Epílogo

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Once años antes

• Frankfurt, Alemania •

- Gunter, mi querido brötchen. Tengo una mala noticia. - decía Gretta, mientras se acercaba a su pequeño hijo con una carta en la mano.
El niño, Gunter Sbrizza, cachetón tierno y payaso incurable, miraba a su madre atentamente con sus ojitos azules, abiertos como nunca antes.
Gunter, a la joven edad de cinco años, era un muchacho soñador con grandes ambiciones. Su familia jamás había sido capaz de derrochar dinero, ya que vivían con lo justo y necesario, pero el muchacho siempre soñó con más. Lo que él más deseaba en el mundo era viajar a América, dónde todos los sueños se hacían realidad. Él sentía en su interior que si su familia vivía allí, todo sería mejor. Sabía que su padre podría estar con ellos y que su madre no tendría que cocinar puras papas para comer, y sabía que podrían vivir en una casa con dos cuartos y dos baños. Él sabía. A la joven edad de cinco años, él sabía todo eso.
Sus amorosos padres siempre hicieron todo lo posible para que Gunter consiguiese lo que deseaba, ya que lo único que querían era que su pequeño tuviese una vida feliz. Es más, si bien la vida de la familia Sbrizza siempre fue en Frankfurt, ellos ahorraron durante años para enviar a estudiar a Gunter a una buena escuela, pero cuando su hijo les contó su sueño, comenzaron a planear utilizar ese dinero para ir a América. Lamentablemente el dinero llegaba muy lento, ya que el único que trabajaba era el padre de Gunter. Aún así, agradecían cada centavo ganado en la cruda realidad que vivían, donde encontrar trabajo era casi imposible y muchas familias conocidas habían caído en la pobreza.
- Acaba de llegar una carta de papá - continúa Gretta, con una sonrisa triste - . ¿Qué te parece si dejamos la idea de irnos a América para otro momento?
- ¡Pero dijiste que nos íbamos a ir! - gritó el niño, enojado. Se sentía traicionado.
- Ya sé lo que dije. Pero la situación ha cambiado, mi amor. Papá ya no trabaja en la fábrica Wonka. Lo despidieron y va a volver a casa para buscar otro empleo. Ahora tenemos que concentrarnos en comer... ¿Entiendes, brötchen? - Gretta tomó asiento en el suelo junto a su hijo, dolida por la expresión triste de su bebé - Te prometo que en cuanto podamos nos iremos... Pero ahora no podemos. - lo abrazó, esperando a que rompiera en llanto. Lo cual no pasó.
- ¿Por qué no trabaja más? - preguntó Gunter, sereno.
- Porque cerraron la fábrica. - respondió su madre, limpiándose una lágrima.
- ¿Por qué?
- Porque... El dueño no piensa en sus trabajadores y quiso cerrar, dejando sin empleo a todos. - respondió, con odio - Willy Wonka - escupió con desprecio aquel nombre - . Ese hombre ya obtendrá su merecido.

Willy Wonka. Willy Wonka. Willy Wonka. Willy Wonka... Ese nombre jamás se borraría de la cabeza de Gunter, pues ese era el nombre de la persona que hundió a su familia en la pobreza más absoluta, y logró hacer que su padre se quitara la vida con tal de no seguir viviendo en la mugre, dejando atrás a su mujer y su único hijo.

Pasaron los años, y Gunter jamás terminó de ser un niño normal. A los ocho se juntaba con chicos mucho mayores que él, quienes aprovechando su ingenuidad lo hacían hacer cosas horribles. Cosas que Gunter decidió borrar de sus recuerdos. Pero aún así, esas cosas lo convirtieron en un niño antipático y reservado.

A los nueve años Gunter vio en las noticias algo que lo hizo querer destruir todas las televisiones de la tienda. El maldito "Señor Wonka" estaba reabriendo su fábrica. ¡Y para ello hacía una competencia! ¿¡Por qué, en lugar de hacer algo así, no llama a sus empleados de vuelta!? ¿¡Cómo se atreve a cerrar sus puertas sin previo aviso, para luego abrirlas con un juego!?

Gunter sabía que él jamás sería capaz de encontrar uno de esos boletos, ya que no podía permitirse comprar un chocolate como los Wonka. Entonces decidió algo que le cambiaría la vida por completo: necesitaba dinero para destruir al hombre que destruyó su vida. Pero, ¿cómo? Entonces recordó a alguien que le había prometido un lugar en su "empresa" a cambio de prestarle un servicio.

Gunter fue parte de la mafia alemana durante siete años. Siete años en los que logró subir en la jerarquía, convirtiéndose en la mano derecha del jefe a los quince años. Así pudo mantener a su madre y pudo conseguir tres boletos negros para visitar la fábrica de Willy Wonka. Dos de los boletos se los entregó a dos secuaces que entraban en la brecha de edad que pedía la competencia, y el tercero se lo quedó él. Esa sería su oportunidad para asesinar a Wonka, el "gran chocolatero".

Una vez logrado su cometido... ¿Qué? No había nada planeado. Ya había logrado sacar a su familia de la pobreza y asegurarle un futuro a su madre. Si vivía, lo arrestarían en Londres y jamás volvería a casa. Si moría, moría en paz.

Antes de irse de Frankfurt saludó a su madre con mucho amor.
- Ay, no es como si no nos fuésemos a ver nunca más, brötchen. Cuando regreses tendré preparados buñuelos, tus preferidos. Te amo. - lo abrazó Gretta, casi quebrándolo.
- Adiós, mamá. Te amo... Y gracias por todo. - te prometo que voy a vengar a papá, aunque sea lo último que haga. Voy a vengarlo a él y a todos a los que Willy Wonka destruyó. Voy a hacer las cosas bien. Voy a arreglar lo que debió haber sigo arreglado hace tiempo. Por ti, por papá, por nuestro sueño en América... Por todo, Wonka merece morir.

Chocolate Love (Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora