Sonata quebrada

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Veía su aliento en una niebla que poco a poco se iba haciendo menos densa y podía comprender por qué. Estaba adelgazándose, no debilitándose sino al contrario, lo estaba racionando para no herir sus pulmones más. Escuchaba las voces apresuradas, la emergencia de las vidas que se están salvando, la tristeza de las que se perdieron y una pequeña, casi opacada alegría. Respiró más lentamente al sentir una sombra acercarse y cargarlo en una improvisada camilla de hojas y palos. Todo había pasado tan deprisa, sentía que sólo habían pasado un par de segundos mientras la Primera Luna lo destrozaba a la par de Genya, apenas un segundo en lo que sintió sus extremidades dormirse al separarse, la sangre, el dolor y la rabia. Apenas un segundo atrás había vuelto a escuchar la tan largamente añorada voz de Yuuichirou, apenas un segundo para ver a su madre y padre otra vez y rogar quedarse con ellos. Estaba tan cansado, estaba tan triste y asustado. Había dejado hasta la última gota de su sangre en esa batalla, para salvar a todos aquellos a quienes amaba.

Había entregado su propia vida para hacer la vida de Tanjirou menos breve.

No estaba arrepentido, estaba listo. Quería quedarse en el tranquilo paisaje de sus recuerdos, ahí pertenecía, en la calidez de su familia, en la sonrisa de su hermano al tomar su mano y llevarlo a... ¿A dónde lo estaba llevando? Después de la reprimenda por no haber sobrevivido ¿Acaso lo estaba regresando? Quiso negarse, aferrarse a la delgada mano de Yuuichirou para que no le dejara caer de vuelta. Estaba totalmente destrozado ¿ Por qué quería que volviera? Intentó gritar pero al recuperar la consciencia también volvió el dolor y debió cuidar su respiración. El olor a muerte era tan penetrante que no podía asegurar que realmente seguía vivo. Y realmente rogaba ya no estarlo. 


-Por favor, déjenme aquí- murmuró a las personas que lo transportaban- ocúpense de los demás heridos, yo no voy a sobrevivir, no pierdan tiempo- pero hablaba tan bajo que nadie lo escuchaba. Miró por última vez el desolador panorama, muertos siendo apilados para una sepultura digna, heridos siendo transportados, más sanadores buscando y movilizando a los que podían ayudar. El sol todavía no salía, pero todos se movían con tanta seguridad que sólo podía significar que habían sido llevado lejos del lugar de batalla.

O que habían vencido.

-¿Lo logramos?- su pregunta tampoco alcanzó a ser escuchada. Cerró los ojos, queriendo llevarse al corazón esa esperanza.

 Cerró los ojos, queriendo llevarse al corazón esa esperanza

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Sucedió una noche. Al filo del amanecer, cuando las estrellas se estaban acercando a su huida. Tosió un par de veces antes de abrir los ojos. Estaba vivo. No tenía idea de cómo lo había logrado, pero estaba vivo. Le dolía hasta el último de sus cabellos, pero el aire entraba en sus pulmones y salía con un tempo de adagio doloroso pero constante. Los ojos le dolieron a pesar de la oscuridad y trató de recordar. Habían ganado. Habían vencido a Muzan y en el mismo momento que vio la última brizna de su ser desvanecerse, la espada se resbaló de sus manos y se dejó caer. No sabía cómo había llegado ahí, pero estaba a salvo. Pestañeó una vez más, pasando de ese adagio a un andante al recorrer en su memoria todas las muertes que había atestiguado. No desde Shinobu, sino desde su propia familia. Los ojos le quemaron por las lágrimas y debió juntar el valor de detenerse. Estaba muy herido y cansado para llorar. Estaba seguro que al menos Inoskue y Zenitsu lo habían logrado también, aunque no sabía exactamente en qué condiciones los iba a encontrar. También debía buscar a Nezuko, preguntándose si acaso la medicina que Tamayo le había dado tampoco había tenido efecto en ella. Después le haría ir con él a visitar todas las tumbas de quienes habían hecho posible su victoria a rendirles los debidos respetos. Tragó saliva y se mordió la lengua para controlarse cuando llegó al recuerdo de Muichirou.

¿Qué se suponía que iba a hacer con eso?

Todas las muertes habían sido dolorosas, desgarradoras y terribles. Todas las personas era preciadas y sin embargo Muichirou le pesaba un poco más en el alma. No podía ni pensarlo sin que el llanto amenazara con mantenerlo despierto el resto del día. Exhaló e inhaló con pesadez, convenciéndose que no estaba en condiciones de pensar al respecto. Debía preocuparse por su hermana y sus amigos, por ayudar al resto de cazadores y reconstruir la organización, volver a empezar.

Un aroma comenzó a quebrar la noche , justo al filo. Abrió la boca, se recorrió con sus manos hasta pegar la espalda contra la cabecera, nervioso. Olfateó lo más profundo que pudo, a pesar del dolor. Miró a los lados, pero ahí sólo había personas desconocidas. No podía ver por la oscuridad, se dejó guiar por su nariz. Con una dificultad increíble logró poner un pie fuera de la cama y aunque se tropezó al poner el siguiente, no se rindió. Juntó cada partícula de energía en su sistema para levantarse, sujetándose de las orillas de las camas para seguir andando, al salir al pasillo se recargó contra la pared, deslizando sus pies uno a la vez para andar. Quería correr, necesitaba ir más rápido pero apenas unos momentos atrás ni siquiera había recobrado la conciencia, se estaba exigiendo demasiado. Aspiró de nuevo, temeroso de estar alucinando porque él mismo había escuchado al cuervo decir su nombre, él mismo había escuchado a Himejima totalmente devastado al haber visto morir a esos dos jóvenes y era imposible. Pero su corazón no le dejaba detenerse a pesar de lo absurdo que parecía. Olfateó una vez más y encontró una puerta cerrada, en una de las habitaciones más pequeñas. Sus dedos se tensaron sobre la perilla, pensando qué podía decir si se equivocaba.

Pero no.

Ahí, bajo el claro de luna que se colaba por la ventana entreabierta, bajo una gruesa capa de sábanas y vendajes, con el color terriblemente pálido de quien apenas escapó de la muerte. Tan claro como el día.

-¿Mu... Muichirou?- susurró, llevándose una mano a la boca para cubrirse por el asombro, sintiendo las rodillas por fin cederle, apenas alcanzando a sostenerse de la puerta para no caer. Podía notar que estaba terriblemente herido, bajo las sábanas intuía la falta de una  pierna y un brazo. Pero ahí estaba. Respirando trabajosamente y sin embargo tan apacible. Se soltó de la puerta y como era de esperarse, le venció el peso, apenas pudo poner las manos para no azotarse contra el suelo. Se incorporó, buscando de dónde sostenerse pero decidió que podía dar otro paso más. Otro. Otro hasta que alcanzó la cama. Su rostro no tenía ninguna herida sin embargo reflejaba el impacto que había recibido, las mejillas hundidas y el color apenas existente, las ojeras bajo sus ojos. El cabello ahora deslucido desparramado por la almohada, su cuerpo mucho más delgado y ahora cambiado por la falta de extremidades. No importaba, absolutamente nada importaba.

- Gracias, gracias, Dioses, gracias- comenzó a sollozar, arrodillado delante de su cama, apretando su mano con delicadeza, besándole. A pesar de su propia convalecencia, Tanjirou no se apartó de su lado el resto de la noche, ni cuando por fin amaneció.

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