2. Los bandidos

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Después de que algunos soldados recogieran leña, el rey ordenó rodear el bosque y avanzaron a galope un buen trecho hasta que el bosque apenas se divisaba a lo lejos. Solo entonces se dio la orden de acampar hasta que fuera de mañana. Montaron las tiendas de campaña alrededor de la hoguera y se dispusieron a comer. Me acordé de Matt y me pregunté si encontraría agua y comida. Cuando el rey me bajó del caballo y me dejó sola para ir a montar su tienda, tuve la gran tentación de desatar el caballo de la estaca, montarme de nuevo y huir, pero no solo no tenía adónde huir, el bosque estaba lejos y me verían enseguida si escapaba. Tendría que esperar a que se durmieran todos, cosa que no parecía que fuera a suceder pronto. Además, el amanecer estaba cerca. El rey me sorprendió mirando hacia el bosque con una mano sobre las riendas del caballo. Apareció de pronto detrás de mí y di un respingo. Tomó mi mano con tranquilidad y la apartó del caballo.

- Eres una señorita inteligente, no cometerías la locura de intentar escapar en nuestras caras, ¿verdad?

Negué con la cabeza y volví a mirar hacia el bosque.

- Solo pensaba.

- ¿En tu hermano? Tendrá suerte de sobrevivir en el bosque con los lobos rondando por ahí. Cuando vinimos pasamos por el bosque y tuvimos que defendernos de ellos. Afortunadamente para ti no te dio tiempo a entrar.

No estaba segura de si era más afortunada con él o con los lobos. Aunque seguramente si un lobo me atacara y él estuviera ahí probablemente le elegiría como escudo. Desde luego cualquier cosa era mejor que la muerte, ya que mientras estuviera con vida habría esperanza, podría hacer algo.

- Yo... creo en él- dije-. Vivirá.

- Ven, acércate al fuego, la temperatura está descendiendo, y seguirá haciéndolo hasta que salga el sol.

Notó que mi mano estaba fría y la frotó un poco con las suyas. Después, hizo lo mismo con mi otra mano. Me sonrojé y comencé a sentir calor dentro de mí, aunque no era precisamente porque me frotaba las manos... sino por quién lo hacía. Apenas le miraba a los ojos, pues cuando lo hacía, me invadía una sensación inquietante. Era como si no lograra recordar o darme cuenta de algo. Me dejé guiar hasta la hoguera y me senté a su lado, como me indicó, pero tenía demasiado calor estando ahí y me alejé un poco cada vez hasta que estaba un metro y medio más alejada del fuego que los demás.

- ¿Qué te ocurre? ¿Tienes calor?- me preguntó.

Asentí. Se acercó a mí y se quedó sentado a mi lado. Me miró la cara y vio que estaba roja.

- Vaya supongo que sí te afecta el calor de la hoguera.

No estaba segura de que fuera por el fuego, pero asentí igualmente. Algunos soldados fueron a dormir y el rey me dijo que podía ir a dormir en su tienda, ya que él se quedaría de guardia esa noche. Así lo hice y me tumbé boca abajo sobre la alfombrilla del suelo y cubierta con mi capa. Tenía la cabeza cerca de la apertura de la tienda para poder mirar fuera hasta que me entrara el sueño. Observé su rostro pensativo mirando el fuego mientras esos tonos cálidos se reflejaban en sus oscuros ojos. Me pregunté en qué estaría pensando. Entonces, me di cuenta de que no conocía su nombre. Tendría que acordarme de preguntárselo al día siguiente. Mi cabeza se ladeó, apoyándola sobre mis brazos entrecruzados en el suelo. Mis ojos seguían puestos en él cuando me miró. Yo aparté la mirada, pero volvió a él. Sonrió y mis párpados se cerraron, cansados. El sueño me venció y me quedé dormida así, con la cabeza casi fuera. Desperté con el movimiento del caballo. Cuando abrí los ojos vi que estaba sentada sobre el caballo del rey, con la cabeza apoyada en su pecho. No entendí cómo pude seguir durmiendo a pesar de que me cogió y me montó en el caballo. Debí de estar muy cansada.

Fugitiva en mi reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora