Epílogo

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Les tomó dos semanas preparar todo. En esas dos infernales semanas, Sarket tuvo que sacarse un pasaporte, abrir la cuenta de viajero, comprar mil cosas que podrían ser útiles para el viaje, devolver la mitad de dichas cosas, decidir la trayectoria que tomarían, comprar los boletos de tren…

Pudo haber dejado que los sirvientes lo hicieran, pero el suplicio lo mantenía ocupado. Aquello alejaba el dolor. Aunque no tenían por qué hacerlo, los gemelos lo acompañaban a cada rato y conversaban largo y tendido sobre asuntos triviales, todo con tal de no hablar de la separación que se avecinaba. A veces, sin embargo, caía el silencio y se percibía la ausencia de otra persona. Entonces se esforzaban por conversar de nuevo o por buscar otras tareas.

Cada labor que cumplía le hacía ver que estaba más cerca de marcharse de la ciudad que lo había visto nacer y crecer, quizá para no volver nunca más. Lo más duro fue decírselo a los niños. Lo soltó mientras jugaba con ellos, pues se percató de que ya no podía posponerlo más. 

—¿Te vas? —preguntó Hannes—. ¿Por qué?

—Voy a ver a un doctor en el norte que me va a curar. 

—¡Ya estás curado! —replicó el niño con un chillido. Sarket forzó una sonrisa y se arrodilló frente a sus sobrinos. Frederick lo miraba de una forma dura, como si lo que estuviera diciendo fuera imperdonable. 

—No es mi brazo ni mi corazón. No se preocupen, volveré antes de que se den cuenta.

—Estás mintiendo, tío —dijo Frederick, que hasta entonces había estado callado—. No vas a volver.

—Por supuesto que voy a…

Pero el niño ya había salido de la habitación, dejándolos a todos perplejos. Hans tiraba de sus pantalones al borde del llanto. 

—Sí vas a volver —decía con una voz que apenas salía, como atrapada por el moco que se estaba formando en su garganta—. Sí vas a volver, ¿verdad que sí?

—Sí, claro que sí —dijo, besándole la frente—. No te preocupes, les escribiré muchas cartas. 

Entonces Ava lo tomó en brazos y se lo llevó. 

—Parece que Frederick tiene el don de tu hermano —dijo Selene, sentada en el sillón—, puede ver el aura de las personas y sabe si le están mintiendo. Es demasiado joven, no puedes ser del todo honesto, pero tal vez deberías hablar con él. 

Fue especialmente difícil hacerlo, pues el niño podía ver el temor de Sarket. Lloró a moco tendido y le incriminó hasta que ya no supo qué más decir. Sarket lo soportó todo hasta que los sollozos se convirtieron en débiles hipidos. Entonces se arrodilló frente a él y le puso una mano en la cabeza.

—Tengo que hacer algo muy importante, una misión especial. Es peligrosa, pero me esforzaré al máximo por cumplirla. Y te prometo que moveré mar y tierra para volver a casa, y que todos los días estaré pensando en ti. Volveré. 

Frederick solo pudo asentir y colgarse de su cuello. Esa noche hicieron un fuerte con cojines y durmieron los tres bajo una tienda hecha con cobertores.

Sarket despertó la mañana del viaje antes de tiempo y se quedó largas horas mirando la cerámica pintada del techo. Cuando llegó la hora de partir, se levantó y se quedó bajo el dintel de la puerta, acariciando la madera con cariño a la vez que observaba cada detalle de su habitación por última vez. Cuando se fuera, los sirvientes cubrirían todo con sábanas blancas y la habitación se llenaría de polvo.

Sus ojos se fijaron en su guitarra, su compañera de muchos años, y se dijo que, a pesar de todo, no podía dejarla. La metió en su funda ligera y se la echó al hombro. Dio un último vistazo alrededor y apagó la luz.

Cazador y presa [Los moradores del cielo #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora