Al llegar al lugar, el escenario le heló la sangre. Todo estaba hecho un caos.
Había pedazos de vidrio por toda la acera, hollín en los muros de los establecimientos contiguos y un intenso vapor caliente continuaba saliendo de lo que hacía unas horas, era un bar.
Snart pensó que la causa de aquel incendio pudo haber sido una fuga de gas.
Pero la magnitud del siniestro, aunado a la ausencia del reconocible olor tras la explosión, le hicieron descartar aquella opción.
Se aproximó hasta las ruinas, un pequeño charco de sangre le arrancó el color de la tez.
Con el corazón en la mano, se dedicó a examinar los alrededores, temiendo lo peor.
Luego de infiltrarse en un callejón cercano, Snart no tardó en encontrarla. Estaba recargada al lado de un contenedor de basura, casi inconsciente, sufriendo de horribles temblores a causa del dolor que experimentaba.
-Helena...
Leonard cayó de rodillas frente a ella. La acercó hacia él, provocándole un par de gemidos a pesar del cuidado que tenía al moverla.
Le tomó el rostro en un inicio. Los primeros tonos verdosos de un moretón le cercaban el ojo izquierdo. Su respiración era agitada, como si le costara trabajo realizar aquella monótona acción.
Sus labios estaban entreabiertos; por un extremo emanaba un pequeño vestigio de sangre que se deslizaba hacia su mentón.
Luego, dirigió su mirada hacia el creciente ovalo oscuro de su polera. Con cuidado la levantó y pudo observar una profunda herida, de la cual emanaba sangre.
Sintió un enorme nudo al presenciarla. Su primera reacción fue hacer presión para detenerla, pero resultó inútil. La sangre le resbalaba de entre los dedos con la misma presión.
Se deshizo de la camisa que abrigaba los brazos de Helena, e intentó detenerla con ella.
Mientras realizaba estos malabares, su vista se detuvo en el cañón de su arma.
Seguía medio escondida en el costado de Helena, con el mismo orificio que la bala le había causado dos días antes.
En ese momento Snart despertó.
Aún podía salvarla.
Pero tenía poco tiempo.
Solo había un lugar al cual podía llevar a Helena sin ser arrestados.
Solo un lugar poseía tal tecnología para salvarle la vida a su preciada compañera......
24 horas antes.
Los pesados rayos del Sol de la nona se asomaban por la ventana de la mujer, arrastrándose por debajo de las cortinas hasta alcanzar sus ojos, impulsándola a levantarse.
Su ligero cuerpo no se había movido ni un centímetro desde que fue recostada por el hombre la noche anterior, con una manta tras otra, y otra, y otra.
En lugar de alcoba, aquel lugar asemejaba un rústico iglú, con una ebria esquimal dentro.
Lentamente abrió los ojos y una horrible jaqueca le detonó en la cabeza, haciéndola presionar sus sienes y quejarse levemente hasta que se hubo acostumbrado a la luz.
Una ganas de vomitar la invadieron repentinamente, haciéndola levantarse de un espasmo y correr directo al baño. Levantó la tapa de este y vació toda la cerveza que ayer por la noche había ingerido.
Era cierto que no recordaba la mayoría de las cosas, no recordaba haber cantado, ni haber expuesto a Leonard, ni haber besado a Marlon.
Lo único que pasaba por su mente en aquel momento era la satisfacción que sentía al liberar todos esos litros de asquerosa cerveza.
Cuando su estómago se hubo asentado, se alzó hasta el lavabo, enjuagó su boca con un poco de agua y a gatas, regresó a la habitación para envolverse de nuevo en todas las frazadas y no despertar dentro de mucho tiempo.
Para su suerte, esa escena no fue captada por la veloz y burlona mirada de Snart; él, por su parte, se encontraba viendo la televisión, los noticiarios, específicamente, que aún no superaban la eficiencia y calidez de aquel hurto.
Estaba completamente embobado por la forma en que hablaban de él, de su equipo y de Helena, su diamante en bruto.
Ese día en particular estaba de un humor realmente agradable, posiblemente se debía a que su casa albergaba más de cinco mil millones y medio en arte y joyería.
Sin embargo, la mayor parte de su buena actitud estaba destinada a la planeada reconciliación con Helena que había tramado toda la noche.
Sabía que debido a su embriaguez no despertaría a su hora acostumbrada, así que no se esmeró como siempre con el desayuno, es más, tan absorto estaba en su plan que ni siquiera recordaba qué había desayunado.
Se encontraba recostado en el sofá cuando Helena salió de su cuarto para vomitar, percibiendo auditivamente el inicio de la resaca de su compañera.
De cierta manera, se sintió feliz de que aquel karma le alcanzara. Al final, un guayabo nunca había matado a nadie. Era un castigo justo por su conducta de anoche.
Después de otro rato de halagos y reproches contra su victoria, Leonard apagó el televisor y decidió matar el aburrimiento con su pasatiempo preferido: cocinar.
Ya tenía en mente lo que prepararía; necesitaba un platillo fresco, que contrarrestara los malestares de la castaña y que, al mismo tiempo, la hiciera fruncir la nariz y patalear tal como hacía al comer la frittata.
En medio de la noche, se le ocurrió que un ceviche especial de mango no le haría mal a su compañera. Tenía todos los ingredientes en casa, la única tarea restante consistía en integrarlos a su manera.
Se puso manos a la obra. No hubo procedimiento en el cual la imagen de Helena no se le viniera a la mente.
Cada cierto tiempo, Snart se detenía a pensar sobre ciertas inclinaciones particulares de la castaña.
Si preferiría aceite de olivos o de coco.
Si el acitrón le gustaría o estaría de más.
Si le faltaría dulce o salado a su paladar.
Leonard terminó dedicándole aquella comida por primera vez sin interponer sus gustos o preferencias.
Completó el platillo al cabo de hora y media.
Lo dejó reposar en el refrigerador y de nuevo, se recostó en el sofá.
Poco a poco, y en contra de su voluntad, el sueño comenzó a cerrarle los ojos.
No tardó en sumirse de lleno en aquel sopor, después de todo, no había dormido nada bien las últimas noches.
Se dejó llevar por los cómodos brazos del sofá y descansó lo que tuvo que descansar.
Tal vez más.
Cuando despertó, el Sol menguaba perezosamente. No fueron siquiera los últimos rayos de este lo que lo espabilaron, sino la aparición de las ruidosas cigarras vespertinas.
Abrió los ojos a medias. Se sobresaltó al reconocer los números en el reloj digital de la cocina.
Se levantó de su posición y se sintió extrañado al no escuchar ruido alguno, la castaña seguía aletargada en su cama.
En medio de estiramientos retiró la comida del refrigerador y sirvió una porción decente en un plato el cual acompañó con una limonada.
Subió cuidadosamente las escaleras y mientras sostenía la bandeja con una mano, abrió la habitación de Helena, quien parecía estar más muerta que viva.
-Si sigues durmiendo te confundirán con un oso.
Se acercó a su oído y susurró estas palabras, provocando que la menor se removiera en su cama.
-Me siento mal. -gruñó-.
-¿Qué esperabas después de todo lo que bebiste? Vamos, levántate.
-No quiero. -se volvió a cubrir la cabeza y le dio la espalda a Snart-.
Leonard suspiró y dejó la cena en la cómoda de la habitación. Levantó suavemente el extremo de la sabana y con un fuerte tirón la arrancó del cuerpo de Helena.
-Levántate.
-¡No!
Kast se volvió a hacer bolita y abrazo sus rodillas como si su vida dependiera de ello
Leonard encendió la luz, abrió parcialmente la ventana junto con las cortinas para que la entrante luna llena animará a su compañera a despegarse de su colchón.
-Helena... -proclamó en tono irritado-.
-Leonard... -lo imitó-.
Al ver que la castaña se rehusaba a mostrarle algo que no fuera su espalda, decidió sobornarla de otra manera.
-Preparé comida.
-¿Qué clase de comida?
-Ceviche de mango.
Helena rápidamente se giró, talló sus ojos, sostuvo su ondulado cabello con una coletera y dirigió su vista al hombre.
-Muéstramelo. -pidió con la voz ronca, aun medio dormida-.
El ojiazul le colocó la bandeja en el regazo.
A pesar de que todavía no alcanzaba a percibir plenamente el panorama, pudo advertir lo colorido de aquel platillo y el cítrico aroma que emanaba de este.
Sonrió levemente y agradeció a Snart, quien solo asintió, reteniendo en sus adentros las ansias de celebrar aquel pequeño logro.
Helena se llevó una cucharada a la boca.
Lo retuvo unos segundos ahí dentro, disfrutando de la variedad de sabores de aquel pequeño bocado. No pudo evitar fruncir las cejas y soltar un leve ¡Mmmm! que erizó todos los vellos del varón.
Leonard la contempló algo impaciente. Conocía aquel gesto pero necesitaba escucharlo salir de sus labios. En verdad lo ansiaba.
Ella era consciente de que no podía mentirle, todo lo que él preparaba resultaba buenísimo. Y, además, no era buena ocultando sus emociones.
Y con ese detalle, se la estaba ganando otra vez.
-Me encanta, está delicioso. -dijo mientras colocaba una pequeña porción sobre un nacho antes de tragarlo-.
-Me alegra que te guste.
Snart se quedó junto a ella hasta que terminó su comida. Después, viéndola tomar un sorbo de la bebida y mantenerla nerviosamente entre sus piernas, se envalentonó y comenzó su discurso.
-Helena, me gustaría que habláramos... Hay un par de cosas que quisiera aclarar sobre la otra noche. Sé que estuvo mal mi reacción...
-Te tomó mucho darte cuenta, ¿no crees?
Leonard le dirigió una mirada de impaciencia.
-Ya, continúa.
Snart suspiró tratando de recobrar el hilo de su monólogo cuando un recuerdo, seguido de una horrible punzada, lo sacudió, dejándolo mudo por unos segundos.
Helena elevó las cejas, desconcertada por el repentino trance de su acompañante.
-¿Y bien?
-¿Dónde está mi arma?
La menor se sorprendió por aquella pregunta.
-¿Tu arma?
-Sí, mi arma, dispara rayos fríos, mide casi medio metro, es difícil perderla de vista.
-Sí, la conozco, lo que no sé es por qué supones que yo...
Helena tuvo que detenerse ahí.
En medio de destellos todos los recuerdos de la noche pasada la invadieron; toda la cerveza que había consumido, el momento exacto en el que había subido al escenario a cantar, cuando retiró el arma de la funda de Snart y se la había colocado posteriormente en la cadera, y la peor de todas, la parte en que cortaba distancia alguna con Mardon y sus labios.
Un mareo la agitó bruscamente y tuvo que retener las ganas de devolver lo que su desesperado estómago había consumido.
-Helena, tú tomaste el arma anoche. ¿Dónde está? -volvió a preguntar, con miedo de escuchar su respuesta-.
-Yo... No lo sé.
Esas palabras fueron las menos indicadas para Snart.
Era el más consciente de lo que esa arma podía hacer y deshacer.
Y aunque estaba descompuesta, la energía que utilizaba podría ser peligrosa en manos erróneas.
Leonard se frotó la cara, esperando que aquello fuera un mero sueño. No era así.
Sin dedicarle alguna otra palabra y con paso apresurado, salió de la habitación de la castaña y comenzó a descender las escaleras casi a brincos, tomando su chaqueta y azotando la puerta de la casa, que retumbó por varios segundos.
Helena permaneció en silencio mientras todo esto acontecía, reaccionando únicamente cuando la última vibración de la puerta cesó.
El sonido que emitió el escape de la moto al arrancar la hizo sobresaltarse.
Una taquicardia comenzó a invadirle el corazón; el sonido de su sangre recorriéndole las venas le retumbaba en los oídos, obligándola a sostenerse de la cabecera para no caer.
Cuando consiguió estabilizarse, tomó el último sorbo de limonada y, junto con la bandeja, los dejó en el lavavajillas.
Un nuevo recuerdo le asaltó mientras realizaba esto: ella no lo había besado.
Fue Mardon quien le robó el beso apenas regresó a la mesa que compartían. Inmediatamente después de sentir sus labios encima, ella se separó de él.
Helena soltó un aliviado suspiro al recordar aquello. Una inefable felicidad la llenó de pies a cabeza, y aprovechándose de esta, optó por arreglar y limpiar el poco desastre que existía en la casa. De esa manera mataría dos pájaros de un tiro: rebajaría el estrés de Snart al ver todo en orden, y al mantener su cerebro relajado y enfocado en un tema completamente diferente, podría ser capaz de recordar dónde dejó el arma fría.
Así pasó hora tras hora: no hubo lugar que no pereciera ante Helena y su spray desinfectante.
Cuando el cansancio comenzó a quemarle los músculos y el sudor se volvió insoportable, hizo un último esfuerzo por reacomodar lo usado y se internó en la ducha.
Gimió suavemente al sentir el agua resbalar por sus hombros. Se sentía tan bien.
Con dureza, intentó librar a su cuerpo de aquel horrible olor a ebriedad que había advertido minutos atrás, cepillando sus dientes innumerables veces hasta hacer desaparecer el aliento a alcohol.
Le daba asco verse en ese estado. ¿Qué habría pensado Leonard al verla así?
Hizo una mueca de disgusto al imaginarlo.
Afortunadamente ninguna palabra sobre la noche pasada había salido de su boca -sin contar lo relacionado con su arma-, pues si así fuera, la vergüenza y el remordimiento se apoderarían de tal manera de ella que no podría verle de nuevo sin cierta incomodidad.
Luego de flagelarse bajo el chorro de agua, por fin se decidió a cerrar el grifo.
Decir que esa ducha no había servido habría sido una mentira.
La relajó y trajo de vuelta a la vieja Helena, la amable, tierna, divertida y un poco orgullosa Helena. Lo único que no hizo fue recuperar su memoria.
Bajó a la sala de estar, derrotada y cada vez más preocupada por la pieza extraviada.
Después de pensar un poco, decidió utilizar un viejo truco familiar para refrescar sus recuerdos.
Había visto a Selina y a Harley hacerlo, pero nunca lo intentó porque detestaba la engorrosa sensación del calor agolpado entre sus sienes. Pero si no lo hacía, podría perderse de cualquier indicio que facilitara la localización del arma...
Sin más, midió un pie de espacio entre la pared y su cuerpo, colocó sus manos en el suelo a la altura de sus hombros, e impulsándose fuertemente hacia adelante, se volteó de cabeza.
Cuando logró mantenerse, realizó un par de ejercicios de respiración que poco a poco le enviaron fragmentos sobre la noche anterior:
Tras regresar de la barra por unos tragos, se había equivocado de mesa y había dado con algunos tipos cejijuntos, que no tomaron a mal su tropiezo y que incluso la invitaron a beber algo con ellos. Sus rostros continuaban borrosos, el atuendo de todos tampoco daba indicios que la ayudarán a identificarlos.
Eran como los duplicados del agente Smith, pero sin el smoking -pensó-.
Excepto por el tatuaje de uno. Un hongo malhecho que asemejaba más a un falo que a cualquier otra cosa... Recordó haber hecho una broma sobre eso.
Mientras se retorcía de risa, uno de los sujetos se fijó en el curioso armamento que colgaba de su cadera. Luego, ella...
Kast frunció el ceño. Nada más fluía de su cansado cerebro.
Se incorporó con suavidad. Tanto tiempo de cabeza le provocó una pequeña jaqueca, así que encendió el fuego del calentador y preparó una tetera.
Sin querer, sus ojos se deslizaron hasta el reloj y ahí, asombrados, se detuvieron.
11:58
Hacía ya más de tres horas que Snart había salido; la intriga la invadió de nuevo.
Se paseó de un lado a otro, asomándose por la ventana cada vez que escuchaba una motocicleta acercarse. Lamentablemente ninguna de ellas fue la de Snart.
Al intentar llamarlo, el buzón brincaba al instante; lo que terminó inquietándola aun más. Sin embargo, al sentarse momentáneamente en la sala, sintió el móvil de Leonard entre el plisado de piel. Intentó encenderlo pero la batería estaba muerta.
Eso tampoco ayudó mucho.
Helena resolvió que en su posición lo mejor sería relajarse y pensar lo mejor; aquello la ayudaría a no sufrir una crisis de ansiedad y a no alterarse cuando el hombre llegara.
Luego del último sorbo de té de la castaña, Leonard Snart apareció por la puerta con una horrible palidez.
-¿La encontraste? -preguntó rápidamente-.
-¿Tú qué crees? -respondió molesto-.
-Len, yo...
-No quiero hablar contigo, Helena.
Snart comenzó a subir las escaleras con un estruendoso paso; Helena lo siguió, inflándose de valor, y trató de detenerlo.
-Len, por favor...
-No quiero escucharte.
Leonard alcanzó la puerta de su habitación, en la cual se adentró y cerró de un portazo, dejando a la castaña titubeante frente al umbral. Aún no estaba segura de ser bienvenida en esa parte de la casa, menos en la situación actual.
Pero ni eso fue suficiente para detenerla; giró la perilla y abrió la puerta del cuarto vecino.
Por unos instante admiró la intimidad de Leonard.
Era apenas más grande que su cuarto, con un ventanal muy parecido al suyo, excepto que este permitía el acceso hacia un pequeño balcón, donde se encontraba el varón.
Las obras de arte yacían embaladas todavía, recargadas apresuradamente contra el muro frontal de la habitación. Una pequeña torre de libros se elevaba en la pequeña cajonera izquierda; Helena estaba a punto de examinar uno cuando el ojiazul la extrajo de su ensimismamiento.
-¿Qué estás...? ¡Sal de aquí!
-No me iré hasta que me hables. -protestó. Luego, después de lamerse los labios, continuó-. Sé que cometí errores ayer pero fue porque estaba molesta y muy ebria, no tienes por qué ponerte así...
-¿Así cómo? ¿Molesto? ¿Desesperado? ¿Decepcionado?
Helena ahogó un quejido al ver a Leonard acercándose a ella.
-Sí, dije cosas que no sentía y te dejé a tu suerte, ¡pero tu comportamiento de ayer con Mardon no es excusa, Helena! ¡Le diste la satisfacción de tratarte como a un objeto!
Y después de todo tu teatrito, que habría pasado por alto, te lo juro, se te ocurre olvidar mi arma. ¡Pero qué buena idea, Kast! Abandonar en un lugar de mala muerte, lleno de criminales, un arma cryokinetica para que destruyan la ciudad, para que maten a miles de inocentes ¡mientras tú estás ebria cogiendote a Mardon! ¿Y todo por qué? Por joderme la vida, ¿no es así?
Los ojos de Snart irradiaban llamas. Sus gritos invadieron rápidamente los muros de la casa provocando que Helena se refugiara contra una pared, sin poder dignarse a mirarlo.
Tenía razón. Había caído al más bajo nivel: el de Mardon.
-Dime, Helena, ¿quieres que siga hablando?
Ella lo miró levemente con los ojos cristalinos, luego bajó la cabeza y negó en silencio.
-Quiero que te vayas de esta casa. Y del equipo.
-Leonard...
-No. No lo intentes, porque no voy a cambiar de opinión.
Helena tragó saliva. Todo lo que había conseguido en aquel mes se había venido abajo en cuestión de horas.
Decaída, abandonó la alcoba del hombre, se metió en su cuarto y se dejó caer en la cama, ahogando sus sollozos contra la almohada.
Leonard se restregó la cara, intentando asimilar todo el cólera que había desatado contra Helena. Trató de buscar una vez más los sentimientos que hace poco Kast había provocado en él, pero no encontró nada; aquella ira se sobreponía engañosamente al verdadero delirio que la castaña le inducía.
12:50
Más de media noche y Kast aún repasaba las innegables acusaciones en su contra.
¿Qué habría podido objetar? Leonard estaba en lo correcto.
Pero, ¿y si no quería irse? ¿Y si no podía imaginar su vida fuera de esa casa y de ese equipo?
¿Qué podía hacer si el hombre que tanto la intrigaba y al que poco a poco le había estado tomando cariño la corría de su casa?
¿Cómo arreglar las cosas en tal estado?
Tal vez de la única manera que sabe remendarlas.
Robando.
Se puso de pie, secó sus lágrimas y se cambió de atuendo.
Esta vez no usó el traje negro, aquella misión requería de algo más eventual si era el éxito lo que buscaba.
No era experta en el espionaje, de hecho, era su primera vez realizando esa locura.
¿Y que no era eso lo que propiciaba el amor? Las locuras eran su máxima cualidad intrínseca.
¿Amor? -se detuvo a pensar-. ¿Era eso lo que en verdad sentía?
Qué importaba ya. Lo había estropeado todo, y si su plan fracasaba, podría irse olvidando de los Rogues, de Central City, y aún más importante, de la más mínima relación con Leonard Snart.
Recargó su única arma, una semiautomática que no tenía más que un par de usos, y guardó otro cargador preparado en su bolso trasero.
Atravesó el corredor de puntillas, aguzando el oído ante cualquier mínimo ruido que el ojiazul emitiera; nada.
Descendió las escaleras lentamente hasta llegar a la planta baja; con meticulosidad giró la perilla y salió de la casa, no sin antes dejar una nota sobre la mesa, explicando los motivos de su huida e implícitamente, algunos de sus sentimientos.
1:30
Tomó una fuerte bocanada de aire antes de internarse en aquel lugar.
Es la única manera de encontrar algo útil. -se dijo, tratando de darse ánimos-.
Cruzó el umbral y, al instante, los fantasmas de la noche anterior la asediaron, la llenaron de una colosal incomodidad que le revolvía las tripas a cada paso que daba, a cada mirada que recibía y a cada ebria propuesta que le dirigían. Tal fue el efecto de aquella atmósfera que, sin poder resistir una zancada más, se vio obligada a correr directo al baño, donde una vez más, vació su estómago.
Se apoyó en el lavamanos e inspiró un par de veces antes de enjuagar su boca y decidirse a salir.
Recorrió el bar de un lado a otro, tratando de identificar la mesa que les había sido asignada ayer; sus veloces ojos escapaban de un extremo para volverse a otro, repasando a las personas e intentando reconocerlas, pero la cantidad de factores que la hostigaban era demasiada para la concentración requerida: el ambiente era terriblemente abrumador, su mente no dejaba de bailar en asuntos ajenos y el atosigante olor a cerveza le embriagaba de tal modo los sentidos, que de un momento a otro se encontró trastabillando y deteniéndose con una corpulenta espalda masculina.
-Disculpa... -dijo la chica sin quitar la vista de alrededor-.
El hombre tardó un poco en reconocer a la castaña, no demasiado pues antes de que esta se alejara del todo, la tomo del brazo y la hizo voltear.
-Hey, yo te conozco...
Helena lo examinó algo extrañada, pero igual que el otro sujeto, pudo sentir el déjà-vu al visualizar el horrible tatuaje en su brazo.
-Ayer estuviste aquí... Cantaste algo de Spears y después...
-¡Te invité a ti y a tus amigos a tomar una ronda! Sí, ya lo recuerdo... -comentó Helena emocionada por haber encontrado a su fulano-.
-¡Tan pronto aquí! Ayer no pudiste salir ni por tu propio pie. ¿Vienes a un desempate de shots?
-No, sería perder mi tiempo. Ambos sabemos que yo ganaría.
El hombre únicamente rio. Helena imitó el gesto, aunque por dentro, lo que más deseaba era que salir corriendo de ahí.
-Entonces, si no vienes a tomar, ¿qué haces aquí?
-Verás, ayer estaba extremadamente ebria...
-Sí, nos dimos cuenta.
El desconocido la interrumpió brevemente, luego tomó el bote que yacía sobre la barra y con un trago, le hizo entender a Helena que podía proseguir.
-Bueno, como dije, estaba muy ebria, y además había discutido con... mi novio. Se portó como un completo imbécil, pero por suerte recapacitó. El caso es que tomé el prototipo de su... aspiradora, que mide como medio metro, es gris y está averiada. Pero a él le importa mucho porque... gasta menos energía y está hecha con materiales bastante económicos y si la repara podría lanzarla al mercado.
Helena era una pésima mentirosa.
Nunca le había gustado mentir.
Por ello, la nula experiencia que tenía en el campo del engaño, no pasó desapercibida por el hombre, quien con una mueca le contestó lo siguiente:
-Lo siento, guapa, cuando llegaste a nosotros ya no tenías nada... Pero si alguien la encontró, prometo que te avisaré.
Helena asintió poco convencida ante tal respuesta. Además, la pronta retirada de su interlocutor no contribuyó mas que a agrandar las nacientes sospechas sobre el destino del arma.
Dicha conjetura se vio resuelta al escuchar parte de una conversación entre este mismo sujeto y una voz desconocida.
-La chica del arma volvió. Termina el trabajo antes de que recuerde algo más.
Kast sonrió victoriosamente. Su instinto nunca fallaba.
Decidió no arriesgarse y evitó enfrentar al sujeto de inmediato; en lugar de eso, se apartó de la barra y lo espió desde lejos, sin perder algún detalle de hacia dónde iba, con quién y qué era lo que requería para acceder al misterioso salón de compuerta blindada.
Poco a poco el bar se fue vaciando, dejando únicamente a los meseros y uno que otro barista, demasiado ocupado con las faenas para prestarle atención a la castaña.
Helena se levantó de su asiento, y con recato, se aproximó hasta el extremo derecho del lugar. Ahí, se encontró de frente con la puerta antes aludida y la examinó detenidamente por un par de segundos: no había cerradura alguna que requiriera llave maestra o huellas dactilares. A simple vista era solamente un enorme bloque de acero. Pero Helena estaba acostumbrada a no dejarse llevar por las apariencias sobrias de las cosas.
Una vez descartada la primera opción de acceso, procedió a tantear levemente el borde hasta que dio con un pequeño relieve que adivinó, era el botón de acceso.
Después de presionarlo, la puerta emitió un suave crujido e inesperadamente, se abrió, sin más pruebas de seguridad.
Kast se infiltró en el corredor al que daba dicha puerta y caminó de puntillas a lo largo de este, lanzando breves vistazos a las habitaciones que bifurcaban: la mayoría parecía ser almacenes de drogas; otras, eran despachos donde los contadores de billetes tintineaban cada vez que terminaban de calcular los fajos. Sin duda un bar era la mejor fachada para el lavado de dinero.
Al final de la galería, Helena dio con una bóveda ocupada por un par de hombres amordazados tratando de arreglar el objeto de disputa entre ella y Leonard.
Kast tomó su arma y con el cañón apuntándoles, entró en escena.
-Muévanse y serán mancos.
Los hombres alzaron sus temblorosas manos tan pronto como la advirtieron.
La castaña se acercó cautelosamente hacia la mesa donde reposaba el aparato, con ciertas partes fuera de su lugar. No podía llevárselo así, sería fácil perder las piezas sin que ella misma se diera cuenta, por ello, exhortó a los rehenes a regresarlo a su estado original en menos de cinco minutos si no deseaban cojear por el resto de su vida.
Y un par de segundos antes de que su cronómetro marcará el límite del tiempo, el arma ya estaba lista.
Helena la tomó y guardó en su funda. Luego, girando sobre sus pies hacia la salida, comenzó a congratularse por su logró.
-¿Y Snart no pudo encontrarla? Pedazo de inútil. Ya quiero ver su cara cuando...
-¿Snart? ¿Como Leonard Snart? -insinuó una voz a sus espaldas que la hizo sobresaltarse-.
Nunca creí que Snart creará "prototipos de aspiradoras" -continuó-. O que siquiera tuviera una novia con más agallas que él.
-En eso tienes la mitad de razón: me quedan mejor los pantalones que a él.
Ahora, me parece que nuestros asuntos están arreglados, así que si me disculpas...
Intentó salir por la misma puerta por la que entró, pero de ahí emanaron otros dos hombres, ligeramente menos corpulentos que el primero, aunque en esencia intimidantes. Al instante recordó que eran los mismos con los que se había sentado a beber la madrugada pasada.
-¿En serio vamos a hacer esto? -preguntó la castaña-. No tienen idea de lo mucho que se puede complicar.
El hombre soltó una pequeña risa socarrona.
-Lo sabemos, ¡por eso lo hacemos! Hace años que queremos a Snart y a su equipo fuera de las calles. Desde la creación de los Rogues, ellos adquirieron lo mejor de lo mejor: robaban bancos, museos, mansiones... Tienen tecnología superior a su alcance. ¿Cómo competir contra eso?
Tuvimos que reducirnos a la miseria. Licorerías, supermercados, casas...
Snart ha pasado demasiado tiempo en el trono, y creo que es hora de un sucesor digno. Entrégame el arma y le daré a Central City un nuevo rey. Y si colaboras... ¿Una reina, quizás?
Se acercó tentadoramente a la castaña, ella no se inmutó. Al menos no hasta que lo tuvo demasiado cerca de sí, donde extrajo su semiautomática y disparó directo al estómago del sujeto, lo que lo hizo gemir y desplomarse a los pies de la morena.
-¿Sabes? El título de reina consorte no es mi estilo. Prefiero compartir el titulo con mi subnormal equipo.
Helena se levantó y esta vez, se dirigió a los otros dos hombres.
-¿Quieren seguirlo o se quitarán?
-Qué tal... ¡Ninguna! -rugió el hombre que había sido herido por Helena-.
Este arrojó la pesada mesa sobre la mujer, quien tuvo que rodar por el piso para esquivarla.
-Oh, no... Eres...
-Un meta humano, linda. Sí.
Helena desenfundó de nuevo su revolver y disparó a la cabeza del sujeto.
El hombre se quitó la bala de la frente y furioso, se arrojó hacia Kast.
En aquella pequeña habitación, cercada por el otro par de metas, se desató una intensa pelea.
La castaña trataba de esquivar todos los golpes y objetos que el hombre le arrojaba, algunos lograban su cometido, otros tan solo caían al suelo.
-Dime, lindura, ¿por qué tu jefe no está aquí salvándote el pellejo?
-¡Porque está con tu madre! -gritó Helena mientras brincaba sobre su cuello e intentaba de asfixiarlo-.
En ese momento, los acólitos del varón hasta entonces inertes, intervinieron; le arrebataron a la mujer del cuello y de un golpe, Helena salió disparada fuera de la habitación hacia el corredor, donde permaneció tendida en el piso, mientras trataba de recuperar un poco de aire.
Luego, antes de ser alcanzada por sus perseguidores, Kast se levantó, y haciendo acopio de sus fuerzas, se encaminó hasta la puerta de metal, donde realizó el mismo procedimiento que el de acceso: presionó el botón y consiguió salir de aquella galería oscura.
Lamentablemente, no fue lo suficientemente rápida para escapar de aquel bar con poco más que un par de moretones.
El líder de la triada apareció detrás de ella, la avasalló contra el mostrador y sin tener piedad, la la arrojó a lo largo de este.
Al caer, Helena escuchó como un par de sus huesos, junto con algunas botellas de licor, se rompían.
Exenta del dolor -debido a la adrenalina, tal vez- se puso de pie y gastó las balas restantes de ambos cartuchos en los hombres.
Hirió a uno lo suficiente para dejarlo tumbado, sin embargo, aún le quedaban dos metas por perder.
-Nena, ¿dónde estás? Regrésale a papi el arma y te perdonará la vida. -canturreó el más grande mientras se paseaba por el lugar-.
La mujer, escondida bajo la barra, había empezado a sangrar debido a los pequeños pedazos de vidrio regados por aquel lugar.
Si quería salir viva de ahí solo tenía una opción: Matarlos.
Helena no tuvo otra alternativa más que pelear mano a mano con ambos sujetos.
Saltó de su escondite y con la culata de su arma comenzó a repartir duros golpes a sus enemigos.
La pelea para nada era justa.
El primer meta humano estaba dotado de super fuerza, y si bien no era veloz con sus movimientos, hacia valer su ventaja arrojando la utilería del bar sobre ella y sometiéndola con su irreprimible corpulencia.
El segundo, era una clase de telepata degenerado. Invadía la mente de la mujer rebobinado cintas y recuerdos que ella hubiera deseado olvidar.
Ambos estaban explotando la inteligencia física y emocional de Helena.
Ambos la estaban quebrando dolorosamente.
-Sí, Black Diamond. Ahora te recuerdo... -susurró el mayor mientras sujetaba a la herida mujer del cuello-. Trabajabas con las Sirenas, vaya símbolos... Pero tú, ¡no eres nada comparada con ellas! Vivías a su sombra, bajo su prestigio, sus éxitos... Pobre niña estúpida, morirás sin el renombre que tanto buscas.
Helena empezaba a sentir como sus miembros comenzaban a flaquear por la falta de oxígeno, no faltaría mucho para que su nariz comenzara a sangrar y sus ojos saltarán de sus cuencas.
-Pudiste evitarte esto. El honor no vale más que la vida. Y menos si es a Snart a quien se lo debes, ¡ese hombre arrasa con todo como si fuera fuego!
Fuego.
Fuego.
¡Fuego!
Había licor regado por todas partes, sobre los hombres, e incluso sobre ella.
Una pequeña chispa y aquel lugar se convertiría en la antesala del Infierno.
-¿Deseas agregar unas últimas palabras? -preguntó burlón mientras presionaba más el cuello de la menor quien en su desesperación trataba de zafarse-.
-Jó-dete.
Extrajo de su bolsillo trasero el mechero de Mardon, lo encendió y arrojó contra el suelo, provocando que todo empezara a arder en llamas.
Por reflejo, el hombre aflojó su agarre. Helena se valió de este momento para escapar y correr sin mirar atrás hasta la salida del bar, donde la puerta estalló por el inmenso calor que se había acumulado.
Las flamas se propagaron rápidamente por todo el lugar, haciendo volar cristales y una que otra astilla de las mesas.
Para ese instante, Kast ya se encontraba en la acera, a una distancia considerable, mientras tosía por la falta de oxígeno.
Una vez que sus pulmones vaciaron el dióxido de carbono almacenado, intentó ponerse de pie, pero cada acción que realizaba conllevaba un agudo y punzante dolor en su vientre.
Se dejó caer sobre el asfalto y apenas levantando el cuello, examinó cuál era el origen de ese malestar.
Un pedazo de vidrio de 10 centímetros sobresalía de su abdomen, el cual había comenzado a teñirse de un rojo brilloso que, al mirarlo, le provocó ciertos sentimientos encontrados.
Lo ideal era mantener el pedazo de vidrio en su lugar, detendría la hemorragia y podría salvarle la vida.
Pero el dolor era insoportable, Helena gemía, sollozaba y por más que intentaba, no lograba incorporarse sin sentir que la vida se le desgarraba desde dentro.
Al escuchar las sirenas de policía acercarse, su angustia aumentó. No podía quedarse ahí, a mitad de la calle con un arma cryokinética colgando de su costado.
Sosegadamente, comenzó a retirar el intruso cristal de su cuerpo. Una satisfacción enorme la invadía a cada pedazo extraído, se sentía liberada, el dolor menguaba, al igual que su vida.
Mientras se sujetaba el vientre, se tambaleó hacia un solitario callejón, donde se postró y escondió a un lado del contenedor de basura.
Sin poder retenerla, su sangre empezó a regarse por todo el lugar.
Un velo de sudor cubría su frente.
La iniciada luz solar era odiosa para su vista.
El tierno frío de la mañana la colmaba de escalofríos.
Por su mente se reproducían sus últimos recuerdos: la despedida de Selina, la primera vez que vio a Snart, el bochornoso momento del cabello y Lisa, el robo del museo, lo sucedido en el bar, y su favorito, la tarde que bailó con Leonard.
En ese momento se percató de un detalle que hubiera deseado haber visto antes.
Observó la manera en que Leonard la miraba.
El sorprendente brillo que sus esferas azules adquirían al verla sonreír.
Una lagrima se deslizó por su mejilla al advertirlo.
Y de pronto, fue demasiado tarde para aceptar lo que sentía....
En ese instante Leonard se encontraba leyendo la nota que Helena había dejado previamente sobre la mesa.
Los veloces ojos de Snart repasaban las líneas escritas a puño y letra por la morena.
Delineaban amargamente la despedida de esta y reconocía su culpa en las decisiones que ella había tomado.
Una vez terminó de leerla, salió desesperado de su morada.
Encendió la motocicleta y recorrió la ciudad en busca del infernal bar que ahora ardía en llamas.
En ese momento alcanzó velocidades que nunca antes había superado.
Dentro de su mente corrían películas que detonaban los más horribles desenlaces.
Una peculiar y amarga sensación lo invadió al toparse con el lugar en llamas, las sirenas de la policía, de ambulancias y de los bomberos no hacían otra cosa más que presionarlo.
Bajó de su motocicleta antes de que esta se detuviera y a paso veloz, casi corriendo, recorrió las intersecciones buscando a su compañera.
No tardo en encontrarla.
Pero sí en reaccionar.
Y cuando lo hizo, Helena estaba a punto de abandonarlo.
La tomó en brazos y la llevó hasta su vehículo donde la abrazó con todas sus fuerzas, esperando retener de esa forma, el alma de su amada.
Fijó el curso y no detuvo el vehículo sin importar el costo....
S.T.A.R labs.
Era una mañana tranquila en la residencia del equipo Flash. Barry acababa de dejarlos para ir a extinguir el misterioso incendio en un bar; Caitlin revisaba sus correos no leídos y de vez en cuando, entraba a una oculta aplicación de citas que había encontrado hace ya tiempo; Cisco, por su parte, había terminado de arreglar el sistema de seguridad de los laboratorios, ya que parecía más un comedor comunitario que una fortaleza tecnológica.
-Está más que listo, nadie volverá a pisar S.T.A.R Labs sin que Cisco "sexi" Ramón lo note. -comentó orgulloso a su mejor amiga-.
No pasaron más de dos segundos cuando se escuchó el cristal de la puerta de entrada quebrarse y unos agitados pasos moverse hasta ellos.
-¡Ay, no! -gritó Cisco molesto-. ¡Renuncio!
-¿Pero qué es...? -preguntó Caitlin sin completar la oración-.
-¡Snow, Cisco! -chilló Leonard entrando en escena cubierto de sangre y con la mujer aún en brazos-. Sálvenla...
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Viviendo con frío [EN EDICIÓN]
Fanfiction-Lisa, cariño, una cosa es que te quedes en la casa un par de noches, pero que llegues con una extraña a compartir mi comida vegana y que duerma bajo mi techo es algo muy diferente. -¡Vamos Lenny! Te estás volviendo muy gruñón, necesitas algo de com...