PRÓLOGO

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Dedicado a mi mamá, ya que gracias a ella escribo

A mi parabatai Lucía, mi mejor amiga en este mundo

y a Pat, por acompañarme en las interminables correcciones.


Era de los Naeniam. Año 121.056 D.T.

La primera vez que la emperatriz Freya Arellana vio a Alahia, la muchacha era tan solo una bebe regordeta que dormía en los brazos de su madre sin importarle la fiesta que se desenvolvía a su alrededor.

La mujer alzó sus ojos dorados e inspeccionó la habitación: la mayor parte de los invitados parecía estar ocupada en sus propios asuntos, sin embargo podía notar las miradas furtivas que se deslizaban sobre ella y fuera de su persona como rayos del sol atravesando las nubes por un instante antes de que el viento se las llevara.

Por supuesto que la miraban. Hacía ya varios años que su Imperio no hacía más que crecer a una velocidad alarmante y Freya estaba segura que todos allí se estaban debatiendo la posibilidad de matarla en cuanto se alejara de la multitud para ir al baño.

Si es que ella fuera al baño.

—Su alteza imperial— saludó una voz a sus espaldas. La emperatriz se volteó para encontrarse con un hombre pálido de cabello negro y ojos igual de oscuros. Mortem. Freya lo identificó casi al instante.

— Su alteza real—  saludó ella de vuelta en Mortime presumiendo su habilidad con el idioma natal del hombre y, con una ligera inclinación de la cabeza, agregó:— ¿Qué lo trae por aquí?

— ¿Puedo ser franco?— dijo el hombre y Freya esbozó su sonrisa más reconfortante.

— Por supuesto. Aprecio mucho la franqueza.

— Bien. He oído rumores, rumores sobre usted...— la oración murió en sus labios y apartó la mirada de Freya, claramente intimidado por esos extraños ojos.

— Sé sobre los rumores—  lo ayudó ella—  pero solo son eso: rumores.

El príncipe Mortem no pudo disimular el alivio que recorrió su rostro. Él mismo pareció notarlo, ya que se aclaró la garganta y alzó una mano enguantada.

— ¿Seguiría esta plática al ritmo de los violines?— la invitó. La emperatriz asintió y se dejó llevar al centro de la pista.

Las miradas los siguieron como si una fuerza invisible los estuviera atrayendo. Freya sabía la imagen que presentaban: jóvenes, solteros, atractivos y poderosos. Era motivo suficiente para ser un blanco fácil en ese lugar.

La chica dejó al príncipe deslizar una mano en su cintura y ambos comenzaron a girar lentamente al ritmo de la música.

— Es usted un buen bailarín, príncipe Kenan—  lo felicitó ella y el hombre sonrió. Es atractivo. Pensó Freya. Qué pena. —  ¿Es por eso que ha venido usted y no su hermano mayor?

— Mi hermano es el heredero al trono Mortem— le recordó Kenan, que de pronto lucía incómodo.—  Es bueno saber que los rumores son falsos, sin embargo...

— Él desconfía de mí.—  adivinó Freya con una mueca de decepción. Kenan no perdió el tiempo intentando descartar sus palabras.

— Sí, lo hace. Casi todos aquí lo hacen—  admitió y sus ojos tomaron un extraño brillo. Ahí está.—  Pero creo que yo no.

Freya le sonrió.

— ¿Ah, no?

— No. —  Sonrió el hombre de vuelta. Su mano se deslizó un poco más abajo y la atrajo aún más cerca antes de susurrar en su oído:— He oído que los jardines del palacio son impresionantes, ¿No le gustaría verlos?

— Lo que usted desee, alteza. —  Contestó ella, complaciente.

El príncipe Kenan le ofreció su brazo y se la llevó fuera del salón de baile hacia los jardines. Apenas habían encontrado un hueco apartado de la vista de todos cuando el hombre la acorraló contra la pared y chocó sus labios contra los de ella.

Es apasionado, hay que concederle eso. Pensó Freya rodeando el cuello del príncipe con sus brazos para unir sus cuerpos aún más. El príncipe acarició su espalda en busca de un botón, un lazo, un cordón, lo que sea que pudiera alcanzar para comenzar a quitarle aquel molesto vestido.

— ¿Por qué cree que todos aquí desconfían de mí?— le preguntó Freya entre besos. Kenan abandonó la boca por el cuello de la mujer y apenas se entendió su respuesta:

—Dicen que usted le miente al mundo sobre los motivos de su viaje por las Naciones— murmuró él contra su piel. — Dicen que ha usado la Energía de forma impura. Que ha hecho algo...algo antinatural.

Freya tomó el rostro del príncipe entre sus manos y lo obligó a mirarla.

—Míreme, Kenan, ¿Cree que hay algo antinatural en mí?— le preguntó como si la mera idea de eso siendo cierto pudiera partirle el corazón. El príncipe la observó y Freya supo que aunque era quizás la segunda vez en que se veían, aquel príncipe le traería la luna si ella se la pidiera. Un hombre enamorado es un hombre con una correa atada al cuello.

—Nada en absoluto, su alteza— contestó él y volvió a alcanzar su cuello. Freya besó el lóbulo de su oreja antes de susurrar:

—Te equivocas en eso, mi querido príncipe.— Murmuró y, en un movimiento limpio, le partió el cuello.

La emperatriz se limpió los labios con el dorso de su mano en una mueca de disgusto.

—Hechiceros— escupió observando al hombre muerto a sus pies.

Freya alzó ambas manos al cielo y por un instante éste brilló como si estuviera siendo atravesado por un relámpago. Un dolor agudo atravesó su cuerpo de pies a cabeza obligándola a doblarse en dos: había utilizado demasiada Energía y ahora su piedra estaba casi obsoleta.

Un precio a pagar a cambio de la inmortalidad.

Freya observó a sus soldados materializarse en las afueras del palacio. Todos llevaban la nube y las dos espadas cruzadas de su imperio grabadas en el pecho de sus armaduras.

Las capas celestes se deslizaron por el césped a medida que éstos se internaban en el palacio del Rey Ventum. Dejen viva a la niña para mí. Les recordó. Era fácil para Freya entrar en sus cabezas. Era fácil para ella estar en todas partes. Después de todo, el Cielo era su sirviente y era omnipresente y vigilante, un ojo enorme al cual no podía escaparle nada en absoluto.

Al igual que a ella.

    La Emperatriz no tardó en oír los gritos en el interior. La familia real probablemente huiría por los pasadizos ocultos detrás de las catacumbas pero ellos no importaban realmente ya que no eran Impuros, solo humanos comunes y corrientes.

    Pasaron varios minutos hasta que los gritos finalmente cesaron. Freya hizo su camino de vuelta a la sala de baile y se encontró con un festival de cuerpos mutilados y una cena que nunca sería terminada.

Fue difícil avanzar puesto que los cuerpos ocupaban la mayor parte del suelo. Algunos de ellos todavía agonizaban, otros estaban lo suficientemente conscientes como para rogarle por su salvación. Freya arrugó la nariz cuando sus zapatos salpicaron su vestido al pisar un charco de sangre. Un precio mínimo que pagar si quiero librar a Gadora de los Impuros. Pensó y dejó caer su vestido sin importarle que se ensuciara, sin importarle los dedos rotos bajo sus pisadas, las manos débiles intentando sujetar sus pantorrillas al pasar.

    Finalmente llegó hasta su general, el cual cargaba en brazos a una pequeña criatura. Ella tenía el cabello blanco y los ojos profundamente grises: era como si el viento mismo hubiera tomado la forma de una adorable bebé humana.

Cuando el general la colocó en sus brazos, los ojos de la bebé se encontraron con los de ella y Freya notó que sus mejillas estaban bañadas en lágrimas, su pequeña nariz llena de mocos. Probablemente la habían despertado los gritos de los demás, o quizás habían sido los gritos de su propia madre, que se encontraba muerta a unos metros de la emperatriz y su general.

    —Hola, Alahia— la saludó Freya y sonrió cuando la bebé se metió uno de sus cabellos dorados en la boca— ¿Lista para salvar al mundo?

El Despertar | Los 12 ColososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora