Eddie y yo nos vamos hacia la salida de emergencia, que es el único lugar tranquilo en hora de receso. No hay absolutamente nada, solo él y yo.
— ¿Ya sabes que harás? —pregunta Eddie, quién me mira con una notable preocupación.
— Hoy me quitaré las dudas. Y si pasa... no sé que haré, sino pasa algo malo, prometo alejarme o lo que sea, solo no quiero problemas —trago en seco.
— Tranquila. Pase lo que pase, estoy contigo —dice y esboza una pequeña sonrisa.
— Muchas gracias, Eddie —le devuelvo la sonrisa, seguida de un leve empujón— Saliendo del colegio pasaré por la farmacia, ¿me acompañas?.
— Seguro.
— De acuerdo.
El timbre vuelve a sonar, anunciando la vuelta a los salones. Una vez más, salgo al pasillo, con la extraña sensación de que todos sabían que es lo que me estaba pasando, aunque no es así en realidad. Eddie es bueno guardando secretos, confío mucho en él, es una buena persona.
— ¿Y que pasó con Mike?.
— Nada en realidad. Desde esa vez nos vimos solo un par de veces. No sé la verdad.
— Bueno, deberías buscarlo y hablar, pasó mucho tiempo.
— Lo sé —susurro.
Las dos últimas horas fueron horas de tortura para mí, la ansiedad me estaba matando. No podía evitar golpear el lápiz contra mi cuaderno, no anoté nada de nada, y no pude concentrarme en la clase. Cuando el timbre de salida suena, me levanto rápido y guardo todas mis cosas en mi mochila.
Eddie sale primero que yo, y me espera junto a la puerta del salón. Juntos nos dirigimos a la salida, evitando irnos con los demás perdedores.
— ¿Cómo se supone que tengo que pedir... eso? —le pregunto, ante de entrar a la farmacia.
— Bueno... No sé, supongo que no debe ser raro —el castaño suspira, camina de un lado a otro— Solo pídelo rápido, no creo que el señor Bennet te reconozca.
— Eso espero.
Él se queda junto a la calle, cuidando ambas bicicletas en lo que yo compro esa maldita cosa.
Por suerte, no hay muchas personas en la farmacia. Me desplazo por todos los pasillos, y finalmente llego al indicado. Tomo la caja del producto que me parece más confiable, claramente era más costoso, pero da igual ahora. Me encamino a la caja.
— Maldita seas Greta. Me cago en tu vida —susurro rodando los ojos.
Me acerco a la caja de pago, y Greta me mira de arriba abajo, sin dejar de masticar su goma de mascar y con su estúpido rostro arrogante. Dejo la cajita sobre sus manos, y ella sonríe.
— ¿En serio? —sonrie de oreja a oreja y sube una ceja— ¿una prueba de embarazo?.
— Cierra la boca.
Dejo el dinero sobre el mostrador, tomo la bolsa y salgo a toda prisa. Una vez fuera, lo guardo en mi mochila.
— Vamos por mi casa, mamá no está a esta hora, vuelve en la tarde —me dice él, más impaciente que yo por supuesto.
— B-Bien.
(...)
Dejo la prueba sobre el lavamanos, en un par de minutos sabría los resultados. Salgo al pasillo de la casa de Eddie, dónde él está en el piso, con sus manos sobre su cabello.