Interludio no. 3

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Por enésima vez en lo que va de la noche, Trinidad mira por la ventana de su casita al fondo de la quinta y, por enésima vez, no hay señales de su esposo. El bebé "Pepito", como lo llaman todos, está dormidito en sus brazos. La mujer de apenas 24 años, esposa de Dionisio, posee una belleza que distraería al ojo hasta del más prominente miembro de la "casta divina"; de sangre completamente indígena, Trinidad tiene unos grandes ojos de venado tan oscuros que parecieran completamente negros, sus pómulos suavemente marcados resaltan su nariz de perfecta proporción y sus labios bien delineados forman la más bella de las curvas al sonreír,aunque en estos momentos no hay rastros de ninguna sonrisa en su rostro de preocupación; su piel morena brilla cuando está en el sol y su cabello es tan negro que en la luz casi parece azul.

-Ay, madrecita de Guadalupe ¿dónde andará Dionisio a estas horas? - pregunta a la noche pero nadie responde.

Con un suspiro se aleja de la ventana y mientras con una mano sostiene a su hijo, con la otra va recogiendo los tarritos dónde sus otros tres hijos tomaron su chocolate antes de dormir; Antonio, Mercedes y Delia están dormidos en el cuarto de al lado. Mientras coloca los tarritos en la palangana dónde los lavará piensa en lo sola que se siente; si se hubiera quedado en el pueblo tendría a su mamá y a sus hermanas para hacerle compañía pero aquí no tiene a nadie, las otras cocineras deben estar muy cansadas como para molestarlas con sus cosas. Pero no podía quedarse en el pueblo, ella tiene que estar con su marido, por algo se casó; además seguro su tata sigue molesto con ella por haberse casado con un mestizo en lugar de un indio como él quería y, para empeorar, un mestizo que trabaja para hacendados, imperdonable. El papá de Trinidad es don Anacleto Castillo, cacique del pueblo, amigo del "legítimo" presidente Juaréz y, según dicen las malas lenguas, masón. "¡Jesús!", Trinidad se persigna de sólo pensarlo. Ella conocía a don Benito, él se ofreció a asegurarse que los hijos de don Anacleto estudiaran en universidades, claro, sólo los varones, ella y sus hermanas no podían ni siquiera aspirar a aquello. Su hermano Jacinto es abogado y su otro hermano, Miguel, es maestro... ¡Maestro! Cómo lloró la mamá de Trinidad cuando su hijo le mostró su título. Trinidad, Clemencia, Ofelia, Luciana y Marisol apenas y sabían escribir sus nombres. Trinidad ya sabe leer porque Dionisio le enseñó; la joven mujer está muy orgullosa de su esposo, tal vez no tenga un título pero es muy inteligente, por eso Don Leopoldo lo tiene de capataz.

Ese Don Leopoldo ha sido una bendición en opinión de Trinidad, a diferencia de la otra hacienda dónde trabajaban -la hacienda donde Dionisio había nacido y crecido- aquí tenían esta casita con su cocina, dos cuartos y hasta un baño con su propia letrina; todos su hijos tenían su propia cama, en cambio ahí todos dormían en la misma pieza en hamacas entrecruzadas. Don Leopoldo los "obligó" a inscribir a sus hijos a la escuela y él les compró todo lo que necesitaban, y no sólo a los hijos de Trinidad y Dionisio, si no a todos los vástagos de sus empleados. Cuando Pepito nació don Leopold le permitió días de descanso; su anterior patrón la obligaba a volver a trabajar al día siguiente de haber dado a luz. Si bien Trinidad no puede negar que el presidente Juárez es buena gente, los europeos no le parecían tan malos como su papá los describía; tal vez después de todo no estuviera tan mal tener un emperador... ¡Ah, el emperador! ¡Qué alto y qué apuesto! ¡Y la emperatriz! "¿Sí o no parece una muñequita?" se preguntaban entre ellas las empleadas mientras espiaban desde la cocina. A Trinidad la emperatriz le recordaba a las figuras de la vírgen María en las iglesias, tan blanca y con esa mirada tan serena; la joven madre suspira, a veces, en secreto, desea tener la piel de porcelana como las patronas. En sus tardes libres don Leopoldo les enseña inglés y francés a los niños; a Trinidad le gusta mucho el francés porque se parece al español. Le encanta cuando su hijita Delia le dice "Poj cuá?" (Pourqui?) porque sabe que significa "¿Por qué?" Pero cuando Lady Michaela se pone a dar órdenes sólo entiende "washa washa..." y eso no les gusta, el inglés es muy feo; que bueno que luego doña Babette, la dama de compañía de la esposa del patrón, les traduce las indicaciones en cristiano.

Una vez más Trinidad mira por la ventana y una vez más no hay señales de Dionisio. Otro suspiro de preocupación deja su cuerpo, su marido ni siquiera le avisó a dónde iba, sólo se enteró que no estaba porque uno de los peones se lo dijo. Que se había ido con el patrón es todo lo que sabía.

-Dios quiera que no les haya pasado nada – susurra de nueva cuenta.

El bebé se mueve con un quejidito pero ella logra tranquilizarlo de nuevo. Ella agradece mucho que todos sus hijos le hayan salido bien tranquilitos. Mira hacia el cielo y la luna amarilla de noviembre brilla llena sobre la quinta. Sabe que no podrá dormir por la preocupación, con lo peligroso que dicen que se han puesto las carreteras, tantos bandidos y rebeldes. "No son rebeldes, son patriotas" decía su padre. Trinidad había conocido en una ocasión, la última vez que visitó el pueblo, al tal general Díaz; a diferencia de don Benito ése sí le da miedo, con un gesto tan duro que ella no le ve nada de lo guapo que sus hermanas insisten que es; de hecho, según otras malas lenguas, su hermana Ofelia había tenido sus "queveres" con él. A Trinidad le dan escalofríos de sólo pensarlo. A Dionisio le cae "remal" ese condenado, así que pues a ella también. Para guapos pues su esposo o don Leopoldo, piensa, o su amigo francés, ese tal Esteban o algo así. Tiene un cabello tan dorado que a Trinidad le gustaría cortarle unos mechones para las muñecas que hace a mano para sus hijas; aunque para cabello de muñeco el del bebé Iturbide ¡Que niño tan precioso! Trinidad tiene la carte de visite del príncipe en una de sus repisas junto a su altar de la virgen de Guadalupe, Lady Michaela le regaló una a cada empleada; todos los días cuando hace sus rezos pidiendo salud y bienestar para sus hijos, también pide las mismas bendiciones para el príncipe.

-No seas ridícula, mujer – le dice a veces Dionisio – que si ese chamaco estornuda, ha de tener como cuarenta doctores pa' que lo atiendan.

-Un inocente es un inocente, rico o pobre – responde ella.

Dionisio no cree en Dios, igual que su papá, por eso Trinidad tiene que rezar el doble en nombre de su esposo, no se le vaya a ir al infierno por hereje.

-Trini, tu mente divaga mucho – le decía su hermana Clemencia.

Y que razón tiene, piensa Trinidad mientras sigue mirando por la ventana. Ni siquiera puede preocuparse tranquila porque se le acuerdan otras cosas.

Íntimo SecretoWhere stories live. Discover now