Está perdido

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El resto de mis días luego de la partida se han vuelto una rutina completamente. De la cama a tomar una ducha, y de la ducha al estudio durante todo el día, de ahí a mi cama y así durante la semana completa hasta que vuelve a ser Lunes.
No he salido a los jardines y no tengo ánimos ni propósitos de hacerlo.

Voy de un lado a otro del estudio con un libro de política e historia, en mis manos, leyendo sobre mi padre como rey, hay tantas cosas buenas que hablar de él como líder de un ejército, y la cabeza de un pueblo, pero tan pocas que expresar sobre su comportamiento como padre y cabeza de una familia. Y tal vez ahí está mi error, no puedo ser ambas a la vez, tengo que iniciar a forjar una, y para ser concreto, la idea de ser líder de un buen ejército, y la cabeza de un pueblo me gusta más que la opción de la familia, pues dentro de tanta lectura y ocupaciones me siento distraído y el tiempo para pensar en la mierda de vida que tengo es nulo.

Mi estómago ruge y detengo mi lectura. Despego la mirada del libro y observo el lúgubre lugar el cual no me favorece en nada con mi apetito, podría pedir que me traigan la cómoda aquí, pero mis ojos necesitan ver algo más que libros, un escritorio, papel tapiz, pinturas, y un escritorio de madera. Dejo el libro sobre el escritorio y voy con cautela a la cocina. El personal me observan confundidos y extrañados pues hace días que no salgo del estudio a menos que sea para ir a mi cuarto.

Entro en la cocina y el silencio que se forma me recuerda a aquellas veces que mi padre hacía acto de presencia en algún lugar. No era un silencio acogedor, era un silencio dominante, y asfixiante.

-Buenos días alteza, ¿en qué podemos servirle?- masculla una de las cocineras pero sólo busco a Susan.

-¿Y Susan?- los rostros de todos se convierten en terror puro mientras las miradas de auxilio se cruzan como sino pudiera verlas.

-Es... esta en su habitacion- habla otro de los cocineros.

-¿En su habitación?- frunso mi ceño.

-Si alteza, esta algo ocupada, pero seguro vuelve en unos minutos, ¿gusta qué le preparemos algo de mientras?

Me quedo en silencio pensando en que podría estar haciendo y que tan malo debe ser como para que todos modificaran su comportamiento de forma tan tosca.

-¿Esta bien alteza?- salgo de mi transe y niego con la cabeza repetidas veces.

-N... no, no necesito nada, muchas gracias.- salgo de la cocina y dudoso voy en otra dirección que para nada es la el estudio. Estoy por detenerme pero es como si mis pies, mi ser entero insistiera buscarle.

Llego al extenso pasillo lleno de puertas e intento recordar la habitación de Susan. Llego a la que creo que es su habitación y estoy por tocar cuando su voz me detiene en seco.

-No debe ser tan malo pequeña, te acostumbraras, recuerda que hay una vida muy diferente fuera de las puertas de este castillo, que por cierto se volvió tan silencioso y lúgubre sin ti.- escucho y se con quien habla, mi labio inferior inicia a temblar y mis ojos a picar.- ¿Leo?, Leo se fue contigo Emily, justo cuando cruzaste la gran reja, Leo también lo hizo, y sólo dejo en su lugar a un hombre tan parecido a su padre, ya no ríe, sólo habla para pedir la comida o algo que necesita, pues tampoco desayuna, ni come o cena más con su madre, sólo se le ve cruzar de su habitación al estudio, y del estudio a su habitación, es como un muerto viviente, hace días que no le veo sonreír, y su mirada Emily, su mirada es tan apagada y fría, reiteró, este no es Leo, no el Leo que conocíamos.

Limpio las lágrimas que corren por mi cara y vuelvo a tomar la cordura. Toco la puerta de Susan y escucho como se despide de ella.

-Principe.- hace una reverencia en cuanto me ve y su mirada muestra miedo, Susan nunca me vio con miedo. Observo el teléfono en su cama y ella parece notarlo.- ¿puedo ayudarle en algo?

La tentación de pedirle hablar con Emily pica bajo mi piel, pero no quiero abrir más la herida al escuchar su voz, de la cual sigo en esperanza de olvidar. Trago grueso y me pongo firme.

-Fui a la cocina para ver si podías prepararme algo y no estabas.- su mirada baja.

-Lo siento tanto Leo... principe- corrige apurada y me siento extraño ante todo esto, se que este no soy yo, pero no puedo ser alguien más, no de ahora en adelante. Si fui una autoridad aquí, pero nunca me vieron con miedo, y ahora todos parecen aterrados ante mi presencia. Este castillo ahora luce frío a pesar de que la luz cálida del sol penetra las ventanas, simplemente es como si estuviera vacío y solo.

-Sólo... que no se vuelva a repetir por favor.- asiente y le doy un último vistazo al teléfono para salir de ahí.

Cansado y agobiado voy a mi habitación pero me detengo en la puerta de mi madre cuando escucho dos voces. Un mal presentimiento palpita en mi pero a pesar de ello, me atrevo a escuchar la conversación.

-Es un príncipe triste, no es para nada lo que solía ser antes, cuando se muestre ante el pueblo todos lo notarán  y los rumores no tardarán en hacerse, creerán que su rey no quiere ser rey, y que esta ahí a la fuerza, nadie reconoce a ese Leopoldo, es como si fuese otra persona.

-Lo sé, ¿crees que no lo noto?, ¿pero qué puedo hacer?, regresarle a esa niña no es una opción.

-No, ni si quiera lo piense majestad, ella sólo lo va a atarear más.

-Frank no podemos tenerlo todo, o quieres un buen rey, o quieres a un Leopoldo feliz.

-¿Crees qué todo esto sea por ella?

-Se ha donde vas Frank, y no, eso sólo fue un cariño de niños.

-Tienen dieciocho años majestad, ya no son niños, y eso ya no era cariño.

-No sigas Frank, trabajo me costó deshacerme de ella, y tu me ayudaste, como para que ahora te pongas de su lado.- retrocedo atónito ante esto último y la respiración me falta. Me tomo fuerte el barandal cuando choco contra este e intento tranquilizarme y convencerme de que no es verdad lo que acabo de escuchar. El coraje me hace temblar, y nubla mi vista junto con mi mente. Ellos la alejaron de mi, por eso Emily me decía que no podía explicarlo, y que esperaba pronto pudiera darme cuenta, ellos se encargaron de destruirla. Mi cuerpo se tensa, y siento como cada músculo se contrae, mis manos se cierran en puños mientras siento como mis uñas cortan mi palma. Las lágrimas empañan mi vista y mis dientes rechinan. Abro la puerta de un golpe y me acerco a ella mientras su mirada es sólo terror.

-Leopoldo...

-Tu..., tu la alejaste.- escupo con tanto odio, un odio desconocido, un odio nunca antes sentido.

Enamorado de una plebeyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora