XXII: Illeana

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Cuando alcanzamos el Torreón de Mater, mi Cor se encontró de pie esperándonos con una pila de cuerpos decorando el ambiente a su alrededor.

Apenas tenía un corte en su ceja, sin embargo, lamenté que el Cruetum que se lo había dado no estuviera vivo para poder hacerlo sufrir por atreverse a tocar a mi prometido.

    —Veo que han vuelto a rescatarme— se burló observando a Valens sobre mi espalda con curiosidad.

—Veo que no necesitabas ser rescatado— repliqué intentando disimular la oleada de alivio que me recorrió.

—¿Ahora que sabes que estoy bien me abandonarás a mi suerte?— preguntó acercándose, aquella sonrisa fácil que tanto conocía ya había comenzado a dibujarse en su rostro.

—Como verás, no soy de abandonar a las personas— contesté señalando con la cabeza al chico que cargaba a cuestas.

—Esa es mi Heredis— contestó él y besó suavemente mi frente.

—Que asco— se quejó Valens soltando una mano de mi hombro para empujar a Alastor del pecho y alejarlo de mí.

A modo de venganza, solté a Valens de golpe y el niño se quejó cuando tuvo que actuar rápido para no caer sobre su tobillo herido.

—Alastor te cargará ahora— decreté y sonreí ante el fastidio en la mirada de Valens.

—Ah, ya volvió mi Illeana— suspiró mi prometido, aunque la sonrisa en su rostro no desapareció.

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El resto del día transcurrió en calma. Nos detuvimos un par de veces para comer e ir al baño y ya había anochecido cuando decidimos detenernos.

Armamos un campamento improvisado y no cenamos ya que los Cruetum nos habían quitado el apetito. Valens, a pesar de su tobillo herido y el hecho de que podría haber terminado el día como cena de caníbales, no parecía muy desmotivado cuando le mostró su nueva daga a Alastor, quien sonrió con orgullo al observarla.

—¿Es tu primer premio?— le preguntó.

Mi Cor había recolectado ramas gruesas y hojas de plantas grandes en el camino y se dispuso a armar un soporte improvisado alrededor del tobillo herido del niño.

Mirando la daga, Valens asintió.

—En teoría yo maté al tipo— contesté mientras devoraba una pata de conejo. Valens me sacó la lengua y Alastor se rió.

—Bueno, Valens es joven. Ya obtendrá más premios de guerra.

—¿Premios Caelesti?— espeté y la sonrisa de Alastor desapareció.

—Illeana...

—¿Qué? Pareces olvidar muy fácil quién es. Pareces olvidar que gracias a su gente Octavian está muerto, que gracias a los Ánima tu y yo nacimos para morir en la guerra. Que nuestra vida está condenada a esto.

—¿Y qué crees que hacemos en casa?— preguntó Valens y, cuando su mirada se encontró con la mía, el odio en sus ojos fue tan palpable que me dejó boquiabierta. — ¿Crees que recolectamos flores para decorar nuestras casas?

—No puedes compararte conmigo— espeté fríamente— tú eres un niño sin responsabilidades, yo tengo todo un Clan que proteger.

—Claro, y estás haciendo un trabajo estupendo al respecto.

Mi cuerpo se congeló como si me hubieran lanzado a las aguas heladas de la Nación Gélida.

—Suficiente— dijo Alastor y, por primera vez, vi su mirada endurecerse hacia Valens. El chico pareció encogerse en su sitio.

El Despertar | Los 12 ColososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora