Capitulo #15

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Sehun entro con las botas sucias a la recepción tranquilo de haber llegado a casa antes que la tormenta. Al fijarse, ahí, apoyado en una esquina, de pie  se encontraba un hombre. Este hombre llevaba puesto un largo abrigo gris viejo, desgastado y con los bordes descosidos.  Bajo el abrigo se asomaba a penas una gabardina negra y sobre su cabeza lucía un sombrero fedora también gris. Parecía, según podía percibir Sehun y no estaba equivocado, que el hombre había esperado por él. Algo insólito dado que hace dos siglos no recibía visitas. ¿Cómo había llegado el sujeto hasta la mansión sin antes conocer a su perro? Y nadie que conocía a su perro tenía tiempo de llegar hasta la mansión.

El Conde afirmó su rígida postura y sujeto sus manos a la espalda, haciéndose más alto e intimidante, su rostro pálido permaneció inmutable, no hubo signo alguno que revelará un poco de perturbación, como si la presencia del hombre extraño en su casa  significará nada en absoluto para él, aunque fuera un hecho de lo más inesperado.
Mantuvo silencio mientras afuera se escuchaban las gotas de lluvia empezar a caer y los truenos retumbar en el cielo. — Sígueme—, tiempo después dijo caminando hacia las escaleras. El visitante dudo ¿Debería llegar hasta lo más profundo sabiendo que no habría escapatoria? Pero aunque el miedo instó por retroceder,  aún así lo siguió despacio, porque la curiosidad siempre a movido al hombre hacia adelante, aunque los pies estuvieran descalzos y el camino lleno de espinas.

A medida que ascendían por los escalones la oscuridad de la noche y el frío del invierno se cernían juntos sobre y dentro de la casa. Sus pasillos largos y las paredes estremecidas provocaban escalofríos en el padre Ricardo. Él avanzaba siguiendo los pasos del conde, donde pisaba, Ricardo pisaba también. Pues creía que si daba un solo paso en falso caería en una mortal trampa.

Ricardo podía sentir como  los pasillos se hacían más estrechos en cuanto avanzaban y era el conde, en lo profundo  de la oscuridad,  el que mantenía la única farola encendida en toda la casa,  iluminando el final del corredor. La tenue luz del aceite quemado a penas alcanzaba el frío rostro del conde, pero desde abajo remarcaba la sombra de sus rasgos inmóviles y blancos. Verlo ahí estático sin mover un solo músculo, con sus ojos fijos sobre ti  era atemorizante; entrar en una habitación a solas con él, era todavía peor.

—Por favor— extendió Sehun su brazo izquierdo permitiendo el paso.
Ricardo que se había detenido,  lo miro y no vio nada en su rostro, como si no fuera más que otro cuadro en la pared . Las intenciones del conde estaban escondidas bajo el mármol que tenía por piel « aunque  su voz usualmente plana ciertamente había revelado una pizca de fastidio», y lo que intentará hacer al padre, nadie salvó él lo sabría.

Una vez dentro, Ricardo corrió al extremo opuesto apresurado, vigilando las sombras detrás de él, por si acaso intentará el conde apuñalarlo por la espalda y convertir esas cuatro paredes en su tumba. Sin embargo, sus ojos no estaban preparados para la oscuridad en el lugar encerrada, por lo que tropezó a mitad de la sala y se fue de bruces sobre un sin número de objetos apilados al fondo, levantando una densa cúpula de polvo que lo cubrió entero.

Sehun  camino hasta una pequeña mesita cerca de donde Ricardo había caído y encendió un conjunto de velas. Después fue y se sentó en un mueble. Su figura esbelta resbaló con elegancia, la espalda erguida y sus piernas cruzadas le daban cierto porte he importancia. Aunque hubiera pasado mucho tiempo y su título ya no tuviera valor, seguía siendo el conde Oh Sehun, esa era su casa y, mirando al hombre que había caído e intentaba ponerse de pie, nadie entraba a su casa sin su permiso, pensó. —Por favor siéntese— hablo al aludido.
Ricardo sacudió el polvo de sus ropas y recogió su sombrero del suelo. Ahora con la habitación más iluminada podía apreciar las cosas sobre las que había caído; libros, lámparas, zapatos y otras cosillas viejas y rotas, como si fuera ese rincón un tiradero de basura.

Ricardo se sentó en el mueble frente a Sehun mirando con más detenimiento la alcoba. El aire estaba envuelto en ese olor vicioso que despiden las casas viejas mezclado con humedad. Habían dos grandes ventanales detrás de Sehun y la lluvia caía furiosa sobre sus cristales. La mirada del padre vagó por cada esquina y sobre cada cosa hasta que, eventualmente y sin poder evitarse más, descanso sobre el hombre sentado frente a él.
Su rostro blanco brillaba bajo la luz de las velas, impávido carente de alguna imperfección y Ricardo sentía ver a un espectro. Un demonio que se mostraba hermoso y encantador pero que debajo del rostro agraciado se hallaba la muerte, desfigurada en su negrura.

Hablo. — Soy el padre Ricard..
—No me interesa quien es usted — interrumpió Sehun al hombre moviendo sus labios sin crear ninguna arruga o línea de expresión. Como un muñeco, pensó Ricardo, — ¿Por que ha venido a mi, sabiendo que su vida estaría en peligro? ¿Acaso tiene el propósito de evangelizar me? Ya que a dicho ser Padre.

Ricardo negó con la cabeza y humedeció sus labios. No debía olvidar que estaba teniendo una charla con alguien que estaba muerto, — No señor, no he venido a tal cosa. El camino de Dios no discrimina a nadie, pero solo se lo predica a los vivos — respondió y su comentario provocó en Sehun una sonrisa.

—En efecto no hay otro ser vivo en esta sala además de usted, entonces ¿A qué a venido?

Ricardo tuvo la intención de suspirar pero mantuvo el aire en sus pulmones. — Vine a preguntarle una cosa.

— Haz venido atravesando el bosque y entrando en esta casa, te has sentado delante de mí conociendo los peligros, conociendo mis términos, solo para hacerme una pregunta... —Sehun separó sus piernas y apoyo los codos sobre las rodillas, provocando en Ricardo un susto que lo dejo tieso. — ¿Sabes también el precio que he de cobrarte por la respuesta? — Ricardo palideció. Por supuesto que era conciente de las posibles consecuencias pero el hecho de ser nombradas en voz alta provocó en su corazón un arrepentimiento que le avergonzaba reconocer, no por temer morir, sino el haber flaqueado en su fe y no poner su confianza en el Señor. Sehun siguió, — No, no lo pensaste bien. Aquí morirás, te lo aseguro pero este tranquilo, señor Padre, usted morirá sabiendo aquello por lo que arriesgo su vida y eso, supongo, debería aliviar el ardor que acoje su alma.
El conde enderezó nuevamente su postura.

La respiración de Ricardo se volvió irregular, su corazón encogido palpitaba loco, frenético en su pecho, como si intentará romper su prisión y salir volando. Su garganta se cerraba y dolía cuando el oxigena se abría paso.

— Ahora dígame ¿Que es lo que desea saber?

Aunque hasta la vista del Padre estaba desenfocada y sus extremidades temblaban, él todavía encontró voz para responderle. Aquello sorprendido imperceptiblemente a Sehun, porque un alguien normal intentaría en tal situación,  aplazar el momento lo más que pudiera, sabiendo que al final de la conversación no tendría jamás ninguna otra.

Ricardo preguntó con la voz apretada. —¿Que es ese muchacho de cabellos rojizos para usted, que habiendo entrado en su bosque no halló la muerte como los demás?

De alguna manera los rasgos del conde se suavizaron y una dudosa sonrisa apareció en su rostro repentinamente añorante. Fue como si de repente el invierno se convirtiera en verano. Como si el sol hubiera salido a mitad de la noche. Ricardo entre su miedo se encontró perplejo.

Cuando el conde parecía dispuesto a decir algo, de repente un fuerte viento abrió de par en par las ventanas, llevando adentro la lluvia. El fuerte viento arremetió contra Sehun, extrañamente parecía buscarlo.  Él se lavanto y miro hacia los ventanales, como si aceptará el desafío y la corriente arremetió voraz; despeinó sus cabellos y empapó su ropa, pero el rostro de Sehun que había vuelto a su estado apacible, no se inmutó.
Hasta que en un momento dado, cuando el viento se retiró y las ventanas se cerraron el rostro de mármol del conde parecía fracturado. Se había contraído en una expresión grotesca que desfiguraba sus bellos rasgos como si le hubieran mentado la peor de las groserías.

A sus oídos había llegado la voz dulce que con anterioridad Baekhyun escucho en el pueblo. La voz de Rouse cantando en honor a su muerte.

***
"Y su corazón escapó para convertirse en pájaro". El título de un libro que leí hace años.
Me salió más largo de lo esperado.




Of the gentleman [Sebaek] [Yaoi/Gay] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora