Vals no. 8

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La forma en que el cabello de Stephan se mueve mientras cabalga le hace notar que ya necesita un corte. Paso a paso va dejando la ciudad atrás, cada vez las casas están más separadas y con los jardines tan amplios que llega el momento en que el paisaje sólo está compuesto por rejas y matorrales. Rebasa algunas caravanas, no reconoce ninguna así que supone que sólo están de paso; ahora hay tanta gente nueva yendo y viniendo por todas partes que Stephan casi se lamenta por la intervención... ¡con el trabajo que le dio adaptarse al estilo mexicano de vida! ahora no le queda de otra que volver a sus raíces. Finalmente llega frente a la reja que estaba buscando, la entrada a la quinta "Mariana", por lo que reduce el paso de su corcel nuevo, negro como la noche; aparentemente el amor de Carlota por Maximiliano no tiene precio pero su orgullo sí, y el precio de éste es el mejor de sus caballos. No es necesario que Stephan se presente, los porteros lo reconocen de inmediato y abren las puertas para permitirle el paso. Los árboles frutales y los arbustos han cambiado de color y han perdido alguna hojas, Stephan sabe que jamás se verán como las estampas naranjas norteamericanas, pero el camino de hojas secas que cruje bajo las pezuñas de su animal le recuerdan que ya es otoño. Cuando llega a la entrada de la casa principal, esta vez no se encuentra con Leopold esperando sino con el capataz.

-Buenos días, don Stephan – dice el chinaco acercándose al caballo.

-Buenos días, Dionisio – dice Stephan bajando del animal.

Visto más de cerca, Stephan nota que Dionisio es más joven de lo que se percató la primera vez cuando le calculó unos treinta y tantos; con la luz de la mañana y sin su pesado sombrero, calcula que no debe tener más de veinticinco años.

-¿Ha venido solo?

-Sí.

-Debe tener más cuidado, hay muchos bandidos por la zona – dice el capataz.

-Yo no he visto ninguno – responde Stephan mientras se acomoda el corbatín.

-Pues no sé confíe, los que se guardan bien son los más peligrosos.

-Lo tendré en cuenta, gracias – responde Stephan.

-Pásele, Don Leopoldo lo espera en la terraza – dice Dionisio.

-Gracias.

La misma sirvienta mestiza de la vez anterior le abre la puerta para dejarlo pasar. La mayoría de la casa sigue igual, excepto por la sala anterior a la terraza, dónde ya no se encuentra sólo el retrato de Lady Michaela, ahora también hay un cuadro de la Reina Victoria y el de un hombre que, a juzgar por su vestimenta y su físico, Stephan supone que se trata del padre de Leopold pues el parecido físico es impresionante; las únicas diferencias son que el hombre en el cuadro luce mayor, lleva puesta una peluca y, además, tiene un gesto tan serio que contrasta terriblemente con la siempre brillante sonrisa que Lord Leopold lleva dibujada en la cara la mayoría del tiempo.

"Lord Maxwell Robert PhilippeFerdinand Sladetunham-Hohenzollern-Hechingende Austria Bourbon Stuart Habsburgh de Lorraine I " - reza la leyenda del cuadro en letras de oro.

-Oh, ya estás aquí, my dear mon ami – dice la voz de Leopold a espaldas de Stephan.

Cuando el músico se da vuelta se encuentra con que Lord Leopold lleva en brazos lo que parece ser un bebé envuelto en mantas.

-¿Alguna vez dejas de tener niños en las manos? - pregunta Stephan.

Leopold ríe mientras observa al bebé.

-Es el nuevo integrante de la casa – responde el inglés – José Mariano Francisco, es el hijo de Dionisio.

Stephan se acerca unos pasos y observa el pequeño bulto en brazos de Leopold, el bebé -que está dormido- es muy pequeño, quizá de apenas unos días; es morenito, de cabello muy negro y muy abundante.

Íntimo SecretoWhere stories live. Discover now