Hogar

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Las calles de la ciudad estaban bastante limpias y ordenadas, la mayoría de ellas estaban esculpidas directamente sobre rocas, otras tantas estaban hechas de piedras sueltas, y unas cuantas echas a través de tierra o barro con techos de hoja. Había mucha variedad de casas era como si todo el pueblo fuera una mezcla de diferentes tribus que construían sus cosas en un mismo lugar.

Pero aún con toda esa diversidad de casas y de estructuras no había ningún desorden en las construcciones, se notaba que había una planificación en todo el desorden, como en el ancho de las calles que no cambiaba en lo absoluto, las casas por muy diferentes que fueran tenían un límite que no podían ni llegaban a rebasar, algunos utilizaban más o menos espacio dependiendo de sus necesidades pero, cada quien tenía su espacio para construir libremente.

Aunque desentonaba bastante ver una casa de piedra y luego literalmente al lado ver una hecha de hojas.

Las calles estaban alumbradas con faroles en cuyo interior contenían una flama naranja casi llegando a rojo colocadas una después de otra cada cinco metros.

El pueblo era bonito, pero lo que era realmente horrible de él era su suelo empedrado con el que el contenedor no había parado de golpearse desde que la mantis lo sacó de ver a los lideres de la tribu, su pobre trasero ya debía estar rojo de tanto golpe, estaba sufriendo y la matis no se daba cuenta, y no podía llamar su atención por más que quisiera.

Su único consuelo fue que, llegaron finalmente a la casa de Dalia, esta era una de esas hechas en barro con un techo de hojas perfectamente atadas unas a las otras.

—Muy bien aquí estamos, hogar dulce hogar—

El contenedor no había prestado atención a la conversación después del grito de Dalia y no sospechaba lo más mínimo lo que está le tendría preparado. El entendía que se iba a quedar con ella y ella le enseñaría lo que tuviera que aprender, eso él lo veía genial casi que ya podía verse aprendiendo toda clase de rituales y danzas raras de esa tribu.

La mantis entró a su casa y se desplomó sobre un cómodo sillón hecho de pieles que estaba en un rincón de la casa, el contenedor entró detrás de ella, al mirar el interior se encontró con un verdadero desastre, había platós por todos lados, huesos, carne, armas, en especial lanzas, regadas por todo el suelo, siendo algo difícil el avance por el lugar.

Claro el contenedor no se alarmó en absoluto por semejante cuchitril, no tenía ni idea de modales y mucho menos sobre la importancia de tener una casa limpia y ordenada, eran aspectos totalmente desconocidos para el. Puesto que nunca tuvo una casa, lo más parecido a eso fue el abismo y este era totalmente negro y lleno de máscaras de sus hermanos, cualquier lugar se veía ordenado a diferencia de eso.

Lo único que le llegaba a preocupar es que su compañero se llegara a lastimar con algo de lo que estuviera en el piso, referente a este, se había logrado calmar luego de salir de la sala de los Lords, eso fue tranquilizador en parte para el contenedor.

Dalia se encontraba tirada en su sofá rascándose un poco la cabeza, una vez su trasero tocó su asiento, la razón volvió a ella. ¿Que acababa de hacer? La realidad le dio un tremendo golpe.

Su orgullo la había traicionado había aceptado convertirse en la guardiana de un asesino despiadado disfrazado de un niño. Estupido Jade, estupido niño, estupida desición, estupido orgullo estupido ciempiés.

Maldecía a todos y todo lo que podía por lo que había pasado, mientras tanto él contenedor había logrado cruzar el camino del dolor versión casa desorganizada y llegar hasta el sillón con Dalia. De un pequeño salto logró sentarse, ambos se quedaron sentados en el sillón por largos minutos sin que ninguno tratara de llamar la atención del otro, hasta que finalmente el contenedor se aburrió y se durmió.

Rae, historia de una vasija Donde viven las historias. Descúbrelo ahora