XXXV

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— Aquí es... — Entre los arbustos que rodeaban y limitaban un área privada del bosque, se escondieron llenándose de ramas y hojas que les cubrían el pelo.

Así, fue que divisaron la casa de quien antes sería la amiga de Sana. Miraron a través del arbusto, planeando cómo entrometerse y poder hablar con ella sin asustar a nadie. No todos los días veías a alguien paseando con un lobo gigante. La ventaja aquí era, que la casa estaba justo al borde del límite entre el pueblo y el bosque, siendo así que el único obstáculo que se encontraba era el trepar la muralla que dividía el hogar. Caminaron hasta llegar a dicha barda, sin saber aún del todo qué harían ahora.

— Creo que lo mejor sería que me esperes aquí. Hablaré con ella y cuando sepa de que se trata te buscaré. — Acarició el pelaje de Tzuyu brindándole la confianza de que volvería. Sus ojos estaban llenos de duda, pero no pudo hacer nada para detenerla.

Cuando lo notó, Sana ya estaba corriendo hacía el otro lado ocultando su silueta entre las sombras. Tzuyu obedientemente se recostó en su lugar. No tenía nada más que hacer, lamió su pata unos segundos, pero un olor lejano la hizo alterarse. Giró su cabeza un par de veces, escuchando muy a lo lejos el sonido de alguien corriendo hacia ese lugar.

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Sana estaba frente la gran casa de quien recordaba. Pero había olvidado si realmente ese hogar siempre hubiese sido así de gigante. Sus manos temblaban, los recuerdos de su infancia llegaron como bombas, y eso no le agradaba, por muy tiernos que fueran, sabía que todo aquello era sólo una mentira. Tomó aire y llamó a la puerta. Trago saliva y esperó, los segundos pasaban lentos, demasiado lentos, o tal vez solo se estaban tardando en contestar. Volvió a tocar y nada. Su nerviosismo aumentó hasta que por tercera vez insistió y un hombre alto y ligeramente fornido salió del hogar, adormilado y algo torpe vestido en una elegante bata negra de baño.

— Ya voy, ya voy. ¿Qué es lo que necesita? — Dijo el joven pelirrojo que al ver a Sana dejó su molestia a un lado. Molestia por haber sido interrumpido, aparentemente de haber dormido.

Sana sintió que su cuerpo se enfriaba, el pánico la invadió por un segundo. Su única oportunidad de que Tzuyu volviese a cambiar y estuviese a su lado vivía antes ahí, pero ahora parecía no ser ella quien habitaba esa casa. ¿A caso ya no habían otras oportunidades?

— Y-Yo... — Su desilusión era notoria, rápidamente lágrimas se escurrieron de sus ojos sin poder ser detenidas, alarmando al joven que no tenía idea de que ocurría. Sana comenzó a tambalearse y eso fue motivo que insentivo al muchacho a correr y sostenerla justo antes de que Sana cayera al suelo.

Estaba por desmayarse ante la presión y la desesperación de sentir que Tzuyu ya no volvería a ser como antes. Ya no sería la misma. Ya no sería su Tzuyu.

— ¿Estás bien? Oh mierda... Te llevaré adentro. — El joven la cargó ligeramente hasta la entrada de su hogar algo asustado.

Cerró la puerta y dejó a la japonesa en el sofá de su casa. Sana tomó su cabeza, le dolía demasiado. Lloraba y lloraba pero sabía que no era momento. Se sentía absurda.

— Gracias... N-No... Debería irme. — Dijo Sana intentando levantarse de nuevo. Pero una voz la detuvo.

— Amor, ¿ocurrió algo? — Bajando de unas escaleras, alguien llamó haciendo a los dos jóvenes voltear hacia la fuerte voz.

Los ojos de ambas mujeres se encontraron, deteniendo todo impulso de caminar de la contraria a Sana.

— Ah, sí. Ella llamó a la puerta pero al abrir casi se desmaya. Por eso la traje aquí. — El pelirrojo sonaba nervioso ante la falta de movimiento entre ambas mujeres. Sana abrió sus ojos asombrada cuando la chica frente a ella cubrió su boca con sus manos.

El lobo que se enamoró de la luna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora