XXXII: Nerea

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—¿Crees que te vieron transformarte?— preguntó Monet una vez que alcanzamos el casco del barco.

Apreté los labios.

    —Me quité el collar antes de saltar así que probablemente volví a mi forma de sirena antes de sumergirme— me lamenté.

Monet me dió un apretón suave en los hombros.

    —Espera aquí— pidió— haré que me suban y testearé el terreno.

    —¿Qué terreno?

    —Comprobaré si alguien tiene la intención de matarte en cuanto vuelvas a abordar el Perla Plateada— aclaró.

    —Ah, eso.— Comprendí. — Bien. Me parece bien.

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    Pasaron al menos veinte minutos hasta que Monet volvió a asomarse por la borda. La chica lanzó la misma larga soga que habían utilizado para rescatarla a ella y me aferré a la misma antes de volver a ponerme el collar.

    Una vez que mis piernas humanas volvieron, coloqué mis pies sobre el gran nudo atado al final de la soga y dejé que me subieran de vuelta a la embarcación.

Cuando llegué arriba dos hombres grandes y fornidos sujetaron mis hombros y tiraron de mí hasta que estuve de vuelta en la cubierta.

Apenas me había incorporado cuando una mata de cabello naranja se lanzó hacia mí y me abrazó.

    —¡Nerea, salvaste a la capitana Monet!— Aysel lloró contra mi pecho— ¡Creímos que había muerto!

    Estaba por decir algo cuando alguien apartó a la muchacha bruscamente de mi lado y me lanzó al suelo.

    —¡Killari!— la voz de Monet fue firme, sin embargo, la asesina del Perla Plateada parecía completamente fuera de sí cuando aferró el cuello de mi camisa mojada y me obligó a mirarla a la cara.

    —Creía que habías testeado la tierra— me quejé lanzando una mirada rápida en dirección a Monet.

    —Muestra tu verdadero rostro, monstruo— escupió Killari volviendo a atraer mi atención y señalando el mástil— te he visto saltar, ¿Creíste que nadie se daría cuenta?

    Nadie se movió, lo cual  me hizo darme cuenta de la verdadera influencia que Killari tenía sobre los demás miembros de la tripulación. Incluso los hombres más grandes y musculosos se habían quedado completamente inmóviles ante la ira de la asesina del Perla Plateada.

    Solo Monet dio un paso adelante.

    —Suelta la cuchilla Killari— ordenó y comprobé, con horror, que tenía un arma afilada en su otra mano.

    —Ella no debería estar aquí— siseó la chica y, cuando colocó la cuchilla contra mi cuello, pude oír a Aysel soltar un grito de horror.

    —¿Qué sucede ahora?— la voz de Rizz sonó lejana, pero clara.

    —¡Todavía es peligroso salir!— les gritó Monet— ¡Llévate a Vadhir contigo de vuelta a las bodegas!

    Dejé caer mi cabeza en el suelo y miré a la asesina directamente a los ojos.

    —Si me lastimas, te arrepentirás.

    Lejos de sentirse intimidada, Killari sonrió con maldad.

El Despertar | Los 12 ColososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora