Capítulo V: Dulce día, fría noche

276 19 1
                                    

El resto de la noche, la pasaron en silencio. Algo que se había vuelto anormal desde que la castaña se instaló en la casa.
Aquella discusión dentro del auto los había dejado bastante incomodos.
Snart, por un lado, no sabía por qué la reprendió.
Ella no conocía aún su historia con Mardon, por lo tanto, el único crimen que cometió fue portarse linda con todo el equipo. Tal vez un poco más con él -pensó-.
-Tu habitación está desordenada. -le dijo al encontrarla en el sofá con su laptop sobre las piernas, terminando su parte del trabajo-.
Helena desvío su mirada de la pantalla y se enfocó en Snart.
Todavía tenía ese gesto grave.
¿Había hecho algo malo? Llevarse bien con el equipo con el cual trabajarían no era algo infausto.
¿Por qué la había reñido antes entonces?
Se acomodó sus lentes sobre el puente de la nariz y regresó la vista a su ordenador.
-La arreglaré, gracias.
Fue lo único que compartieron antes de irse a dormir.
Cada uno a sus respectivos cuartos.
No más cobija calentita.
No más siestas en el sillón. No más calor corporal.
Ambos se separaron cuando la oscuridad había ya cubierto el cielo.
Helena, antes de dormir, arregló el desorden de ropa que había dejado al probarse los atuendos.
Snart únicamente se quitó la ropa y se metió en la cama, dispuesto a olvidar la escena que hace un rato había armado.
Cuando la mujer terminó la limpieza de su pieza no tuvo tiempo siquiera de cambiarse de ropa; se quedó recostada en su cama tan solo en bragas y con la chaqueta de su pijama.
Toda la noche la pasó en vela. A pesar de que sentía el sueño, había algo que no la dejaba descansar. ¿Sería la discusión que habían tenido hacia unos momentos o la culpa que sentía por procrastinar su trabajo hasta el último día?
No lo sabía.
Al amanecer, la mujer ya no pudo seguir recostada. Tenía un horrible dolor de espalda y aquel extraño malestar persistía. Lo mejor sería levantarse y alimentar con algo a su gruñón estómago.
Se vistió con el pantalón de satén que yacía sobre la silla y bajó a calentar el desayuno.
Para su suerte, Snart aún no despertaba.
Él seguía hundido en la comodidad de su cama.
Disfrutando de su frío colchón y sus suaves sábanas.
Helena se ató el cabello en un moño y comenzó a preparar los panqueques tal y como Leonard le había enseñado el día anterior.
Mientras su cuerpo se dedicaba a cocinar, su mente seguía vagando en el hecho sucedido el día anterior.
¿Por qué Snart estaría tan irritable desde que conoció a Mardon?
¿Habría sido el beso?
¿Desde cuándo era de su incumbencia con quién compartía fluidos corporales?
Además, sus labios apenas si se habían rozado.
Y, después de todo, Mark no le parecía tan desagradable...
Si piensa que con besarla actúo como acosador, entonces él, al verla desnuda, fue una violación.
Era eso o... ¿Serían celos?
Helena borró inmediatamente ese pensamiento.
Los únicos celos que Snart podría sentir tendrían que ser por su propio reflejo.
Tuvo que detener ahí sus reflexiones, pues el 'rey de Roma' venía bajando las escaleras.
-Buenos días. -saludó bruscamente-.
-Buenos...
Apenas levantó la mirada, el torso desnudo del hombre la cautivó.
En toda su estancia nunca lo había visto sin playera; lo más que había llegado a ver eran sus brazos, cuando usaba camisetas de tirantes y se ponía a trabajar en la cochera. 
Con avidez, sus ojos delinearon las líneas de su abdomen, sus pectorales, las cicatrices de su espalda...
Estaba por chorrear baba cuando Snart, sin percatarse de aquella hipnosis, tomó su camiseta de la silla y se vistió, cortando de tajo la ensoñación de Kast.
No sin un sonrojo, Helena volvió la vista a lo que estaba haciendo, aparentando serenidad.
-Buenos días. -atinó finalmente-.
Sirvió los platos y en un silencio lleno de tensión, desayunaron.
La mujer no podía dejar de dirigir su vista a Snart, quien sentía la delicada mirada de Helena y volteaba para interrogarla con sus penetrantes esferas azules.
Kast rápidamente la desviaba y continuaba disfrutando del almuerzo.
Ese 'sutil' vistazo ocurrió al menos cuatro veces.
Cuando el martirio del desayuno terminó, Leonard decidió lavar los platos mientras Helena desarrollaba las decodificaciones que le restaban.
Lamentablemente el sueño comenzó a acumulársele en los párpados; sus bostezos, cada vez más frecuentes, la desconcentraban de su trabajo, y, a pesar de que trataba de mantenerse despierta, la sombría pantalla solo conseguía arrullarla más,
Desesperada por no poder completar su trabajo, decidió levantarse de su lugar y subir hasta su habitación para descansar unos minutos antes de reemprender su tarea.
Mientras todo esto acontecía, Snart se encontraba leyendo el periódico, reclinado en el sofá, aparentando que nada extraordinario sucedía entre ellos.
Quería saber si algo interrumpiría su infiltración de la madrugada o si tendrían que postergarla.
Sin embargo, todo estaba en orden.
De vez en cuando volteaba a ver a Helena, quien cabeceaba cada cierto tiempo.
Un par de minutos después de su último bostezo, observó a la mujer levantarse de su asiento y ascender por las escaleras sin dirigirle una sola palabra.
Snart se asomó por las escaleras para seguirla con la mirada.
Se veía bastante somnolienta.
Decidió no molestarla y dejarla descansar para que continuara con el material del plan cuando despertara.
Pero aquella ausencia le pesó significativamente.
Solía amar la soledad.
El silencio.
La calma.
Pero desde que vivía con Helena, se había malacostumbrado a su pegajosa compañía.
Aquella mañana extrañó la dulce risa de la morena ante cualquier comentario inoportuno que soltara a mitad del desayuno.
Extrañó también discutir con ella sobre cualquier nimiedad que se les ocurriera, como: hacia dónde debía ir el extremo del papel higiénico; por qué las puertas de las tiendas de 24 horas tenía cerradura sin nunca cerraban, o qué había sido primero, la fruta o el color naranja.
Soltó un suspiro involuntario.
Tenía que explicarle cuál era su problema con aquel sujeto. De otra manera no soportaría ese martirio silencioso.
Claro que ella no lo escucharía si se inflaba de cólera como la tarde anterior.
Negó con la cabeza y, doblando el papel en cuatro, se dirigió con curiosidad hasta la computadora de la menor.
Estaba bloqueada.
Por un momento divagó sobre cual podía ser la contraseña. Debía tener entre 6  y 10 caracteres, de los cuales ninguno era un número. Por lo tanto, no tendría que ver ni con su alter-ego, por la extensión, ni con alguna fecha.
Usó el primer intento para escribir su nombre: "HelenaKast"
De inmediato le mandó un aviso de error; afortunadamente, con esta ventana vino una nueva pista: las mayúsculas no eran aceptadas a la hora de introducir la clave.
Intentó de nuevo con su nombre, ahora en letras minúsculas.
La pantalla mostró nuevamente la notificación. Seguía siendo incorrecta y no había más pistas que le indicaran el rumbo que seguía la contraseña.
Snart frunció el ceño y decidió cavilar un poco más respecto a la clave. Le restaba un solo intento.
Mientras reflexionaba, se percató de algo curioso: la primera hilera de letras de su teclado tenía la tinta ligeramente corrida hacia el lado derecho. Ninguna otra letra parecía tener una marca similar.
De pronto, recordó el ruido que hacía Helena justo después de que encendía su computadora: sonaba como si hiciera rechinar los dientes de un peine.
Tal vez si corría el dedo por...
¡Eso era!
¿Eso era?
¿Su contraseña era la primera línea de su teclado?
Cumplía con el tamaño requerido y no poseía mayúscula alguna, pero era algo tonta para ella.
Sin mucha esperanza presionó 'enter'. ¿Qué podía perder? Si se enojaba con él por bloquear su laptop, al menos tendría la satisfacción de que le dirigiría la palabra.
Sin embargo, se llevó una gran sorpresa al ver que había entrado exitosamente.
Rio para sus adentros. Helena era una completa paradoja.
Revisó las paginas que tenía abiertas y encontró donde había estado codificando el material.
Aun restaban diez programaciones y menos de doce horas para que se infiltraran en aquel museo. 
Decidió ponerse a trabajar un rato. Era eso o morirse de aburrimiento hasta que Helena despertara.
Se instaló en la mesa, dio una breve vuelta al refrigerador por una cerveza y mientras la destapaba, ojeó lo que debía hacer.
Hizo una mueca al ver lo largas que debían ser las encriptaciones. Necesitaba algo que contrarrestara el estrés que estaba a punto de soportar. Y qué mejor que la música.
Abrió su gabinete y de ahí extrajo moderno tocadiscos color marrón, con aguja de diamante y cubierta de plata.
Conectó el aparato y en el mismo mueble, comenzó a repasar los vinilos que tenía.
Guns 'N Roses, Black Sabbath, Led Zeppelin, Jimi Hendrix, Sinatra, Louis Armstrong, Presley, Rachmaninoff, Chopin, Amadeus... Strauss.
Decidió que no le vendría mal "El Danubio Azul" de éste último.
Acomodó la aguja sobre el vinilo y el aparato empezó a entonar la melodía.
De esa manera inició su largo trabajo.

Viviendo con frío [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora