Capítulo [ 2 ]

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Rebecca...

Después de habernos enviado como cincuenta mensajes discutiendo que Jasmine no debió quedarse con Komui, me di cuenta que eran las seis de la mañana. ¡Las seis de la mañana! ¡Y tengo que trabajar! ¡La puta madre...!

Despegué mi cara de la almohada. Creo que mis ojos arden porque llevo enganchada al teléfono por horas. Sí, todo es culpa de Mateo y su novia, bueno no es su culpa. Yo soy la boluda que me quedé mensajeando con Teo. ¡Es que es tan simpática! Hacía tiempo que no lograba hablar con alguien sobre la novela de Solaris. Se siente tan bien.

El despertador sonó en mi oreja y lo primero que hice fue dar un brinco en la cama. Lo bueno es que no duermo en una litera, sino ya saben lo que me pasaría. Miré la hora: tengo media hora para cambiarme, darme una leve ducha y si puedo, tomar algunos mates. Papá ya está despierto. Está mirando su típica serie policial de Criminales en Miami. No puedo creer que me haya quedado despierta hablando con mi escritora favorita. ¿Acaso ella también tiene tanto tiempo libre como yo? Qué más da. Yo debo estar preparándome para ir a cuidar a las mellis.

Me levanté de la cama y me acomodé mis cabellos mientras caminaba hasta el baño. Mi padre no se dio cuenta que pase de la sala al baño, en pijamas y soñolienta. Mi pijama no es de conejitos, solo es de tela fina y blanco. Tampoco uso pantuflas. ¡Las odio!

Abrí la canilla y coloqué la pasta dental en el cepillo. Me miré al espejo. ¡Santo Dios! Mi cabello está desalineado y no quiero que las mellis jueguen conmigo. Mi cabello es ondulado y suele inflarse cuando hay humedad. Es molesto porque parece que nunca me lo peino, cuando es obvio, aclaro; que lo hago. Me peiné con una trenza recogida y salí del baño. Quizá deba bañarme primero, pienso antes de que mi padre me interrumpa:

—¡Luci!—sí, papá también me llama por mi segundo nombre.

¿Por qué no me llamaron Luziana Rebecca, eh? En fin, cuestiones personales de ellos. No sé qué problema tuvieron en el registro civil. No importa. Me escondí detrás de la columna que separa el pasillo que va a las habitaciones con la sala de estar.

—¿Qué pasa, papá?

—¿Te comiste la caja de bombones?—me está acusando.

Sonreí tratando de mostrarme inocente y no funcionó. La puta madre. Nunca puedo convencerlo. El lee mi mente. Será porque soy la menor y me consiente demasiado. Bufé. No tengo tiempo que perder. Me desvisto y me meto en la ducha. El agua me relaja y de alguna manera me despierta. Bueno, sí lo estaba, solo que debería haber dormido un poco. ¡Estúpida adicción al teléfono! ¿Para qué me engaño? Me va mejor en la vida virtual que la real. Ahí tengo amigos que me entienden y me apoyan. Claro que en la vida real también, pero es diferente. Usualmente, mis amigas ya tienen trabajo estable y estudian. Algo que yo no.

Cuando terminé de bañarme, me vestí con algo sencillo, que consistió en una blusa blanca y una falda negra, no ajustada por supuesto. No me gusta la ropa ajustada. Me hace sentir llamativa. Mejor la que es holgada. Me puse unas sandalias negras y me arreglé mis cabellos una vez más. Me despedí de papá con un beso en la frente y, literalmente, corrí hasta la parada más cercana. En media hora tenía que estar cuidando a Diana y Tiana. Así se llaman las mellis.

Desde que dejé la facultad, hace tres años, estoy cuidando a las mellis. Lo hago casi por tiempo completo. Al menos hasta las ocho de la noche. Casi y vivo con mi amiga, pero ella va a la facultad y no está en todo el día. Y de ahí es por qué cuido a sus hermanas. Su familia también está algo atareada todo el día. Por lo que no queda otra que buscarse a una niñera. Y ese sería mi rol. Lo bueno es que aprendí a adaptarme a las locuras de ese par. ¡No dejan de sacarme canas! ¡Por Dios! Resoplé.

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