Capítulo 17

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El corazón de Serena seguía agitado en su pecho cuando vio al niño pequeño, de cabellos dorados con un tartán saliendo del interior de un tronco hueco. Ella miró a su alrededor para ver si estaba solo. El niño se incorporo mirándolos boquiabierto y horrorizado.

—¡Pensé que eran el lobo! —exclamó, y Serena vio el cuchillo en su mano. Tenía las mejillas manchadas de suciedad, el pelo enmarañado. Darien metió la espada en la vaina y avanzó

— ¿De qué lobo hablas muchacho?

—El que esta acechando el rebaño de mi papá. —Darien se detuvo a unos metros del muchacho.

— ¿Tu padre es un pastor? — Pregunto el

—Sí. Pero ya han pasado dos días desde que lo vi. — Dijo el niño

—¿Cómo te llamas? —preguntó Darien

—Elliott MacDonald.

El niño los estudió a ambos, sus ojos pasando rápidamente de uno a otro, entonces deslizó el cuchillo en la bota.

Darien se puso de pie.

—Tengo algunas galletas de azúcar en mi alforja. —Movió la cabeza en dirección a su caballo. Menos mal, el animal había regresado después de haberse asustado con las lanzas que pasaron zumbando junto a su cabeza. Estaba esperando en el árbol donde la lanza estaba alojada en la corteza.

Se sentaron en el pasto mientras ella hurgaba en las bolsas de cuero y sacaba las galletas que Beth le había dado esa mañana.

—Aquí tienes, Elliott —dijo ella ofreciéndole una.

El chico la tragó en un instante.

—Perdón —dijo—, no he comido nada desde ayer.

Ella le entregó otra galleta, que rápidamente devoró.

—¿Un muchacho que está creciendo como tú? —dijo Darien—. No es de extrañar que te hayas tragado esas galletas enteras.

—Cuéntame de ese lobo que estabas siguiendo —dijo Darien a Elliott—. ¿Qué aspecto tiene?

—Es una hembra —respondió Elliott—. Ella tiene marcas blancas, más que grises, que le hacen difícil de ver, porque se confunde en el rebaño.

—Pero ahora, estoy perdido y esa loba probablemente este de festín con las ovejas de mi papá en este momento, mientras que yo no estoy para vigilarlas. Papá debe estarse volviendo loco.

—Suena como si necesitaras volver con tu rebaño —dijo Darien—. Ve a ayudar a la señora a montar, y luego monta con ella. Te llevaré por el camino y vamos a encontrar a tu padre.

El muchacho comenzó a ir hacia el caballo, pero se detuvo y se volvió.

—Debo darles las gracias, señor, ¿me dice cuál es su nombre?

—Darien.

—¿Es usted un MacDonald?

Darein miró brevemente a Serena e hizo una pausa para contestar.

—No, muchacho. No soy un MacDonald. Pero soy un amigo.

El niño sonrió cómplice.

—¿No quiere decirme la verdad, es usted un fugitivo, cierto? ¿Sí es un fugitivo?

Darien se echó a reír.

—Algo así.

De hecho, era exactamente así. Había más de una recompensa por la cabeza del Carnicero clavada en un palo.

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora