Despertó el sábado con una sensación de mareo que terminó por ignorar tras unos ejercicios de respiración; era normal que se sintiera letárgico por las mañanas, pues su presión arterial estaba baja. Se estiró con pereza y se sentó.
—¿Y ahora qué?
La semana había desfilado ante sus ojos con un examen tras otro, por lo que no había tenido tiempo de planificar nada o de preocuparse siquiera por ello. De pronto, se dio cuenta de que no tenía la más mínima idea de lo que se hacía en una cita. Había oído una que otra historia, pero sabía por los embellecimientos que usaban sus narradores que estaban exageradas y que no eran de fiar.
Instantes después, estaba tocando la puerta de la habitación de Emmerich con golpes sonoros. Pasó casi un minuto antes de que diera señales de vida y dos más antes de que se dignara a abrir.
—¡Sarket! —refunfuñó su primo con cara de pocos amigos—. ¡Son las nueve de la mañana!
—Necesito ayuda con algo.
Emmerich se estrujó la cara con fuerza para despertarse. No sirvió de nada, pues apenas transcurrieron unos momentos antes de que recostara la cabeza contra el marco de la puerta. Sin embargo, cuando Sarket le dijo adónde iba a llevar a la chica, se echó a reír.
—Espera… —dijo entre carcajadas— Espera aquí.
Acto seguido, abrió la puerta de la habitación de su hermano gemelo, Diatrev. Se dijeron algo y hubo risas estridentes. Sarket decidió que algo andaba mal con el mundo si no era socialmente aceptable semejante nimiedad, así que se tragó su rabia contra sus primos y su nerviosismo, y se apresuró a arreglarse. Se dio una ducha, se puso algo decente y, de camino a la casa de Selene, se detuvo frente al tarantín de una anciana para comprar un ramo de flores. Saltó del automóvil tan pronto como aparcó. Justo antes de tocar la puerta, ella abrió de golpe.
—Vaya, no pensé que fueras a venir —confesó con una expresión de sorpresa.
Eso lo dejó en blanco por un par de segundos, pues llegó a pensar que tal vez había dicho que ya debería estar muerto para sacudírselo de encima, pero decidió que era demasiada coincidencia y logró esbozar una sonrisa nerviosa al tiempo que le ofrecía las flores.
—¿Por qué no habría de venir?
—No todos los días alguien te dice que deberías estar muerto. —Selene aceptó el presente, aunque no parecía saber con exactitud qué representaba o qué hacer con él—. ¿Correcto?
—No es la primera vez que me lo dicen, aunque admito que me gustaría saber cómo lo supiste.
Selene permaneció en silencio por un momento muy breve antes de asentir. Abrió un poco más la puerta, lo cual le dejó entrever el vestíbulo. Ēnor estaba ahí.
—Ēnor, Sarket me va a mostrar el museo de arte de Steinburg. Volveré antes de la cena.
Sarket aguzó el oído, complacido al constatar que entendía a Selene a la perfección, pero frunció el entrecejo tan pronto como oyó la réplica de Ēnor.
—Entendido… Ejercer precauciones. Larga vida al… oso rosa.
Seguía sin entenderla. ¿Por qué usaba un dialecto diferente cuando Selene se conformaba con el común? ¿Por qué usaba palabras oscuras? Tal vez no estaban relacionadas como él pensaba y eran de dos partes diferentes de Accadia, de modo que aun hablando en dialectos diferentes podían entenderse entre ellas. O quizá simplemente intentaba evitar que Sarket entendiera lo que decía, solo porque era divertido.
Selene cerró la puerta tras de sí y dejó que Sarket la guiara. Dansk, el distrito principal de Steinburg, estaba algo lejos, y su magnificencia contrastaba con la simplicidad de Anden. El Panteón, el Palacio Legislativo, la Alta Corte de Justicia y un buen puñado de ministerios habían sido construidos allí. A la luz del sol de media mañana, los monumentos exhibían su belleza en altivo silencio: esculturas pálidas emergían de paredes blancas, columnas labradas soportaban los techos altos, estatuas de oro observaban con la paciencia de todo lo que aguarda y perdura, con el estoicismo de lo eterno.
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Cazador y presa [Los moradores del cielo #1]
Fantasía«Sarket ya debería estar muerto. Debió haber muerto con su madre al nacer, y cuando se enfermó de neumonía, y cuando los cirujanos cometieron una negligencia al implantar el aparato que ayuda a su corazón a seguir latiendo. Lo cierto es que, por alg...