1. El ataque

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Ese día era fiesta en el reino. Ardía en deseos de asistir de nuevo junto con mi familia. Mis dos hermanos estaban impacientes por conocer damas y mi hermana pequeña solo pensaba en engullir manzanas de caramelo y algodón de azúcar. La feria en la ciudad al pie de la colina, sobre la que estaba situado el castillo, traía alegría y visitantes extranjeros, por lo que aumentaba la guardia y el control de seguridad.

Era el segundo año que asistiría. Esperaba volver a encontrarme con aquel joven apuesto y misterioso con el que competí en algunos de los juegos de la feria. Esa fue la primera vez que me atreví a escapar de la vigilancia de mis padres. Me dio una capa para pasar desapercibida y me cogió de la mano, llevándome a un lugar más apartado de la feria, que se extendía hasta las afueras de la ciudad. Nos sentamos sobre la hierba, contemplando el cielo nocturno. Su mirada indicaba nostalgia al dirigirse a la luna.

- ¿Qué te ocurre?- le pregunté.

- Es solo que... pocas veces puedo disfrutar de esta libertad. Tengo una vida llena de cargas y responsabilidades. Todos esperan mucho de mí, pero a veces me siento solo...- entonces se llevó la mano a la nuca y me miró-. No debí decirte esto, olvídalo. No necesitas preocuparte.

- Sé cómo te sientes. La vida de una princesa también es así. Siempre estudiando y aprendiendo y todos pendientes del más mínimo error... Poder escapar ahora contigo y ser yo misma por un momento... es como si se aliviara mi carga, como si no tuviera que preocuparme de lo que piense nadie ni de lo que me espera al volver... Gracias por traerme- le di un beso en la mejilla.

- Me agrada mucho tu compañía, espero poder volver a disfrutarla- sonrió y me ayudó a levantarme, tras lo cual hizo una reverencia y me besó la mano-. He de irme, pero no te olvidaré.

- Espero que mi recuerdo pueda aliviar tu carga- me sonrojé.

- Solo hay una forma de averiguarlo- me guiñó un ojo y se dirigió hacia su caballo, que no estaba lejos. Lo desató, se montó y se alejó galopando, despidiéndose con la mano.

No dejé de acordarme de él y desde entonces solo anhelaba volver a verle mientras me preguntaba si le habrían sido útiles mis palabras para seguir con sus tareas sin desanimarse. Miraba por la ventana del pasillo frente a la sala de audiencias del rey, sentada en el banco acolchado y cubierto con terciopelo encajado entre las paredes y la ventana decorada con cortinas a cada lado.

Mi hermana, Sara, más pequeña que yo con dos años, estaba sentada a mi lado. Ese año había cumplido los catorce años y ya era toda una señorita. Yo, sin embargo, prefería las actividades dinámicas, como montar a caballo, acampar, jugar a algún deporte, deslizarme por los pasamanos cuando nadie miraba... Ella prefería estudiar, dibujar, escribir, tocar instrumentos... Se le daba muy bien la caligrafía, mientras que yo me había hecho a la idea de que siempre tendría letra de médico. A mí también me gustaba dibujar, pero mientras ella dibujaba paisajes, vasijas y flores, yo prefería inventar fantásticas criaturas, vestidos de cuento y situaciones caricaturizadas. Una vez dibujé a un capitán enfadado gritándole a un soldado. Después dibujé al soldado llorando solo. Y luego a su mujer consolándole. Para mí era divertido representar expresiones faciales y secuencias de acciones. Cuanto más dinámico, mejor. Era lo que nos diferenciaba a mi hermana y a mí: yo prefería acción y ella tranquilidad. Pero algo que ambas teníamos en común era nuestra pasión por las historias. Siempre nos contábamos todo.

Con mis hermanos, era un poco diferente. El mayor, Eric, me sacaba tres años y era más maduro y serio, y a veces un poco sobreprotector, mientras que el segundo, Matthew, dos años menor que él y uno mayor que yo, era más travieso, pero también cariñoso. A veces competíamos en carreras, saltos, hípica, crocket... Incluso bromas que nos gastábamos, en las que a veces entraban también Sara y Eric. Pero cuando tenía frío me daba su abrigo, y si alguien me criticaba, me defendía. Yo siempre estaba ahí cuando le castigaban, llevándole algún dulce o vendándole la rodilla cuando se caía de algún árbol. Aunque no dudaba en regañarle por gastar bromas a los criados.

Fugitiva en mi reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora