Perdiendo dinero

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Aviso: este capítulo no está conectado con el anterior
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Albóndiga, la mascota de Rae, su compañera indispensable de viajes la cual disfrutaba de ser como su nombre lo indicaba, una albóndiga, muchos podrían creer que el nombre fue causa de la falta de sentido común de Rae y precisamente era así, pero también era bastante acertado, la pequeña disfrutaba de rodar por toda la caza como si de una rueda se tratara, además de ingerir cantidades ingentes de comida y pasar el día durmiendo en un rincón.

Rae disfrutaba jugando con ella, aparte de Dalia, albóndiga era el ser más cercano a Rae, eran como uña y carne siempre tenían que estar juntos a donde fuera que fueran, Rae la veía como parte de su familia y hoy estaba experimentando lo que era quedarse sin parte de su familia.

Nadie había muerto ni nada simplemente era que Dalia había salido de cacería y albóndiga estaba experimentando un cambio en su crecimiento que Dalia llamaba "muda de piel" al parecer era un proceso que los bichos hacían a menudo para deshacerse de su piel vieja y pasar a una nueva etapa de su vida, para Dalia fue un alivio, explicaba por qué la bestia estaba inusualmente hambrienta esos días y como muestra del cambio de piel de la criatura, Rae tenía prohibido alterar a albóndiga o hacer cualquier cosa que le obligara a moverse, pues este tipo de cambio hacía que las criaturas experimentaran ciertas dolencias en todo su cuerpo y en general se volvían muy dóciles y perezosas.

Rae solo podía ver a una albóndiga recostada en su cama durmiente, este proceso duraría cerca de un día y el pequeño como siempre sentía una impaciencia, pero más intensa de lo usual pues no tenía a alguien quien le hiciera compañía en todo un día.

Estar solo le recordaba a Hallownest, esa sensación de vacío que quería regresar y mantenerlo alejado de todo, quería hacer a un lado cualquier recuerdo de su pasado, quien fue y de donde venía, cosa extremadamente sencilla cuando estaba con alguien o se encontraba explorando, pero la soledad por desgracia le recordaba a eso.

No se lo había permitido pues tenía que asegurase de que nada molestara o moviera a Albóndiga pero sentía la necesidad de salir, o moriría de aburrimiento, solo sería un momento, estaría en casa antes de que Dalia llegara.

Tan solo poner un pie fuera de casa hizo de alguna forma que se sintiera culpable por lo que hacía, pero no importaba, podía ignorar ese sentimiento perfectamente. Las calles principales estaba inusualmente llenas y transitadas parecía que los comerciantes habían traído nuevos productos, actos que a Rae le importaban nada y menos a no ser que se tratara de comida.

La gente yendo y viendo hizo que Rae tuviera que esquivar a la gente hasta su alrededor sin querer llegó a la casa de un viejo conocido, llegó a la mismísima casa de Tiberius.

Y como sabía que era su casa, bueno a parte de los gritos de adulación a él mismo que provenían del interior de la casa había un enorme pedazo de madera con el nombre de Tiberius pegado sobre la puerta de su casa, además de tener su icónica firma con los brazos abiertos vigorosamente hacia el sol.

Tenía muchas ganas de ver a su ídolo de nuevo pero había algo que le molestaba al ver su casa, era incómodamente simple, era del estilo de las casas que había visto en boca sucia antes de irse y eso no podía estar bien, como era posible que Tiberius, aquel escarabajo corpulento que se la pasaba haciendo poses dramáticas no tuviera un monumento de si mismo como casa. Solo le quedaba esperar que por dentro hubieran al menos cien estatuas en miniatura de el mismo.

Como era habitual, empujó la puerta, la cual, como siempre estaba abiertas, y ahí estaba el en medio de una sesión de entrenamiento con una enorme roca sobre sus brazos, el sonido de la puerta abriéndose lo detuvo de sus sentadillas.

Rae, historia de una vasija Donde viven las historias. Descúbrelo ahora