10. La huida

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A la mañana siguiente desperté tarde. No quería levantarme y ver al rey. Eché un vistazo, pero no estaba. Suspiré aliviada, aunque sentía un peso en mi corazón por la tensión que había entre nosotros. Vi que me había dejado una nota en la mesa junto a una bandeja con el desayuno. Era obvio que me invitaba a quedarme en la habitación. Fui a la puerta y traté de abrirla. No estaba cerrada, pero había guardias que tenían la misión de no dejarme salir o si era necesario, escoltarme. No sería fácil escaparme para ir esa noche a la posada.

- ¿Desea algo, princesa?- me preguntó un guardia.

- ¿Hay algo que pueda o deba saber? ¿Dijo algo el rey?

- Nos ha mandado que hoy vigilemos que nadie entre ni salga de su habitación.

- ¿Hoy? ¿Por qué solo un día?

- Porque hoy estará más ocupado que otros días y no puede atenderla, princesa.

- Gracias. ¿Algo más?

- ¿Quiere que le traigan todos los regalos de su cumpleaños desde la sala hasta la habitación?- preguntó el otro guardia.

- ¿Hay uno que sea de parte del rey?

Los guardias se miraron entre ellos, preguntándose con la mirada qué contestar. Finalmente tomaron la decisión de guardar silencio al respecto.

- No nos corresponde a nosotros hablar sobre eso. Por favor, pregúntele al rey.

- Está bien, traed el resto.

Me entretuve unas horas con los regalos tras el desayuno. No leí la nota del rey. Temía su contenido. ¿Cómo se dirigiría a mí estando en esa situación? Lo evité por un tiempo, pero finalmente decidí leerla. En ella ponía que volvería muy tarde y que no le esperara, que me fuera a dormir cuando tuviera sueño. Además, esperaba que pudiera ser comprensiva y actuara de forma madura, para poder entendernos y que hubiera buen ambiente. Por lo visto, en sus ojos yo era la que estaba equivocada y debía dar el paso para arreglar las cosas con él.

Me enfadé y rompí la nota. Los trozos de papel cayeron al suelo junto con los demás envoltorios de algunos de los regalos que abrí. Entre los regalos encontré algo muy útil. Debía de ser de parte de Lucca, para ayudarme a escapar. Hacia la tarde, cogí dos pañuelos y un tarrito y abrí la puerta de la habitación.

- Encontré esto en uno de los regalos y no sé qué es- les di a oler los polvos del tarrito.

Empezaron a estornudar y me dijeron que eran unos polvos para gastar bromas a la gente y no entendían por qué alguien me regalaría eso. Les presté los pañuelos para sonarse tras un rato de estornudos y los usaron. Mientras cerré la puerta diciendo que me echaría un rato la siesta y no me interrumpieran. Poco después, hizo efecto. Yo ya estaba preparada para salir. Abrí la puerta con cuidado y vi que los soldados se habían dormido. Cerré con cuidado y me dirigí a los establos, evitando a los sirvientes y cortesanos.

Preparé el caballo, lo monté y cabalgué sin parar y sin volver la mirada hasta llegar a la posada. La sustancia de los pañuelos duraría tan solo diez minutos, por lo que los soldados no se darían cuenta de que sucediera nada y aunque analizaran los pañuelos, la sustancia se habría evaporado y perdido su efecto.

Esperé en la posada con la capa y la capucha puestas hasta que vi llegar a Lucca. Era hora de irse.

***

Andrés llegó cansado a la habitación. Ese día había estado muy ocupado con asuntos de relaciones internacionales y la reunión con los embajadores fue larga. Tuvo que leer documentos con todo tipo de letra pequeña y ya ni veía con claridad, por lo que al ver un bulto bajo la manta en el banquillo, se figuró que Amy estaba durmiendo y él mismo fue a hacer lo mismo. A la mañana siguiente, había recuperado las energías y se levantó sin demora, estirándose. Su mirada rápidamente se dirigió hacia el banquillo, pero algo más le llamó la atención.

Fugitiva en mi reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora