No supo cuánto tiempo pasó así, pero de un momento a otro se dio cuenta de que había dejado de nevar y el sol comenzaba a asomarse por la ventana. Faltaban apenas unas horas para que cayera la noche y no pudo sino pensar que incluso con el paisaje vestido de blanco, pronto la ciudad sería dominio de ellos. Los krossis.
Le sorprendió no sentir la más mínima aversión en ese momento. Debería odiarlos al punto de querer acabar con todos y cada uno de ellos de las maneras más atroces posibles. Quizás… quizás aún no podía aceptar lo que había ocurrido, que su mejor amigo estaba muerto y enterrado, y él ni siquiera había asistido a su funeral.
«Al menos debería ir a presentar mis respetos», se dijo. Sus piernas protestaron cuando se levantó, pero no esperó siquiera un segundo antes de dirigirse al vestíbulo. Como no vio al mayordomo, arrancó su abrigo del perchero y se puso unas botas cálidas e impermeables antes de salir. Tendría que caminar, puesto que las carreteras estaban cubiertas de hielo; no había nadie paleando la nieve ni despejando las avenidas; aquellas tareas habían sido relegadas al olvido tras la angustia del Nudiaderim.
Lo primero que descubrió fue que pululaban oficiales de policía por todas las esquinas y que eran pocos los civiles que transitaban por las calles. En cada pared vio carteles pegados que rezaban:
TOQUE DE QUEDA
Se prohíbe el tránsito de ciudadanos
después de las seis de la noche.
Los oficiales se reservan el derecho
de disparar a cualquier individuo
de apariencia sospechosa que
circule por las calles de noche.
NO SALGA DE NOCHE.
NO INSTIGUE EL DESORDEN.
NO ENTRE EN PÁNICO.Sarket miró su reflejo cuando pasó frente al ventanal de una tienda. Con sus profundas ojeras, su mirada vacua y su barba de varios días parecía un individuo que cualquier policía consideraría un buen blanco. Pero estos se limitaban a ponerse firmes tan pronto como lo veían y a alzar el arma unos centímetros como medida preventiva. Quizás vacilaban porque, a pesar de su apariencia desgarbada, sus botas y su abrigo eran de buen cuero, detalles que ofrecían una imagen confusa. No obstante, debía darse prisa. No dudarían en absoluto si no regresaba a casa antes del toque de queda.
Llegó al distrito de Senthien. Más allá del promontorio, más allá del Jardín de los Placeres, había un pequeño templo cuya simplicidad contrastaba de forma abrupta con la majestuosidad del Panteón. Detrás se hallaba un pequeño cementerio de lápidas tan variadas como los habitantes del distrito. Ahí enterraban a los extranjeros, cuyos rituales no podían ser llevados a cabo en el Panteón.
Buscó entre las lápidas. Con todo cubierto de nieve, era imposible ver cuáles habían sido cavadas hacía unos días y cuáles hacía años, mas no tardó mucho en encontrar la de Will. Era una lápida blanca, rectangular, sin epitafios ni fechas. No supo cómo ni por qué… pero sabía que aquella era su tumba. Se acuclilló frente al lugar de descanso de su mejor amigo y comenzó a hablar.
—Hey, Will —dijo con una sonrisa. Will le había dicho que quería que su funeral fuera una fiesta y que la gente lo visitara con una botella de cerveza y una sonrisa, así que intentó cumplir al menos la primera parte—. Lo siento, viejo, olvidé la cerveza. Prometo traerte una mañana. Aún tiene que haber alguna licorería abierta en estas condiciones… Por cierto, las cosas están algo mal en este lado, no sé si lo sabes…
Cerró la boca y aguardó por minutos que se alargaron uno tras otro, a la espera de que el espíritu de Will saliera de detrás de un árbol y le echara en cara la ausencia del alcohol. Pero el cementerio permaneció en silencio y Sarket terminó con la cabeza hundida. Le estaba hablando a una lápida, a una roca dura y fría bajo la cual yacía un cuerpo que no era más que un recipiente de carne que no podía vivir sin un alma, sin el alma indicada. Will estaba muerto. Will estaba muerto por su culpa.
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Cazador y presa [Los moradores del cielo #1]
Fantasy«Sarket ya debería estar muerto. Debió haber muerto con su madre al nacer, y cuando se enfermó de neumonía, y cuando los cirujanos cometieron una negligencia al implantar el aparato que ayuda a su corazón a seguir latiendo. Lo cierto es que, por alg...