Abrevar

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No solía hacer ruido. Apenas respiraba y estaba siempre tan calmado que podían pasar horas sin que nadie lo viera, a pesar de tenerlo a un lado. Aunque había comenzado a integrarse mejor gradualmente, ya era parte de su personalidad el silencio. Eso le había traído descubrimientos interesantes lejos de ofenderse. El resto de los pilares lo aceptaban como una compañía agradable, quizá un adorno inofensivo. No como Giyuu, a quien decididamente ignoraban o miraban con recelo. Como fuera, a Muichirou le gustaba ver la forma en que los demás se comportaban, cómo se relacionaban o simplemente cómo existían. 

Esa tarde en especial se había quedado sentado bajo el árbol del jardín del señor Ubuyashiki, después de una pequeña reunión. El clima les regaló un día soleado, despejado y agradable que por supuesto no iba a desperdiciar. No muy lejos de él llevaba unos minutos mirando la siempre extraña interacción entre Mitsuri e Iguro. No alcanzaba a escuchar de qué hablaban, pero la forma relajada de los ojos del extraño muchacho le decía que debía ser algo agradable. Le parecía curioso verlos, siempre. Ella era una explosión de dulzura, una compañía que no puede ser despreciada jamás por su extrema suavidad. Incluso Sanemi controlaba su lengua con ella. No sería ilógico que el chico fuera tan meticuloso con su trato hacia ella si este fuera accidental u obligado. Lo que le sorprendía sinceramente era la forma tan sutil, eso sí, en que la buscaba. Para los demas quizá apenas fuera una coincidencia o una nimiedad, pero para alguien como él que miraba con atención, era algo incluso...tierno. No era la palabra más acorde a alguien como Iguro a una primera mirada, el sujeto sí que daba miedo, debía reconocer. Pero no cuando estaba cerca Mitsuri. Entonces Iguro relajaba sus músculos siempre listos a deslizarse para atacar y caminaba con mucha cautela para no asustarla, ofreciéndole algún caramelo o bocadillo que mantenía oculto exclusivamente para ella. El tono de su voz se volvía algo tembloroso a las primeras frases, pero se dejaba fluir al mismo ritmo apacible que Mitsuri radiaba después y antes de notarlo ambos estaban riendo, compartiendo la comida que Iguro intencionalmente dejaba a la mitad para que ella tomara un poco más. Los veía de lejos porque algo le decía que no podía interrumpir ese ambiente, que no era correcto. 

Se abrazó a sus rodillas, apoyando la mejilla contra éstas, viendo curioso cómo Mitsuri parecía preocupada por algo, cómo Iguro negaba con la cabeza, volteando a ver a la serpiente enroscada en su cuerpo que estaba totalmente laxa sobre su hombro. Ella parecía insistir e Iguro se puso de pie, negando. Ella tomó el recipiente con agua que habían estado bebiendo y vació un poco en sus manos, ofreciéndosela al pequeño animal. Apenas levantó la cabeza, olisqueando y Muichirou pensó que no era muy seguro que un animal así se acercara tanto. Quizá Iguro ya lo tenía domado pero ella... 

El animal hundió sus fauces en el pequeño charco en las manos de Mitsuri, después que Iguro por fin se inclinara para permitirlo. La escuchó reír, complacida como una niña pequeña ante una travesura. Veía las gotas escurrirse por sus antebrazos ante la celeridad con la que la serpiente bebía y unos segundos después de terminar el agua, la vio erguirse de nuevo a la altura del rostro del chico, quien la miró con algo parecido al reproche. Seguro dijo algo. Porque la serpiente enseguida se desenrrolló de su cuello para comenzar a deslizarse por los antebrazos de Kanroji hasta finalmente enroscarse en su cuello. Se ocultó entre sus largas trenzas, reconociendo casi como si fuera su propio nido. La chica estaba al borde de las lágrimas, pasando con delicadeza sus dedos por el vientre del animal, murmurando algo que hizo que Iguro la mirara con una mezcla de dulzura y gratitud que incluso a él, humilde expectador, le conmovió. Se alejó, temeroso de que ellos descubrieran su presencia y se sintieran incómodos.



Tanjirou era el responsable por su nueva y desbordante empatía y le encantaba. 



Aunque llegara a olvidarlo, aunque llegara a marcharse por siempre, una parte de su vida y su persona habían cambiado por él, había dejado una impronta tan profunda que ya jamás podría ser separada de quien era Muichirou. Era reconfortante sentirse así. Se sacudió el polvo que le pudo haber quedado al incorporarse y caminar hacia la Mansión de las Mariposas, donde sabía Tanjirou todavía estaba preparándose para su siguiente entrenamiento. Le gustaba el camino que debía seguir, podía mirar el pasto creciendo a partes desiguales entre donde acostumbraban pisar  y donde no, las marquitas que dejaba el rocío y el pasto pisado en sus sandalias. El calor del sol que irremediablemente le recordaban a la forma en que su amigo le acarciaba el cabello por las noches para que pudiera dormir, cuando le limpiaba el rostro entre risas por su forma descuidada de comer. Los sonidos de los insectos entre la yerba. Le gustaba estar así de consciente de su existencia. Podía parecer aburrido, distraído, pero se estaba rescatando a él mismo de años enteros en una zona insensible y nublada. Fragmento a fragmento, quería infundirse el deseo y la inquietud por la vida que había dejado pausados por el dolor de la pérdida, por el terror que le congeló. Él debía ser el primero en valorar su existencia, pensaba, y debía entonces comenzar por comprenderla. Arrancó un par de flores, guardándolas en sus manos para Nezuko. Ella parecía comprender la importancia de las flores, de las piedras o trozos de madera que él le llevaba y él lo valoraba muchísimo. Los hermanos Kamado eran personas tan amables que era imposible no quererles. 

Aunque, por supuesto, Muichirou tenía un cariño muy diferente para cada uno. 

Saludó a las chicas , cambiando sus pasos al escucharlas decir que acababan de servir la cena. Llegó al comedor, viendo a Inosuke, Zenitsu, Kanao y Tanjirou en la misma línea, con los tazones en el suelo para poder compartir entre todos la comida. Estaban riendo, incluso Kanao apenas en un brochazo discreto, pero estaban riendo. 

-Tokitou, pensé que te quedarías con los demás pilares- Tanjirou se apresuró a abrir un espacio junto a él para que se sentara, buscando entre las mesillas individuales un par de palillos para darle. Sonrió, aceptando su lugar y saludando distraído al resto, quienes continuaron riendo sin prestarle demasiada atención. Aceptó el tazón de arroz que Zenitsu le ofreció. Se acomodó contra el hombro de Tanjirou, notando entonces lo cansado que le dejó la caminata-¿Tienes sed?- 

Lo miró un par de segundos, desde el rostro aniñado, rodeado por esos mechones como briznas borgoñas, la curvartura que hacían sus labios en una sonrisa perenne, ahora manchada por el aceite de la comida frita, esa marca en su frente que lo señalaba como un prodigio, hasta la jarra de agua fresca que le estaba ofreciendo. Asintió, tomando la jarra, sin mebargo no dejó de mirarlo. Tomó las manos de Tanjirou, juntándolas para hacer un cuenco y aunque el chico lo miró con duda no se resistió. Vertió un chorro de agua en ellas, sujetándolas para inclinarse a beber. Pudo sentir el calor en el cuerpo del chico aumentar, pero no se alejó, sorbiendo como un pajarito, sintiendo sus cabellos caerle a los costados de la cara, rogando no ensuciaran su pequeña fuente. El resto de los presentes se habían quedado mirando la extraña escena cada cual con una reacción diferente. Zenitsu se había sonrojado hasta las orejas y había comenzado a balbucear, Kanao pestañeaba curiosa mientras que Inosuke... seguía comiendo, cuestionándose por qué estaban tan sorprendidos por algo tan normal. Todos los animales sedientos buscan un abrevadero, era lo más natural del mundo. Chasqueó la lengua, robando el camarón frito que se suponía era para Zenitsu.

Muichirou se limpió los labios con el dorso de su traje, sonriéndole a Tanjirou en gratitud, mientras el chico no atinaba a separar sus manos, menos a limpiar los restos de agua que había quedado en ellas. 



El aroma a fresas que lo envolvía se volvió más dulce que nunca. 

FresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora