Interludio no. 4

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Lord Leopold ha llegado a la ciudad que una vez vio caer al poderoso ejército francés de Napoleón III. Con la excusa de que visitará a un viejo amigo de la universidad que se mudó a la ciudad mucho antes de su llegada a México, Leopold ha logrado escabullirse sin dar demasiadas explicaciones. Ese amigo lleva por nombre Lancelot Lancaster y fue un joven aventurero que se enamoró y, para escándalo de todos en casa, se casó con una india de Puebla. Efectivamente Leopold ha visitado a Lancelot y se está quedando en su casa como invitado pero ese no es su principal propósito de visita. Bajo una ligera lluvia de noviembre y con el sol ya oculto en el horizonte, el británico camina hacia el Convento de las Carmelitas donde lo están esperando. Leopold es conducido por el barón Louis de Salignac, encargado de la cárcel, hacia una celda particular donde se llevará acabo un encuentro del que ni siquiera el mismo Maximiliano puede enterarse. La luz de la saliente luna llena se cuela por las ventanas con barrotes de las celdas vacías, iluminando con tonalidades azules que contrastan con los reflejos rojizos de las antorchas en el interior. Leopold se detiene ante la única celda habitada de todo el pasillo y es dejado a solas; tanto el encargado como los guardias se retiran de los pasillos, como se acordó desde un principio. En el interior de la celda, sentado sobre una meseta con la espalda pegada a la pared lateral derecha, con los brazos cruzados y mirando por una ventana que da al patio del convento, se encuentra un hombre que alguna vez cantó victoria en esa misma ciudad. Leopold separa los labios pero es otra voz la que se escucha.

-Lord Leopoldo de Coburgo – dice el hombre dentro de la celda – buenas noches.

-Buenas noches, general Díaz – responde Leopold.

El general Porfirio Díaz se pone de pie y camina para acercarse a las rejas de su celda. Es casi tan alto como Leopold y de piel morena;lleva puesto su desgastado pero limpio uniforme de general con todas sus correspondientes medallas e insignias. Es un hombre de 35 años que ya ha vivido dos guerras y va por la tercera, lo cuál se ve reflejado en su endurecida mirada oscura, una mirada que sólo puede tener aquél que ha visto a la muerte cara a cara, que conoce el verdadero odio y, por lo tanto, también sabe lo que es el verdadero amor. Hay algo en esa mirada que sin duda atrae a Leopold, es una mirada que expresa pasión en todos sus sentidos.

-¿Puedo preguntar a qué se debe el... honor? - pregunta el general mexicano con un evidente dejo de sarcasmo. Leopold sonríe de lado.

-Pues me presento ante usted con la esperanza de que se pueda llevar a cabo un diálogo que culmine a favor del beneficio mayor del país –responde Leopold.

-Si lo que quiere es que traicione a mi patria, señor, yo que usté' mejor me voy yendo.

-Usted ya es un traidor, general, por eso está tras las rejas.

Es imposible para el general disimular el enojo que han generado las palabras de Leopold.

-¡Los únicos traidores son aquellos que apoyan a ese usurpador!

-El único usurpador en México es Juárez.

-¡El presidente Juárez es la única figura de autoridad del Estado!

-¿Y dónde está? - pregunta Leopold, sin perder la calma y sin subir la voz - ¿en Nueva York? ¿En Nueva Orleans? ¿Dónde se está escondiendo ahora, general? Juárez huyó como cobarde, dejándolos a la deriva. Dejándolo a usted pudriéndose de por vida en esta celda.Su grado de compromiso es muy claro ¿no le parece?

Díaz no responde pero la mirada que le dirige al lord deja todo claro:está furioso y dolido.

-Pero usted, general Díaz – dice Leopold tras unos segundos de silencio– usted no es como Juárez; usted no huye, usted enfrenta las cosas como un hombre debe hacerlo y, por eso, lo respeto.

Íntimo SecretoWhere stories live. Discover now