XXXI: Evan

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A la mañana siguiente, mientras mis hermanos dormían, Pyra, Keith y yo volvimos al despacho de mi madre y mi amiga le informó lo que había sucedido la noche anterior.

—Así que Anya y tú finalmente hablaron— contestó él y silbó— ¿Qué tal fue?

—No quiero hablar de eso ahora— murmuré y tomé otro de los cuadernos abiertos del suelo.

La mayor parte estaba escrita en idiomas que desconocía y muchos de ellos eran casi ilegibles ya sea porque la tinta se había corrido o porque las páginas estaban demasiado arruinadas como para poder ver su contenido con claridad.

—Hay información sobre las naciones y sus líderes— informó Pyra luego de un rato de silenciosa investigación— ese cuaderno muestra un listado de las últimas treinta generaciones de reyes Mortem, el de ahí sobre los Gélida y también hay varios sobre los clanes y tribus Terra y Vitae.

—¿Y qué hay de la pintura de Evan bebé?— preguntó Keith, que había volado hasta la parte superior de uno de los libreros y se encontraba examinando la pared de anotaciones.

—No lo sabemos, pero al parecer Pyra y yo tenemos una relación con todas estas personas— suspiré— aunque no tenemos idea de cual puede ser.

—¿Qué tenemos en común Evan y yo?— le preguntó Pyra a nadie en particular.

Nos miramos en silencio por un momento.

—¿Que los dos me aman profundamente y no podrían vivir sin mi?— teorizó Keith.

—No— descarté instantáneamente— debe ser otra cosa.

Keith me lanzó un tintero vacío, el cual esquivé por los pelos y le sacó la lengua a su hermana, quien estaba haciendo un increíble esfuerzo por no reírse.

Analizamos la pared por horas sin llegar a ningún sitio. La mayor parte de las anotaciones se habían borrado por la humedad de la piedra detrás de ellas y era evidente que el rey había cambiado muchas cosas de lugar en su intento de descifrar los secretos de aquel muro.

—¿Sabías que tu madre estaba investigando?— me preguntó Keith— ¿Alguna vez dio signos de estar en busca de algo?

—No— negué— mi madre era tal y como la conocieron: reservada, exigente, sabia. Dedicó todo su tiempo a entrenarnos y nada más.

Clases, lucha, defensa, eso era todo. No había tiempo para ponernos a hablar sobre trivialidades. Si alguien me preguntara cuál era su color favorito, no sería capaz de formular una respuesta.

Pyra y Keith intercambiaron una mirada silenciosa.

—¿Crees que el rey está ocultándonos algo?— preguntó mi amiga.

—¿A qué te refieres?

Ella se encogió de hombros y se dejó caer contra el respaldo de la silla de mi  madre.

—Todo esto me parece muy extraño— admitió.— Los Clypeus siempre representaron una fortaleza para la realeza ya que han entrenado a grandes legiones de Paladines y Soldados Especiales para incorporar a sus líneas durante más de cinco generaciones. Cuando el rey cerró el Instituto no solo te aisló a ti y a todos nosotros de los demás Ventum si no que la calidad de su ejército también se vio afectada.

—En realidad no— dije luego de un momento y la miré— porque se llevó a Anya.

Desde las alturas pude oír a Keith hacer un ruido grosero.

—¿Crees que estuvo entrenando al ejército del rey en tu lugar?— preguntó.

—Creo que eso es exactamente lo que ha estado haciendo— asentí— De lo contrario, ¿Por qué tendría un sitio en el consejo de guerra?

El Despertar | Los 12 ColososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora