Capitulo 6-Parte II

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Y de repente, unas ruedas surcando el camino de entrada y el portazo que le sigue rompen con el silencio espeluznante de la habitación. Mis pies, que hasta el momento parecían estar atornillados fijamente al suelo, se mueven antes de que pueda pensar y en un abrir y cerrar de ojos me estoy arrastrando por el inmundo suelo para llegar hasta el escondite más típico de todos los tiempos: debajo de la cama.

Recuerdo haber dejado entreabierta una de las compuertas y suplico a todo lo que habite en el cielo que la persona que llega en el coche no baje al sótano. Una vez bajo las tablas de la cama intento agudizar al máximo mi sentido de audición. Solo logro captar unos pesados pies que se arrastran por la planta baja. Un poco de polvo cae desde el techo explicando la mugre del suelo.

Los pasos comienzan a acercarse y mi corazón a acelerarse, late a mil, podría escuchárseme a metros de distancia. Y si mis oídos no me fallan cada vez los escucho más cerca. Mi campo de visión se reduce al rectángulo que hay entre las maderas de la cama y el suelo, solo puedo observar como una sombra cruza lentamente la pared de enfrente. Es muy extraño porque lo hace de forma perezosa y las pisadas se oyen apresuradas, además el tamaño no es considerable a una persona humana más bien se parece a un animal.

Y casi lanzo el grito más desesperado de toda mi vida cuando un gato de grandes ojos amarillos y pelaje grisáceo se detiene frente a mis narices para observarme astutamente. Odio a estos animales, me resultan repugnantes con sus aires de superioridad gatuna.

-¡¿Dónde demonios está?!-exclama una voz ronca y muy masculina desde donde supongo debe estar el comienzo de las escaleras que dan al sótano. Esa voz, siento que la he oído antes, de alguna extraña manera me resulta familiar. La sangre se me congela en las venas y mi respiración se acelera, el gato sigue teniendo sus ojos sobre mí y yo tengo que poner una mano sobre mi boca para evitar hiperventilar.

De sopetón, viene una voz áspera a mi cabeza que enuncia: ‘Te encontraré Amy, volveremos a estar juntos’. ¿Amy? ¿La misma voz? Y los cabos sueltos se unen más que nunca, todo está más relacionado que nunca.

El hombre baja las escaleras con prisa y comienza revolver todo lo que se encuentra sobre el escritorio, espero que no note que hay cosas fuera de lugar aunque lo dudo porque con la ferocidad con que esta esparciendo papeles por toda la habitación será difícil.

Mientras el desquiciado de los papeles revuelve todo, mi vista va desde sus borceguís negro azabache manchados de barro al movimiento de la cola del felino que pareciera, se burlara de mi desesperación. El propietario de la voz masculina emite un rugido de rabia y patea con bastante fuerza la linterna que he dejado caer minutos antes por mi estupefacción, ésta se desliza por las tablas de suelo y me da perfectamente en el centro de la nariz y sin poder evitarlo dejo escapar un gemido.

Todo se paraliza, me gustaría decir que no estoy respirando porque he logrado controlar mis jadeos pero la sangre esta invadiéndome la nariz con velocidad y me estoy asfixiando. Y aquí viene la parte en que me gustaría estar dentro de una película de suspenso, en la parte donde el asesino se acerca al escondite de la víctima pero ésta, en algún momento que el filme no muestra, ya ha cambiado con éxito de lugar. Pues, eso no sucede. Los borceguís se aproximan con una lentitud agobiante, una rodilla cubierta por tela vaquera azul se hinca en las maderas del piso.

Mi mano está cubierta de sangre, y me estoy quedando sin aire, y cada vez me hago más pequeña, y comienzo a perder la conciencia, y ya puedo ver como la persona se inclina por completo para  ver qué hay debajo de la cama cuando una musiquilla estridente llena el silencio de la habitación.

El hombre se incorpora de golpe y contesta el móvil. Murmura un asentimiento y cuelga apresuradamente.

-¡Bertos!-Vocifera la voz y yo de un sobresalto golpeo mi cabeza contra las tablas de madera, así que tengo mis dos manos ocupadas en las zonas adoloridas-Ven aquí, maldito gato. Ya estoy harto de repetirte que no puedes entrar a mi habitación.

El felino se desplaza por toda la sala mostrando sus grandes ojos que se posan una última vez en mí antes de salir por la puerta del sótano tras su amo.

El ruido de los neumáticos hendiendo el asfalto me llega por la que es mi única salida de este caos, las compuertas. Repto por todo el suelo llevando conmigo rastros de mugre y sangre. No creo haberme roto la nariz pero duele como el infierno.

No me pregunten cómo pero tras dar unos cuantos traspiés y algunas maldiciones logro salir del maldito sótano y trasladarme unos metros antes de caer sobre el camino de tierra. Tendida en el suelo ruedo sobre mi ombligo y saco el móvil de mis bolsillos traseros.

Mi boca está entreabierta en un intento de conseguir el aire suficiente para mis pulmones. Sostengo el móvil con una mano cubierta de sangre y busco entre los contactos. Tanto mi familia como Alex quedan descartadas al instante y no me quedan muchas personas de confianza por lo que espero no estar cometiendo una locura.

Tecleo un rápido y único mensaje esperando que mi receptor acuda en mi ayuda porque si bien no somos amigos aún, tengo una inexplicable confianza en esta persona. Sin poder hacer nada más, me desplomo rendida en el suelo.

Lo último que mis ojos ven antes de cerrarse de agotamiento es el cartel que señala la calle: ‘Nueva York’.

Luego todo es oscuridad.

The stalkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora