Capítulo 8. Psicóloga.

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Dos meses después...

Por fin, por fin vuelvo a rodar la tinta de este boli sobre una libreta.

Hace un mes, mi padre me encontró tirada en el suelo, desmayada, sosteniendo un bote de pastillas casi terminadas, derramadas por el suelo.

No aguantaba más.

Decidió meterme en una psicóloga.

Voy tres o cuatro veces por semana, depende del horario de esa señora, que no me entiende.

Nadie me entiende.

Ir a ese sitio, me da náuseas.

Todo con colores vivos, con dibujos de niños pequeños colgados en las paredes. Diplomas absurdos de psicología para demostrar poderío y conocimiento. Fotos de ella con su familia, felices.

Mierdas, mierdas por todas partes.

No se dan cuenta. La gente que va a visitar a un psicólogo, no es la gente más feliz. No necesitamos que nos restreguéis vuestra sabiduría, vuestras familias felices, o los absurdos dibujos deformes, que vuestros hijos hacen para vosotros.

No me sirve de nada.

¿Para qué quiero ir a un sitio, en el que una mujer piensa que estoy loca, y solo me escucha porque le pagan?

No quiero, no. Pero me obligan.

"Lo hago por ti" me dicen.

"Te va a ayudar a salir de esto" confirman sin tener una mínima idea de nada

Lo sé, lo sé. Es muy fácil dejar a una persona con otra a la cual le pagas para que le oiga todas sus penas, pero no es la solución a todo. Es más, no es la solución a nada.

Buscando la salidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora