8.Jealous

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''La verdadera libertad consiste en el dominio absoluto de sí mismo.'

-Michel de Montaigne.


Cuando las ruedas de su coche se detuvieron en frente de mi bloque de apartamentos, yo giré mi cabeza para observarlo en silencio.

-¿Quién te puso tu nombre?- susurré.

Elevó las cejas y me miró en silencio antes de devolver la mirada al frente.

-Se te está soltando la lengua bastante, niña. Ve a dormir para que se te pase más rápido el efecto de la anestesia- suspiré y abrí la puerta para bajarme con la mayor paciencia del mundo.

Cerré la puerta de su coche y lo rodeé para dirigirme por el camino improvisado con baldosas hacia el bloque de apartamentos. Cuando llegué a la puerta, cogí mis llaves del bolsillo y cuando metí la correcta en la cerradura, giré lentamente mi cuello para observar que aún estaba allí estacionado, con su codo apoyado en la ventanilla del coche y su dedo índice bajo su labio inferior.

Yo le sostuve en silencio la mirada un rato, sin saber porqué. Esperaba que retirara la mirada y me sacara el dedo. O que simplemente arrancara y se fuera. Pero en vez de eso, se mantuvo ahí, como si fuese una imagen de una revista de moda. Tragué saliva y entré en el vestíbulo. Decidí no mirar atrás.

Ya que era lo suficientemente incómoda la situación como para añadir más fuego al incendio. Subí las escaleras despacio, y cuando estuve dentro de mi silencioso y oscuro departamento, apoyé mi cabeza contra la puerta.

Odiaba el silencio. Odiaba vivir sola, a decir verdad.

Mi pecho se encogió y mis ojos se llenaron de lágrimas cuando estuve bajo la regadera del baño. Nadie podría nunca entender el amor que yo le tenía a mi madre. Nadie nunca podría entender la culpa que anidaba en mi pecho desde esa noche. La noche en la que básicamente el mundo se tornó oscuro para mí. 

Sé que la vida tiene que seguir su ciclo. Que personas tenían que irse para que otras vinieran. Pero simplemente a veces no era justo. No era justo que personas llenas de luz e inocencia, se fueran a tan temprana edad.

Recogí mi pelo en un moño alto y me dirigí hacia la cama tras poner la alarma para despertarme siete horas más tarde.

Tendría que hacer la compra si no quería acabar muerta antes de cumplir un mes en el cuerpo.




Los supermercados de Washington eran mil veces mejor que los de Nueva York. 

Eran más grandes y con muchísimas variedad para elegir. Además gracias a los precios económicos, mi carrito estaba lleno. Caminé empujándolo hacia la sección de dulces y no dudé en arrojar dentro tres tabletas de chocolate negro.

Salí del supermercado con tres bolsas en cada brazo. 

He de decir que me costó el alma llegar hasta el bloque de apartamentos con ese peso en cada brazo. Pero en vez de quejarme, decidí distribuir cada cosa en su sitio. Los lácteos en la nevera, el chocolate en los armarios de arriba y las galletas en los de abajo. 

Observé de reojo el reloj de la pared y decidí prepararme unos fideos en las dos horas que me quedaban para mi turno. Cuando empecé a cocer un poco de carne picada para acompañar a los fideos, dos golpes firmes sonaron por el apartamento.

Dejé la cuchara con la que revolvía la carne en la sartén y limpiándome las manos, me dirigí hacia la puerta. Al abrirla, una Mary con una sonrisa coqueta me hizo fruncir el ceño.

EXPEDIENTE RYDER✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora