8. Oportunidad desaprovechada

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A la mañana siguiente, me levanté y vi que estaba sola en la gran habitación. Fui a su cama y vi que su manta estaba doblada y encima había una nota. La leí y no pude evitar sonreír.

"Buenos días, mi querida princesa:

Espero que descansaras bien y estés llena de energía para venir a desayunar conmigo en la terraza trasera y luego ir a una pequeña excursión. Te alegrará saber que se trata de un regalo que deseo ofrecerte. Para cuando despiertes seguramente ya habré terminado mis tareas, pero en caso de que todavía no esté ahí, espera por favor unos minutos, llegaré enseguida.

Un abrazo,

Tu rey

P.D.: Por ahora puedes llevar puesto un vestido de tu madre, el baúl está al lado del armario."

Fui a cambiarme y peinarme. Imaginé que necesitaba ir cómoda, ya que seguramente iríamos en caballo. Y si no fuera así, caminar mucho rato con un vestido de gala y zapatos con tacón no eran la mejor opción. Me puse un vestido simple pero bonito y cómodo, unos botines y me recogí el pelo con un lazo en una coleta baja, sin olvidarme del perfume. Antes de irme, recogí mi manta y la puse encima de su cama. No había nadie que me pudiera ver... así que me tumbé un poco en la cama, sintiendo su olor perfumado. Esperaba que nunca nadie me viera haciendo eso. Me salió una risilla de vergüenza y salí de la habitación.

Busqué la salida hacia la terraza trasera y finalmente la encontré: detrás de unos grandes ventanales, o más bien una pared de cristales de colores por los que se filtraba la luz, llenando la sala de tonos claros de azul, amarillo, rosa, verde y violeta. Salí y vi el paisaje. Era precioso. No solo el jardín con un lago pequeño artificial y flores y árboles frutales, sino también el campo y las montañas que se veían a lo lejos. Mis montañas. Peligrosas y bellas montañas. Mejor de lejos, sí.

Entonces salió también Andrés y me invitó a desayunar. No pude conseguir que me dijera nada sobre adónde íbamos. Como supuse, fuimos a caballo, aunque podríamos haber ido en un carruaje. Mientras cabalgábamos por el campo de detrás del palacio, le pregunté qué ocurrió con el carruaje que íbamos a coger al llegar a su reino que nos llevaría hasta el palacio. 

- Al cortesano encargado se le olvidó enviar uno.

- ¿Le has despedido?

- Lo habría hecho si no fuera un pariente. Y porque suele hacer bien su trabajo.

Sonreí. En realidad él sabía apreciar a quienes lo merecían. Esa cualidad no me desagradaba de él. Pronto llegamos a un rancho donde cuidaban y vendían caballos. Bajamos del caballo y fuimos a ver a los demás. Hubo uno que me llamó mucho la atención, era blanco, pero de rodilla para abajo gris y tenía una mancha gris alrededor de uno de los ojos. Me pareció hermoso y único. 

- ¿Por qué no le pones nombre?- me propuso Andrés.

- ¿Yo?

- Claro, tendrá que tener un nombre por el cual lo puedas llamar de ahora en adelante. 

- ¿Quieres decir que es para mí?- me sorprendí.

- Así es. ¿Te gusta el regalo?

- Es... es más de lo que podría pedir, ¡muchas gracias!- le abracé por impulso, ya que estaba muy feliz. 

Me devolvió el abrazo, sonriendo satisfecho. Entonces, me aparté y le miré a los ojos.

- ¿No temes haberme proporcionado un medio para escapar?

- Más bien, espero que recuerdes este regalo y lo uses como un medio para regresar a mí.

En su tono de voz aparentemente confiado, noté que sabía que todavía quería irme y temía que sucediera, pero por lo menos tendría un regalo suyo por el que recordarle. Le di un beso en la mejilla para tranquilizarle. No tenía pensado huir, al menos por lo pronto. Si seguía comportándose así conmigo le acabaría cogiendo cariño y no querría alejarme de él. Me había propuesto mantener las distancias para que eso no sucediera, pero era realmente difícil. Retrocedí unos pasos y monté en el caballo, tras lo cual lo puse a prueba. 

Fugitiva en mi reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora