Selene se pasó una mano por el cabello, teñido de negro para no llamar la atención y húmedo por el sudor, y se apresuró a refugiarse bajo las sombras de los arces. Recorría las calles principales del distrito de Senthien, una palabra que significaba «extraño». El lugar debía su nombre a la gran cantidad de extranjeros acaudalados que lo habitaban. Eran, en su mayoría, comerciantes de otros países que habían ido a probar suerte y habían llegado a la cima, pero también había embajadores, cónsules y demás personas de presencia internacional. Si bien la zona carecía de la majestuosidad de Dansk, se veía más pintoresca: las casas eran todas diferentes, con toques traídos de naciones muy lejanas. Algunos de los que vivían ahí vestían ropas que destacaban, prendas coloridas de corte curioso que jamás había visto.
Realmente se había divertido más en Dansk, donde había presenciado una reunión de los congresistas, atestiguado un trato sucio en la Suprema Corte de Justicia y robado una estatuilla del Panteón. A Ēnor le encantaría el regalo, siempre y cuando no se enterara de cómo se había hecho con él. También había considerado tomar un modelo a escala del Museo de Aeronáutica para Sarket, pero él sabría su procedencia de inmediato. Tuvo que abstenerse. Ya le conseguiría otra cosa.
Se detuvo en un café para pedir una maravilla que había descubierto hacía unos días: el café helado mezclado con chocolate y con crema batida por encima. Era lo mejor que podía existir después de los sándwiches.
—Hace un calor terrible afuera —comentó a la empleada—. Aún no me he acostumbrado.
—Imagino… que habrá de ser difícil acostumbrarse —balbuceó la mujer.
—Espero que no lo sea tanto —replicó, y entonces esbozó una sonrisa tan cautivadora que la dependienta emitió una exclamación ahogada—. Me encantaría sentarme afuera para disfrutar del paisaje. ¿Sería mucha molestia que dejara la puerta abierta? Es cierto que el aire acondicionado podría trabajar de más si lo hiciera y podría meterse en problemas, pero hace tanto calor a pesar de ser un día tan bonito…
Las personas capaces de resistírsele eran muy escasas. Aquella mujer no era una de ellas y, como era natural, accedió a lo que pedía. De todos modos, dejó sobre el mesón una propina sustanciosa por las posibles molestias. Si el dueño aparecía y le armaba un lío, usaría sugestión en él también.
Se llevó el café helado al patio y se sentó en la mesa más cercana a la puerta, donde la corriente de aire frío y la sombrilla aplacaban la humedad. Se estiró como un gato y se relajó en su asiento. Sus ojos merodearon sin posarse en nada en concreto: se pasearon por el patrón que formaban los ladrillos de una fachada y en los bajorrelieves de una fuente junto a la cual tocaba un violinista, hasta detenerse en la figura de un niño. Sus ropas eran humildes y sus zapatos tenían agujeros. También estaba un poco sucio y muy despeinado. Se aproximaba a los transeúntes sin que estos se dieran cuenta, con el sigilo propio de los callejeros.
Un oficial de policía se acercó despacio para no levantar sospechas. Percibiendo el peligro por instinto, el niño alzó la cabeza y miró en derredor. Puso pies en polvorosa con una agilidad sorprendente, pero era pequeño y sus pasos eran demasiado cortos en comparación con los del hombre. Vio que se escabullía por un callejón con la ley pisándole los talones y supo que no lograría escapar.
Selene dejó su café helado en la mesa y se encaminó al callejón con la mandíbula apretada. No le resultó difícil encontrarlos, puesto que el niño no había logrado llegar muy lejos: apenas había conseguido doblar en un recodo antes de ser alcanzado por el policía. Sollozaba contra una pared y mantenía sus manos contra el pecho. Estaban rotas.
—Apártate de él —le ordenó en un siseo.
El hombre la miró por largo rato, idiotizado. La parte racional de su cerebro reconoció en ella el porte altivo del que ha nacido sabiéndose dueño del mundo. La irracional percibió otra cosa que nunca podría entender, un peligro que no debía tentar.
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Cazador y presa [Los moradores del cielo #1]
Fantasy«Sarket ya debería estar muerto. Debió haber muerto con su madre al nacer, y cuando se enfermó de neumonía, y cuando los cirujanos cometieron una negligencia al implantar el aparato que ayuda a su corazón a seguir latiendo. Lo cierto es que, por alg...