CAPÍTULO 13

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CAPÍTULO 13


—¡Candela, me has dado un susto!

Pestañeo, sin saber muy bien dónde me encuentro, porque aún continúo con los pensamientos en Madame.

Suspiro aliviada al recordar estar lejos de aquel lugar, ante la atenta mirada de mi madre. Entonces, amontono el papel en la mano.

—Qué ardor hace fuera, casi muero caminando hasta acá.

Ella escucha con sus cejas en alto.

—¿Dónde estabas? Llamé a Mely, y me dijo que ya no te encontrabas con ella.

—Qué gran encubierta, ¿esa es mi amiga? —Reprocho, mientras libero los pies del calzado ya en camino hacia la habitación.

Una vez allí, me deshago del número de Marlow, resguardando en el cajón de la mesilla de noche. Sin evitarlo, doy otro de mis respingos al reparar en Laura de pie silenciosa en la entrada. Reclamo.

—Mamá...

—¿En qué andas, Candela Long?

Dice con aquel tonito argentino que sobresale cada vez que se enoja.

—Desde cuándo vigilas.

—Desde hoy, pues últimamente estás algo, o bien, más extraña. ¿Has tomado las pastillas para las jaquecas?

Muerdo el labio, fastidiada, decido desnudarme y tomar el baño que ansío.

—Sí, sí. La respuesta es otra vez, sí.

La obvio intentando desviar sus preguntas incómodas, pero ella sigue.

—Sí, estás más rara... Cande, no es broma. Aumentarán sí...

Giro tan rápido, que la sorprendo.

—Qué sí, má, conozco las consecuencias. Ya para.

La observo tomar el tabique en su nariz. Su hastío es absurdo, eso me enoja.

—Bah.

Amanezco, a la vez que consigo llegar al baño. Allí mismo, al cerrar la puerta, veo su expresión, dejándome sin palabras.

Momento después, me planto frente al espejo analizando el reflejo.

Bajo la vista al percibir un sombreado que no me agrada, aunque este simule vida en mejillas un tanto enrojecidas por el trayecto, con omóplatos tostados, sigo sin verme del todo saludable.

Niego tales cosas.

Entonces suavemente deslizo la prenda hasta que esta toca los tobillos. Enseguida volteo, tratando de analizar el cuerpo por entero, sin la necesidad de ropaje; en ese momento, libero lo demás. Contiguo al ligero vestido, el bikini es lo último que hace juego en el suelo.

Mi físico no demuestra signos de deterioro. Las caderas, la cintura algo estrecha, con senos redondeados, y aun gracias a la edad, desafían a la gravedad.

El tono que ha adquirido mi piel, gentileza de años de sol en California y debido al gen que han compartido mis padres, un caramelo tostado, luce hoy una tonalidad más lustrosa.

Gesticulo dolida, cuando las puntas de los dedos alcanzan uno de los hombros, apenas rozo la zona chamuscada, y recuerdo el tiempo en el muelle, y la tarde que pasé junto a los chicos.

Muerdo el labio, incómoda y desconforme con la idea de continuar con las mentiras hacia Melissa.

No lo quiero, pero tampoco imagino nada lógico que explicar.

Sin más, intento que el cerebro quede en blanco, y cambio la atención. Abro la ducha, pronto me retuerzo ante el contacto con el frío chorro que encarama sobre mi torso.

—¡Voy de salida!

Grito a voz pelada por encima de la música ochentera que mamá escucha.

Ya me encuentro un poco rejuvenecida, después de arrastrar con el agua el cansancio y las presiones, soy una chica nueva.

Me incorporo en la sala, e instantáneamente se detiene el reproductor; el silencio hace mella en los oídos. Nerviosa, me siento sobre el brazo del sofá, mientras de reojo percibo a Laura agujereando mi cráneo; lo sé, pretende averiguar qué intento con dicha salida.

La razón es que, a no ser porque Melissa se aparece en nuestro hogar, continuamente estaría complacida; leyendo detrás de las gafas algún que otro libro o mirando la bóveda nocturna en la terraza hasta caer dormida.

Mamá me distrae.

—Eres imposible, en eso te pareces demasiado a Nicolás.

Elevo las cejas hasta la coronilla. Después de mucho, ella abre una conversación que envuelve a papá.

—¿Mamá, por qué lo haces? —Sus cejas se contraen, a la vez demando expresar lo que tanto aguarda con salir del corazón—. Habrías de continuar, eres hermosa, inteligente, a niveles que solo un superhombre te merece. No cualquiera puede seguirte. Pero, estoy convencida de que si te abrieras...

Ella cambia su pose y lame sus labios, permitiendo que entienda su nerviosismo. De pronto niega; ya no parece tan confiada.

Este es un tema que la aturde, pues quiero que esto cambie, deseo que sea feliz.

—Cande, no vayas allí, no planeo discutir.

Me levanto del sitio para colocarme frente a ella.

—No lo haremos. Sé que parte de mí siempre te recordará a él. Incluso la casa aún mantiene cada objeto en su lugar después de que tú y papá comenzaran. Debe terminar ese ciclo. Uno no puede cargar los fantasmas. Quédate con lo bueno, lo sano, y que lo demás se vaya. Rearma tu vida, que el espíritu de él en tu interior descanse. —Crea un leve fruncido en sus labios; sus ojos se iluminan, aunque de estos no se dispara ni una sola lágrima. Asiento convencida—. Si estuviera en tus mismos zapatos, enamorada hasta las trancas de un fantasma, ¿qué me dirías mamá?

Levanta su rostro.

—D-diría; —sus manos temblorosas alcanzan mechones de mi cabello y tranquilamente lo agrupa detrás de las orejas—. Candela, vive. No solo sobrevivas, no canceles si es que te apetece salir, beber, reír, y conocer al chico que desees. La subsistencia es esta, nada diferente de lo que vos me decís ahora. —Se pausa y con suavidad acaricia el lóbulo en mi oído, mientras las comisuras le tiemblan en una pequeña sonrisa—. En fin. Dejemos el drama, y no te preocupes por nada. ¿Sí?

Alcanzo su muñeca y la estudio irónica, no muy contenta con su respuesta.

—Sí, si así lo quieres, por mí, bien.

Me alejo harta, en cuanto atravieso la puerta, imagino un momento de tregua ante la ola del disgusto que amenaza con rompernos el corazón.



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QUASAR  (Versión español) Parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora