Por un largo rato, lo único que reverberó en la estancia fue el incesante tictac del reloj, obcecado en marcar algo tan irrelevante y relativo como lo es el paso del tiempo. Estaba ese sonido y el olor de los libros y del té que habían bebido hacía poco. La luz que entraba por la ventana traía consigo una cascada de partículas luminosas. Nada estaba fuera de lo normal, pero para Sarket la escena había cobrado un tinte irreal.
—Tienes la boca abierta, Sarket. Y esa mirada pone en duda tu inteligencia.
El chico no hizo ningún esfuerzo por cambiar su expresión. Su mente estaba en otro lado, conectando puntos casi tan rápido que la cabeza le dolía. Él sabía de leyendas. Conocía también la teoría de los universos múltiples, no muy estimada en la comunidad científica, aunque sin duda interesante. Tenía sentido… pero era imposible.
—¿Fraer? —balbuceó Sarket—. ¿Esa Fraer?
—No creo que haya muchas Fraer. —Él solo pesttañeó. Era raro. Mucho más que raro. Quizá se lo habría creído si hubiera pasado en otro lado, a otra persona. No obstante, el hecho de tener a una moradora del cielo frente a él era más de lo que su mente podía asimilar. De hecho, podía acostumbrarse a la idea de que Selene era una deidad; ya lo había hecho, pero se esperaba un espíritu menor, algo así como la deidad de las acciones inauditas o el dios del sarcasmo… No a Fraer, no a uno de los Cinco. Fraer estaba justo a la derecha de Grehim, rey de los dioses. Las leyendas decían que había luchado contra Khun y Bashe al mismo tiempo y había ganado. Los héroes que tenían cierto parentesco con Fraer eran los más aclamados.
Selene le tocó el hombro.
—Hagamos algo, ya que te es tan difícil asimilar todo esto. —Se inclinó sobre él—. ¿Quieres ver un milagro, algo que solo yo podría hacer?
—Tsai’kireh, no debería… —empezó a decir Ēnor, pero Selene meneó la cabeza y se incorporó.
—Quédate, Ēnor —le dijo con suavidad, y la aludida agachó la cabeza—. Volveremos en un par de horas.
Cinco minutos después, Selene y Sarket caminaban sin rumbo a través de las calles más concurridas de Anden, a veces girando a la derecha, otras a la izquierda y otras retornando sobre sus pasos. Sarket miraba a todos lados para ver si se abría el cielo y bajaban los demás dioses por una escalera de oro, pero al cabo de unos instantes, se acabó cansando de buscar sucesos de origen divino y se contentó con seguirla.
Selene caminaba con la parsimonia del que sabe que tarde o temprano encontrará lo que busca. Efectivamente, de un momento a otro su postura cambió de manera casi imperceptible, respondiendo al estímulo recibido por algún sentido sobrenatural. Se orientó hacia el oeste y el chico la siguió. Después de mucho caminar, arribaron a una plaza desierta tan descuidada que las malas hierbas se habían adueñado del camino adoquinado y la pintura del parque infantil estaba desconchada.
Se dirigió hacia un banco sobre el cual reposaba un bulto de tela harapienta. Sarket se detuvo en seco.
«Es una persona».
Selene descubrió su rostro macilento; la piel era una especie de película amarillenta, tan delgada que los huesos afilados podrían atravesarla de un instante a otro. Sus ojos estaban abiertos; sus pupilas, dilatadas.
—Llamaré a un médico —dijo Sarket pasado un instante.
—No te molestes. Este lleva muerto más de veinte minutos, y a juzgar por su estado y esto… —Señaló la botella verde que estaba junto al banco—. Este pobre diablo tiene más alcohol que sangre en las venas. Hazme un favor. —Hizo una señal para que se acercara—. Comprueba que esté muerto.
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Cazador y presa [Los moradores del cielo #1]
Fantasía«Sarket ya debería estar muerto. Debió haber muerto con su madre al nacer, y cuando se enfermó de neumonía, y cuando los cirujanos cometieron una negligencia al implantar el aparato que ayuda a su corazón a seguir latiendo. Lo cierto es que, por alg...