Capítulo 25

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Darien entró en su estudio privado. Estaba lleno de polvo y atestado de papeles desordenados, dibujos y libros raros que se amontonaban en columnas inseguras apoyadas en la pared. Un telescopio montado en un trípode estaba colocado frente a un ventanal, dirigido al cielo, para poder observar las estrellas por la noche. Una colección de bustos se alineaba en la repisa de la chimenea y las paredes estaban cubiertas por ricos y bellos tapices flamencos.

En el centro de la habitación había unos planos arquitectónicos enrollados verticalmente dentro de un baúl abierto. Empujó ese baúl hasta allí un mes antes, cuando buscaba una información que ahora no recordaba.

Serena Tsukino, la prometida de Diamante había aceptado convertirse en su esposa. La había reclamado para sí. Muy pronto se la llevaría a la cama y le provocaría suaves gritos de éxtasis.

A cambio, él había accedido a respetarle la vida a Diamante.

Angustiado de repente, Darien levantó la pluma del papel, se reclinó en su asiento y miró a su alrededor. Rememoró otro día en el que, sentado en ese mismo escritorio, había escrito una carta a Michuri, abriéndole su corazón y citando versos de amor. La había adorado y su futuro había estado lleno de esperanza, nada que ver con lo que sentía en ese momento. Ciertamente, se sentía muy raro.

Supuso que se debía a que, por una vez, sorprendentemente se había olvidado de sentir todo aquel dolor. Al convertir a Serena en su esposa, sabía que se vería inmerso en un mundo de placeres sexuales y esperaba todos esos placeres con gran vehemencia y entusiasmo.

Pero, ¿podría, de verdad, cumplir la promesa que le había hecho de deponer las armas y permitir que Diamante siguiera con vida?

Le estaba robando su amada a Diamante, como éste había hecho con la suya. Se trataba de ojo por ojo, tal y como Andrew había dicho una vez. Y no había nada que pudiera detenerle de presentar pruebas ante la Corona para que se iniciara un consejo de guerra y con suerte, acabara colgado. No le había prometido a Serena que no pudiera vengarse de esta otra manera. De hecho, ella había intentado convencerle para que lo hiciera así.

Así que, ahí estaba la venganza lograda desde todos los ángulos. Como beneficio añadido, Darien vería satisfecha su lujuria por Serena. Su cuerpo, su inocencia y su virginidad, serían todos suyos. Inclinándose hacia adelante y mojando la pluma en el tintero, continuó con la carta. La sacudió, la dobló y la selló con lacre. Luego se levantó del escritorio y salió de la habitación. Un lacayo con librea estaba esperando en el pasillo, esperando obedientemente tal y como se le había pedido.

―Lleva esto al Fuerte William hoy ―dijo Darien―. Debe ser entregado al duque de Winslow en persona. A nadie más. ¿Lo has entendido?

―Si, milord.

―Lady Serena también tendrá una carta para ser despachada hoy, yo tengo que supervisarla primero, así que espera frente a su habitación, cuando te entregue la carta, me la traes. Luego llevarás el coche con el escudo Moncrieffe hasta el fuerte y le servirás a Su Gracia de escolta a la vuelta.

Zafiro vio cómo se marchaba el lacayo, mientras se acercaba nerviosamente a Darien  a grandes zancadas.

―Espero que tengas un plan ―dijo parándose a las puertas del estudio y susurrando en un tono casi frenético―. Porque me estoy cansando de apagar siempre los fuegos que provocas, Darien. Me levanto cada mañana para enfrentarme a las consecuencias que provoca tu furia.

Hace unos días, fue Diamante que se presentó buscando a los hombres de Moncrieffe para que se unieran a sus tropas para cazarte. ¡Nuestros propios hombres! Y hoy ha sido todavía peor. He tenido que recibir a la hija de un gran duque inglés que quería que tú, de todos los hombres posibles, la protegiera del Carnicero. ¿Qué demonios se suponía que debía decirle? Obviamente, ella debe saber ya toda la verdad. Esto nos va a llevar a ambos a la horca.

Capturada por ÉLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora