Prólogo

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No sé si esta carta llegará algún día a sus manos, porque aún no he reunido el valor para entregársela. Quizás esta misiva esté condenada a morir pasto de las llamas o olvidada en el fondo de un cajón, pero siento la necesidad de escribirle, de abrir mi corazón y dejar fluir estos sentimientos que me carcomen el alma.

No puedo hablar de ellos con nadie, siquiera con mis amigos, sé que no lo entenderían. Sé que sería incomprendida y por eso le escribo a usted, aunque me desprecie, aunque no me preste atención. Imaginar que algún día sus ojos puedan recorrer estas líneas, aunque sea una ilusión un tanto pueril, me hace feliz.

Prólogo

El profesor tamborileaba con sus largos dedos el tablero, cargado de impaciencia explosiva, mientras sus alumnos desfilaban ante su mesa dejando sus muestras de las pociones que habían realizado en clase.

Pagó toda su frustración con Longbottom, llamándole inútil una vez más ante sus compañeros. La muestra que estaba dejando el muchacho sobre su mesa, siquiera podría calificarse como poción, era una plasta asquerosa y grumosa, como si un troll hubiera vomitado dentro del tubo. El idiota no había conseguido siquiera hacerla del color correcto.

Eso alentó a los demás alumnos en apresurarse a entregar sus muestras lo más deprisa posible y poner toda la distancia posible con su profesor de pociones si no querían ser el nuevo objetivo de humillaciones.

El profesor estaba de un humor de perros y no se molestaba en disimularlo.

Los alumnos que quedaban salpicados por el aula, recogían sus pertenencias apurados, todos menos una, que guardaba con parsimonia sus cosas en su mochila, mientras miraba de soslayo a sus compañeros. Intentaba disimular, pero Snape sabía que lo estaba haciendo a propósito. La joven buscaba quedarse rezagada para ser la última que hablara con él y quedarse a solas en el aula con el profesor.

Severus Snape conocía muy bien aquel nerviosismo que invadía a su alumna, su temblor de manos, su inocente rubor de mejillas. No era la primera vez que ocurría y a pesar de sus burlas, de sus crueles palabras, de sus intentos en herirla, la muchacha no se daba por vencida.

Snape no entendía por qué la muchacha se empeñaba en pasar por aquel mal trago una y otra vez. Algo debía ir mal en su cabeza cuando seguía abrazada a una esperanza, a un deseo que jamás se iba a realizar.

Cuándo el último alumno hubo salido, alzó la cabeza para contemplarla sin tapujos.

La chica se colgaba su mochila al fin sobre un hombro y se dirigía a su mesa con paso pausado, tranquilo.

Su rostro era solemne, como el de alguien que estaba destinado a realizar una gran tarea, a cumplir una importante misión. Intentaba disimular que su respiración era cada vez más agitada. Sus ojos melados y brillantes, eran dos ventanas por donde se colaban el eco de sus emociones, que terminarían ahogadas en sus dos pozos profundos y tenebrosos.

Snape dejó de golpear la mesa y se reclinó en su sillón, en una pose más que estudiada. Quería transmitir indiferencia, desprecio. Hizo una mueca cuando la muchacha dejó sobre su mesa su vial de cristal, que contenía la muestra de poción que habían practicado en clase y deslizó un sobre de color rojo brillante hacia él.

Snape apretó los dientes y soltó un gruñido. Aquel sonido hacía que sus alumnos se murieran de miedo, pero no tenía efecto alguno sobre ella, que no desistía en su chiquillada.

-¿Qué cree que hace, señorita Granger?- Preguntó con su voz más seca.

-Tengo una carta para usted, profesor Snape.- Se limitó a decir con una voz que aparentaba normalidad pero que no podía disimular que estaba alterada debido al nerviosismo.

Te esperaré en la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora