre que había cometido ese brutal acto de salvajismo. Su decepción era inconmensurable, su angustia inconcebible. Todas sus esperanzas de una vida feliz aquí en Moncrieffe, una vida dedicada a su amante, a su alma gemela, se habían hecho trizas. Él no era el hombre que había creído que era. Había puesto demasiada fe en él, en su capacidad para sobreponerse a su carácter violento, e iniciar una vida de paz y diplomacia. Su ropa, su casa, su ingenio y su encanto, todo era una máscara que llevaba. Había engañado a su padre con esa máscara, tal como la había engañado a ella.

Ahora ella debía vencer y enterrar la pasión que aun sentía por él, la que no tenía sentido, después de que él acababa de confesarle. Ayer le había dicho que la pasión podía cegar a una persona. Estaba en lo cierto en ese punto. Cada vez que recordaba el placer que habían compartido en la cama, su corazón se rompía de nuevo.

¿La quería de verdad? se preguntó de repente. ¿O todo había sido por Michuri?

A la mañana siguiente, al amanecer, Serena escribió una carta de despedida a Esmeralda, junto con una breve nota a Darien, dejó ambas en su escritorio para que los sirvientes la encontraran, a continuación, salió del castillo y entró en el carruaje de su tío.

Sintió un escalofrió en el aire. Bocanadas de vapor salieron disparadas de las fosas nasales de los caballos, que movieron la cabeza y relincharon a la tenue luz de la mañana. Qué tranquilo y pacífico parecía.

Su tío se unió a ella unos minutos más tarde, con todo su equipaje y pertenencias, curioso por saber por qué se iban apresuradamente, sin despedirse de Darien. Ella le explicó que había roto el compromiso y no quería hablar de ello. Él entró en el coche, que rebotó con su peso, y no insistió por más explicaciones, al menos no todavía. La puerta se cerró detrás de él. Se sentía muy cansado. Le acarició la mano y dijo que iba a escuchar cuando ella estuviera lista para hablar de ello. Serena sólo pudo asentir.

El carruaje se alejó del castillo y no se atrevió a mirar atrás.

En el momento en que Darien abrió sus ojos a un rayo de luz cegador que entraba por la ventana, supo que la había perdido.

Por algunos medios inexplicables, había dormido toda la noche, pero fue una noche atormentada por sueños de cadáveres y sangre y el fuego abrasador del infierno ardiendo en su piel. Soñó con Serena también, que lo miraba desde un balcón mientras se hundía más y más en un mar de llamas bajo un cielo lleno de humo. Ella esperó hasta que se sumergió hasta el cuello en el fuego y luego se volvió y se alejó. Ella no miró atrás y él se quedo ahí mirando tras ella, flotando en las olas de fuego. Se sentó en la cama y se frotó la palma de la mano sobre su corazón. Había dolor, un dolor sordo en su interior, como un trueno lejano que rugía. Miró por la ventana, el sol estaba por salir.

Entonces vio la nota, una carta sellada, que se había deslizado debajo de la puerta en algún momento durante la noche o la mañana. De Serena, sin duda. Un agudo sentido de pánico se apoderó de él. Tragándose una oleada debilitante de temor, fue a recogerla:

Darien,

En el momento de que leas esto, me habré ido. Mi tío me lleva de vuelta a Inglaterra. Lamento tener que irme sin decir adiós, pero estoy segura de que es el mejor camino. No quiero volver a verte nunca. Por favor, honra mis deseos.

Serena.

Trato de respirar, pero sus pulmones se sentían apretados. Ella se había ido, y no quería que la siguiera. Nunca quería volver a verlo. No había esperanza de perdón. La ternura que había empezado a sentir por él ya no existía. Estaba muerta, aniquilada y él era el único culpable, pues fue él quien la había matado. Había matado su amor en una salvaje y sangrienta masacre. Había asesinado a alguien a quien había prometido perdonar.

Un hombre desarmado a sangre fría. Pero aun así, Darien no podía decidirse a lamentarlo. Incluso ahora, lo volvería a hacer. Él lo haría diez veces más para protegerla. Sacrificaría todo, su amor y toda felicidad presente y futura, para que ese monstruo vil nunca la tocara. Incluso si eso significaba no volver a verla.

Darien se acercó a una silla y se sentó, echó la cabeza hacia atrás y escuchó el tic-tac del reloj, mientras que todo dentro de él se quedaba en silencio e inmóvil.

—¿Vas a hablar conmigo, Darien?

Darien levantó la vista de su libro y vio a Andrew en la puerta abierta, esperando una invitación para entrar al estudio.

—Entra.

Andrew entró y se paró por un momento mirado alrededor de la habitación desordenada.

—Zafiro está preocupado por ti —dijo—. Como lo estoy yo. No has dejado estas habitaciones en cinco días.

Era cierto, pero había necesitado tiempo para pensar. Tiempo para meditar y reflexionar sobre su propósito en el mundo.

Darien cerró el libro y lo dejó a un lado, se levantó de la silla y se puso su abrigo verde de seda para la mañana. Se ajustó el encaje de las mangas, y luego se acercó a su viejo amigo.

—¿Tu padre recibió el paquete que envié?

—Sí y permíteme asegurarte, hubo un baile y una fiesta como ninguna otra. Deberías haber estado ahí, Darien. ¡Ojalá hubieses ido!

Darien se limitó a asentir.

—Pero tú no has estado celebrando —señaló Andrew, ajustando su tartán por encima del hombro.

—No, yo no.

Hizo un gesto a Andrew para que entrara en la habitación y le sirvió un vaso de whisky.

—Pero hiciste lo correcto, Darien. No pienses de otra manera, ni siquiera por un minuto. Diamante obtuvo lo que merecía. No te debes castigar a ti mismo. Te mereces una medalla. —Aceptó el vaso que Darien le tendió.

—No me arrepiento, Andrew.

— Voy a discutir ese punto, porque creo que lamentas la pérdida muy grande de la hija del coronel. —Vuelve a nosotros, Darien. Olvídate de la inglesa. Ella no era digna de ti. Estaba enamorada de ese gusano de Diamante, y lo defendió hasta el final. Puedes hacerlo mejor. Lo que necesitas es una chica escocesa, que te haga girar la cabeza y te recuerde que eres un guerrero orgulloso y fiel de las Tierras Altas. —Hizo otra pausa y respiró—. No te equivoques, yo amaba a mi hermana y estaré en deuda por lo que hiciste con su asesino, pero es el momento de los dos para seguir adelante. Recoge las armas de nuevo, Darien. Ponte tu tartán y lleva tu escudo con orgullo.

Darien frunció el ceño.

—Sé sensato, Darien. Usa la cabeza.

Una ola de ira se apodero de él y se quedó ahí.

—¿Cómo quieres que yo sea sensato? La mujer que quería como esposa me rechazó. Ella piensa que soy más monstruo que el cerdo violador y saqueador de Diamante. Por lo que sé, podría estar embarazada de mi hijo y nunca lo sabré.

Darien podía oír el sonido de su corazón latiendo en sus oídos. Tal vez Andrew lo podía oír también, porque dio un paso súbito hacia atrás.

—Y ya ni siquiera tengo mis armas —continuó Darien— Están en el fondo del lago Shiel.

—Maldita sea, Darien. ¿Qué están haciendo ahí?

Se pellizcó el puente de la nariz.

—No puedo decirte. Apenas puedo recordar, todo lo que sé es que me estaban pesando y probablemente me habría ahogado si no las hubiera dejado caer.

—Pelea, Darien. Es para lo que naciste. Vas a recuperar la cordura. Confía en mí, y ven conmigo hoy.

Darien apartó la mano de su amigo.

—¡No! Sólo me volveré más loco. No puedo hacerlo. Hay otras cosas que hacer.

—¿Qué estás diciendo?

Se enfrentó a Andrew.

—Estoy diciendo que es tiempo de retirar al Carnicero. Hice lo que me propuse hacer. Maté al hijo de puta que violó y mató a Michuri. Ahora he terminado. No voy a matar nunca más. 

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora