A menudo se escribe que la vida de Philip K. Dick resulta más interesante que su obra. No estoy de acuerdo, pero me parece una frase perfectamente aplicable a su tetralogía de Valis. O más bien, conocer lo que por entonces le pasaba al autor por la cabeza es precisamente lo que convierte unas novelas que podríamos considerar menores en algo fascinante. Pero, ¿qué fue aquello que tanto marcó al padre de Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Pues una historia tan extraña que podría haber salido perfectamente de sus páginas.
Todo comienza en los convulsos años 70. Nuestro hombre, recuperándose de la extracción de una muela del juicio rota, abre la puerta de casa para recibir sus analgésicos. Frente a él, una joven de cabello oscuro hace la entrega con rutinaria parsimonia. Dick tiende la mano para recoger la bolsa con el producto, y de pronto algo llama su atención. La mujer lleva un... colgante con forma de pez. Pero, ¿por qué no puede dejar de mirarlo? ¿Qué tiene de especial? Sin poder responder a esa pregunta, y parafraseando su propio testimonio del incidente, el colgante le dispara un rayo láser rosa directamente al cerebro.
Antes de seguir, conviene hacer un pequeño alto para destacar una cosa. Y es que Dick siempre fue una persona sumamente inestable y paranoica. Cuando Stanislaw Lem lo ensalzó como el mejor escritor de ciencia ficción norteamericano de su tiempo, se lo tomó como parte de un complot del Bloque del Este para desacreditar su lealtad a los Estados Unidos. Cuando un día, volviendo de la calle, se encontró su habitación patas arriba, se convenció de que el FBI se había colado en su casa. Luego concluyó que debió haberla desordenado él mismo y luego olvidarlo. En su juventud, experimentó con toda clase de alucinógenos. Sufrió cinco matrimonios fallidos y un intento de suicidio.
Entender lo que a partir de entonces experimentaría como un auténtico fenómeno extrasensorial o como simplemente los desvaríos últimos de una mente enferma, dependerá por completo de cada cual. Existen, de hecho, diferentes versiones de esta historia que parecen favorecer más a una u otra postura. El propio Dick, que pasó el resto de su vida tratando de explicarse el fenómeno, se contradecía constantemente, cada vez que necesitaba encajar lo sucedido dentro de alguna teoría que le convenciese. Llegados a este punto, separar lo real de lo ficticio, las medias verdades y los adornos románticos introducidos por terceros narradores se vuelve una tarea imposible.
La cuestión es que el supuesto rayo láser parece despertar una vivida alucinación en el escritor, viéndose a si mismo como un miembro de los primeros cristianos en la Roma del siglo primero. Lo siente, en sus propias palabras, como desenterrar un recuerdo lejano que siempre estuvo con él.
A partir de ahí, nuevos e intrusivos episodios se suceden sin descanso; los modernos edificios de su Berkeley natal se transmutan en construcciones del mundo antiguo, escucha música en la radio incluso después de desenchufarla, a menudo lo asaltan voces cuya procedencia no puede identificar. Es como si de pronto estuviera viviendo un sueño. A la vez que su estado degenera, su nueva identidad se va comiendo a la original. Esto provoca que le cueste cada vez más dilucidar si es Dick, el escritor de ciencia ficción que se sueña romano, o un romano que suena con un extraño mundo alternativo en un imperio que en realidad nunca cayó.
Pero no estaríamos hablando del tema si todo se redujera a anécdotas tan fácilmente explicables mediante la hipótesis de la locura. Y si bien detalles como el hecho de que su esposa de entonces también afirmaba haber escuchado la música y las voces se pueden resolver pensando en una mujer bienintencionada que miente para proteger a su marido, la madriguera es más profunda que esto. Ocurrieron casos que desafiarían al escéptico más recalcitrante.
La más famosa e impactante, mismamente, lo convierte en profeta. Una tarde cualquiera, empieza a gritar que su hijo tiene una hernia inguinal y que necesita una intervención de urgencia, describiendo el problema con precisión. Su esposa no le pregunta nada más, no hay tiempo que perder, ambos se limitan a llevarlo corriendo al hospital, que es lo que realmente importa en ese momento. Allí, el médico confirma su diagnóstico y lo pasan a quirófano, culminando en una operación que resulta ser un éxito. Pero claro, pasado el peligro, la inevitable duda sale a la superficie. ¿Cómo pudo saberlo? ¿Cómo pudo describir tan detalladamente un problema que apenas entendía y que, posteriormente, al ponerlo por escrito, apenas supo explicar? La respuesta fue contundente: se lo había comunicado un ser superior.
Esta voz, este ente que lo acompaña, que se comunica con él, que llena su cabeza de información y llega a identificar con Dios... es lo que terminaría bautizando como Valis, siguiendo las siglas de Sistema de Vasta Inteligencia Viva en inglés. O Sivainvi, según las primeras traducciones de sus libros a nuestro idioma. Valis seguiría con él hasta el fin de sus de sus días y tampoco sería la ultima vez que lo contactara para hablarle de su hijo, pero eso ya es historia para otro artículo más extenso.
Si has llegado hasta aquí y aún no sospechas qué tiene que ver todo esto con ninguna película o por qué es importante, en esencia acabo de resumir la premisa principal de la novela Radio Libre Albemuth, así como la de su adaptación homónima rodada en 2010 y distribuida en 2014.
Fue la primera de cuatro historias en las que, mediante una versión ficcionalizada de los hechos, el escritor trató de otorgarle un sentido a algo que le superaba. Muchas de las anécdotas narradas anteriormente aparecen tal cual en la cinta, de fuerte componente autobiográfico. Incluso hay un personaje que se llama Philip K. Dick, secundario, que sirve de apoyo al protagonista, en esencia también Philip K. Dick con otro nombre. Cuando ambos interactúan, lo que el autor hace es preguntarse desesperadamente qué le pasa.
La parte ficticia llega en forma de distopía formulaica. El presidente Fremont, sosias de Nixon (que Dick odiaba y más tarde llegó a identificar como el emperador que perseguía a su versión cristiano-romana) gobierna los Estados Unidos de América con puño de hierro. Esto lo consigue mediante una campaña de paranoia y miedo contra una supuesta organización subversiva que amenaza el país, Aramchek, y unas fuerzas de seguridad que recuerdan inevitablemente a la Stasi u otros grupos de control social reales, los Amigos del pueblo Americano.
Paralelamente, Nicholas Brady, un sencillo padre de familia, comienza a sufrir de unas extrañas visiones que parecen querer comunicarle algo importante. Es posible que el presidente no sea exactamente quien dice ser.
La premisa, para qué engañarse, suena un poco vista. El propio autor ya había tratado mejor este tipo de sociedades con su El hombre en el castillo, y de no ser por la aparición de Valis estaríamos ante material esencialmente derivativo, un 1984 de cartón piedra. Pero no es el caso, y es su combinación con ese otro recurso argumental, el contacto con un ser divino, así como su alto contenido directamente transcrito de experiencias reales... lo que hace que el resultado se eleve un poco por encima de la media.
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La ciencia de la pantalla
Aléatoire¿Eres cinefilo? ¿Te gustan las series? ¡Eres uno de nosotros! Prepara tu canasta de dulces y palomitas, siéntete cómodo, apaga las luces y prepárate ver leer un poco de la ciencia ficción en la pantalla. Pd: aplica para todo tipo de pantallas.