''Tu capacidad de conocer la felicidad depende de tu capacidad para conocer el dolor.''
-Macedonio Fernández.
La capucha de la chaqueta me hacía sudar, cosa que me hacía arrugar el ceño de lo incómoda que estaba.
Pero no me la podía quitar, a menos que quisiera tener a diez pistolas sobre mi cuerpo al segundo. Suspiré y llevé mis manos a mi cara para pellizcar mis mejillas y masajear mis sienes, en un intento de calmarme.
Y tras respirar unos segundos, calmándome por fin, abrí la puerta del coche y salí, caminando rápidamente y metiendo mis manos dentro de mis bolsillos. Aún era de noche y los únicos que andaban por la calle a esas horas eran los borrachos o la gente que volvía tarde de trabajar. Llegué a la cabina y maldije cuando recordé que no tenía monedas. Levanté el puño y me mordí la lengua para no estrellarlo contra la pared de cristal de la cabina.
Observé a mi alrededor, tras salir de ésta, y fijé mi mirada en una mujer con unos tacones que venía caminando hacia mí, mirando su teléfono. Apreté los labios y recé rápidamente para que el F.B.I no haya difundido mi cara lo suficiente como para que los habitantes de Washington me reconocieran a distancia.
-Perdone, ¿tendría unas monedas para hacer una llamada?
Mi voz hizo sobresaltar a la mujer, quien llevó el móvil hacia su pecho, mirándome con el ceño fruncido. Yo intenté esconderme lo más que pude en mi capucha.
-Si, claro- dijo arrastrando las vocales, lo que me dió a entender que sobria del todo, no estaba- ¿Qué haces sola por aquí?
Intenté no ponerme a la defensiva y hacerle la misma pregunta, ya que podría quedarme sin las monedas.
-Mi novio me ha dejado tirada- elevó una ceja, tendiéndome tres monedas- Llamaré a mi padre para que venga a recogerme.
Hizo una mueca.
-Hay que ver lo mierda que es el hombre en éste siglo, ¿no?- sonrió, echando a caminar tras darme un apretón en el brazo- Buenas noches, querida.
-Buenas noches. ¡Y gracias!- dije, cuando ya estuvo a unos metros de mí.
Rápidamente, tras agradecer que a la primera haya conseguido algo, volví a la cabina. Introduje las monedas y a continuación el único teléfono que conocía de memoria.
El de mi padre.
Dió varios tonos y deduje que estaría durmiendo. Pero cuando descolgó, y solo obtuve silencio desde el otro lado, mi labio inferior tembló.
-¿Pa-papá?- susurré con la voz rota.
Silencio.
Mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Pero únicamente pude ahogar un sollozo interno.
-Papá, no sabes cómo lo siento...- susurré, empezando a llorar en silencio. Apoyé mi cabeza contra la pared de cristal- Pero no es como crees, yo-
-¿Has destruido tu vida por un criminal, Nina?- su tono de voz congeló mi cuerpo, llevándose mi aire por unos segundos- ¿Tú, mi hija, te has llevado a tu propia destrucción? Has defraudado a tu madre, Nina. Nos has defraudado a ella y a mí. Y encima, imagina el ejemplo que le has dado a tu hermano.
-Papá, sólo escúchame, yo no-
-Supongo que llamas desde una cabina para que no te puedan rastrear, ¿no? Pues si te queda un poco de dignidad, entrégate y paga por los errores que has hecho, como una persona responsable. Y paga también por el dolor que has provocado- siseó, antes de colgarme.
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EXPEDIENTE RYDER✓
RomansaDebería estar prohibido creer en la manera en la que yo creía en él. -Geneva *** Queda prohibido, sin autorización escrita del autor, bajo las denuncias establecidas por las leyes, la reproducción total, adaptación, distribución y plagio por cualqui...