cap. 11

1.4K 146 8
                                    

- Gracias a Dios, esta vez no hubo heridos en la sala de las nueces. - suspiró, medio riendo, Charlie.
- Por poco... - susurró Robin, a unos pasos del chocolatero, atento a cualquier movimiento sospechoso del par problemático.
Y aunque su intención era que aquel fuese un comentario para sí, Charlie logró escucharlo, y así, notar lo alerta que estaba el pelirrojo.
- ¿Sucede algo, Robin? - se atrevió a preguntar, la pareja del ensombrerado, inocentemente - ¿Está todo bien?
- Eh... Sí, claro. ¿Por qué no lo estaría? - respondió el contrario, nervioso.
- Ven, camina conmigo. Faltan unos minutos para llegar a nuestro destino. - le ofreció Charlie, con intenciones más de curioso que cualquier otra cosa.
- Claro... - respondió el canadiense, echándoles una última mirada a los muchachos de intrigantes intenciones.
Caminaron en silencio durante unos segundos, hasta que Wonka decidió romperlo con alguno de sus chistes. Esos que solo le hacían reír a él...
- Si tienes veinte caramelos, y Juan toma siete, ¿cuántos caramelos te quedan? - hizo una pausa para generar "suspenso", y luego continuó: - ¡Veinte caramelos y el cadáver de Juan! - entonces se largó a reír a carcajadas como si aquél fuese el mejor chiste en la historia de los chistes, lo que –aunque lo que Willy dijo no les resultó gracioso en lo absoluto– hizo que Robin y Charlie no pudieran evitar reír al verle sin respirar.
- Esa sí que fue una broma mala, mala, eh. - comentó, divertido, Robin cuando logró detenerse para que sus pulmones obtuviesen aquel preciado oxigeno que requieren para mantenerlo vivo.
- Sí, lo fue. - concordó Charlie, riendo.
- A mi ha parecido muy bueno. - respondió Wonka, aparentemente ofendido. Pues a él realmente le había parecido un muy buen chiste.
- En fin, ¿podrían decirnos a dónde nos llevan? - preguntó, interesado, el pelirrojo.
- En seguida lo verás. - respondió Charlie, lo que hizo que al contrario lo carcomiera la curiosidad.

Fueron aproximadamente cuatro minutos de caminata para llegar. Wonka hizo que todos entraran y los organizó para no perderlos de vista.
- ¡Bienvenidos a la sala de prototipos! - anunció Charlie, abriendo los brazos como si estuviese presentando alguna suerte de obra.
Los cinco invitados miraban por doquier, maravillados por tantos colores y y aromas deliciosos en su mayoría.
El aprendiz y su maestro comenzaron a caminar, adentrándose en aquella enorme habitación repleta de máquinas y nuevas invenciones, haciendo que los chicos tuviesen que correr para alcanzarlos al salir de su transe.
Al llegar a una máquina en especial, Willy y el contrario se echaron una mirada y no lograron contener la risa ante los recuerdos que ésta les proporcionaba.
- ¿Se puede saber qué es tan gracioso? - indagó Lucas, con una ceja levantada.
- La vez que el otro grupo de niños fue invitado a venir... - comenzó el relato el señor Wonka - Hubo una chica llamada Violeta, y era... Muy competitiva. En fin, cuando llegamos aquí, le mostramos esta pequeña goma de mascar que estaba sin terminar, y ella sin dudarlo se la comió y... - Willy tuvo que detenerse para estallar en carcajadas al revivir el momento - ¡Se convirtió en una gran mora! - ahora Charlie le acompañaba con la risa.
- ¡Eso es imposible! Simplemente imposible. - el argentino se negaba a aceptar que aquel relato absurdo fuese verdad. Entonces tomó una de las láminas de goma de mascar y, deseando con todas sus fuerzas que –si bien no creía que aquello fuese posible– después de siete años hayan corregido el error para no convertirse en mora, se la metió en la boca.
Comenzó a masticarla, y su rostro reflejaba la delicia del dulce.
Si tan solo aquella hubiese sido la nueva máquina con la mezcla mejorada...
En tan solo unos segundos Lucas empezó a tornarse púrpura y redondo... Tal y como Violeta... Tal y como una gran mora.
- No de nuevo... - susurró Charlie, angustiado, aunque divertido por la escena.
- ¡Código púrpura! - gritó Willy Wonka, a lo que tres oompa loompas se acercaron para rodar a Lucas hasta la sala donde le drenarían el líquido que le ocasionaba aquella apariencia.
- ¡Mierda! ¡¿Por qué soy tan pelotudo?! - se quejaba el morocho, con su distintivo acento argentino, deseando haber hecho caso a la historia del chocolatero.
Todos los restantes lo miraban alejarse –siendo empujado por los pequeños hombres– mientras reían.
- Ahí va otro... Faltan tres. - dijo un sonriente Wonka, observando a los que prevalecían.

Chocolate Love (Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora