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El pánico en sus mentes y corazones había crecido como espesa y fría niebla en medio de un bosque a las últimas luces del alba.

El miedo de ser descubiertos y atrapados por la guardia real tiraba duramente de su lazo a cada minuto que pasaba sin la esperanza de triunfar.

Ellos solo se veían acorralados en la imposibilidad de huir.

Se sentían atados a su presente. A sus pocas opciones y reducidas vías de escape. La paranoia comenzaba a florecer en sus instintos y nada más que orar por su futuro es lo que podían hacer.

El príncipe se encogía aterrado a cada sonido emitido por los animales salvajes, o a los débiles rastros de algún aroma extraño que perturbaba la poca paz que aún flotaba dentro de su humilde hogar.

Tres días habían pasado desde que la guardia de su antiguo reino había llegado a la aldea a investigar.

Tres largos y pesados días en los que el guerrero y el príncipe habían evitado acercarse siquiera a los límites de la aldea para intercambiar sus pescados por algo más para comer.

Había transcurrido el suficiente tiempo para que ambos sintieran miedo de incluso salir del cálido refugio de su cabaña, para ir a su lago a pescar para comer.

Min se sentía inútil e impotente. Atado y desesperado a su difícil realidad.

Él se sentía enfermo y rabioso de no poder proveer más que miedo y miseria a su familia y hogar.

Porque sus comidas se habían limitado a pescados, frutos silvestres y barras calientes de pan que Manwol y su cachorro llevaban por las mañanas hasta la orilla del lago cerca de su claro.

Barras de pan casualmente olvidadas en el borde del agua, justo sobre las rocas secas después de que su pequeño cachorro jugara con el agua y ella decidiera regresar a la aldea a continuar con sus labores en la panadería.

Manwol les abastecía a escondidas con piezas de pan, y ellos ni siquiera sabían cómo pagar y agradecer todo lo que ella hacía por ellos.

No tenían con qué pagar el que ella se arriesgase a ser descubierta. Que arriesgara también a sus dos cachorros al salir incluso antes de que el sol saliera solo para llevarles algo de comer.

La joven emperatriz esa mañana les había dejado un buen puñado de nueces, galletas con sabor a miel y una nota oculta en el interior del caliente pan.

Un trozo de papel en el que les advertía sobre el incremento en los guardias de la tropa real. Ningún rendimiento ni baja en la repentina seguridad de la aldea.

También les confesaba con pena y pesar sobre su nula capacidad de ver más allá de lo ya soñado sobre ellos. De sentirse desesperada por ser incapaz de ver algo más de su futuro.

Porque parecía que la madre Luna había cegado su don para con ellos, y tal parecía que ella ya no les podría ayudar.

Tenían que tomar una decisión antes de que todo empeorara y ella les ofrecía su última oportunidad.

La última vía de escape en la que ella podría participar.

Porque nadie sospecharía de una omega embarazada, les tranquilizó.

Porque cubría su rostro y cabellos con enormes capas que trajo consigo de su antiguo hogar. Ella les daría las pocas joyas que aún conservaba y algo más de pan y nueces para que pudiesen sobrevivir mientras huyeran en busca de un nuevo territorio.

Ella les prometió entre letras el mantenerles informados hasta que el momento crucial llegara y todos lo pudieran tomar a su favor.

Porque ellos ya no podían vivir así.

Al anochecer (SuJin) Omegaverse Donde viven las historias. Descúbrelo ahora