Capítulo VI: Pequeña víbora carnívora

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Aquel escenario, el que hace una cuantas horas se llenaba de risas y música, era ahora una casona abandonada.
Los habitantes simulaban fantasmas, deambulando de ahí allá, casi levitando para evitar los chirridos del piso, saltando las escaleras cuidadosamente, precaviendo que ningún suspiro se les escapara.
Así se encontraba la pareja: distanciada.
Ella, ensimismada con la luna, se secaba el cabello de manera casi autómata, sin poder parar de pensar en la disputa que había tenido con su vecino de cuarto y sin poder retener las lagrimas que resbalaban pesadamente por sus mejillas.
Él no estaba en mejores condiciones. Seguía agobiado por el efecto que Sara había tenido sobre su relación con la castaña. Estaba confundido, enojado... Solo.
Nunca se había sentido tan vacío como en ese momento. Y le alarmaba cuánto podría durar.
Aquella noche el sueño pareció no querer entrar en la casa, pues el crujido de ambas camas cada que su huésped cambiaba de posición, no cesó en ningún momento.
Fue un par de horas más tarde cuando Snart se hartó de esa monotonía y se levantó del frío catre. De todas maneras, ya estaba acostumbrado a dormir menos de lo usual.
Y bajo la excusa del robo que tenían pendiente, decidió que era mejor estar listo desde mucho antes.
Salió de su pieza  y anduvo hasta el cuarto de baño.
Trataba de no desviar los ojos de su ruta, pero la silenciosa y solitaria habitación de Helena lo sedujo terriblemente.
Sin poder contener un impulso, giró la perilla y abrió parcialmente la puerta de la castaña.
Ahí se encontraba ella.
Dormida.
Cómodamente recargada sobre su brazo derecho, tomando parte de la almohada con la mano izquierda.
Su cabello alborotado traspasaba los límites de su rostro.
Su respiración era lenta pero profunda, provocando que su pecho se inflara y desinflara con gravedad en repetidas ocasiones.
De no ser por un suave gesto de indignación que transmitían los rasgos de la menor, parecería que todo estaba bien.
Snart volvió a cerrar el cuarto y sin más interrupciones, procedió a alistarse.
Mientras Leonard tomaba un baño, Helena se removió nuevamente en la cama.
Pese a las pocas horas de sueño y a la falta que este le hacía a la menor, su mente parecía no ansiar un descanso, ya que no paraba de darle vuelta al mismo asunto una y otra vez.
Al final, todas esas reflexiones la llevaban a una simple y contundente conclusión: no quería encontrarse con Leonard.
Prefería evitarlo todo lo posible.
Y eso involucraba el camino de ida y vuelta a la fábrica.
Una gran -terrible- idea afloró en su mente después de tantas cavilaciones y rondines por su cama.
Medio consciente, estiró sus extremidades hasta obtener su móvil.
Sin saber muy bien qué dictar, Helena comenzó una misiva que contenía lo siguiente:
¿Qué tal si tomo tu palabra y desayunamos hoy? Te esperaré afuera de la casa de Snart a las 9:30.
De nuevo abandonó su teléfono y se cobijó hasta la cabeza para intentar dormir otro poco.

...

Snart terminó su ducha y tomó paso a vestirse. Luego, descendió a preparar el desayuno.
Pero una gran duda lo absorbió:
¿Debía preparar dos platos o sólo uno?
Eran esas nimiedades lo que más le molestaba.
Antes estaba implícito que debía cocinar suficiente para ambos, pero ahora no tenía idea de si lo ocurrido durante la madrugada cambiaría, cual efecto mariposa, el curso de su "relación".
Indeciso, y molesto por estar indeciso, terminó preparando dos platos.
Durante el tiempo que pasó en la cocina, recapituló los antecedentes que ayer los había llevado al desprecio.
Los gritos.
Las miradas.
Las acciones.
Todo.
Si bien había estropeado todo al decir cosas que en verdad no sentía y que eran mero producto de su cólera, ella fue la culpable de encresparlo aún cuando le advirtió que no continuara con el tema de Sara.
Pero si era así de razonable el asunto, y si ambos tenían culpa por igual, ¿por qué seguía sintiéndose el humano más detestable del planeta?
Decidió dejar de pensar en ello. Si continuaba martirizándose, terminaría con el mismo cuchillo que usaba para picar pimientos, abriéndose las venas.
Una hora más tarde, el desayuno estaba hecho.
Sin estar muy lúcido, Snart había preparado el almuerzo favorito de Helena: su famosa Frittata de verduras.
Poco tiempo después de haber terminado de cocinar, Leonard percibió un suave taconeo descendiendo la escalera.
Su corazón botó a mil por hora. Y al verla, en contra de toda probabilidad médica, este comenzó a incrementar la velocidad, provocando que tuviera que sostenerse del respaldo de una silla, pues de lo contrario, sentía que se desmoronaría ahí mismo.
Helena, sin mostrar una pizca de curiosidad por el hombre que horas atrás le partió el corazón,  guardó su computadora, los imanes, micrófonos y un par de audífonos en su bolso.
El ojiazul se desconcertó al verla así.
Estaba tan distante, que dudó por un momento que aquella mujer fuera su compañera de casa.
Cuando Leonard se preparaba para llamarla, esta misma tomó el equipo previamente preparado, y mediante varias sacudidas de su hermosa melena, se acercó a la puerta para dejar atrás a aquel hombre, demasiado orgulloso para correr hacia ella.
En cuanto Helena cerró la puerta, el pitido de una bocina de automóvil llamó la atención de los perspicaces oídos de Snart.
Delicadamente se asomó por la ventana, desviando la cortina hacia el lado opuesto y procurando que nadie notara su reacción.
En ese momento no estuvo seguro que habría sido mejor:
Haber ignorado ese sonido.
O haberse involucrado  con el dueño del Cadillac parqueado frente a su casa.
Con una sonrisa mefistofélica, Mardon miró hacia la ventana mientras ayudaba a Helena a acomodar su material en el compartimiento trasero.
Snart sintió como la mandíbula se le tensó.
Tócala y desearás estar muerto... -susurró apenas audible para él-.
Entretanto abría la puerta del copiloto a Helena, Mardon se despidió de Snart con un guiño, un irritable guiño que provocó que Snart tomara su arma y congelara -por segunda vez-, el cristal que limitaba la cocina y el patio trasero. Afortunadamente este no se quebró como la última vez.
Helena había hecho un gran trabajando arreglando su arma.
Helena...
...

Viviendo con frío [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora