MENTIRAS ENTRÉ CARTAS Y POEMAS

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CAPITULO 2



--Terry... te apuesto diez libras a que no eres capaz de sacar a bailar a lady Penelope.

Sin decir nada Terry dejó la copa de champán, ya vacía, sobre la mesa y dirigió la mirada hacia donde le señalaba su amigo Charlie. La chica en cuestión no era fácil de mirar. Pamela tenía los ojos muy pequeños su nariz demasiado grande y la boca grande en exceso, de un cuerpo desgarbado y un cabello nada agradable. Sin embargo, Terry jamás rechazaba una apuesta.

—Ve preparando el dinero, amigo. --Charlie soltó la carcajada.

—Muy poco agraciada debe de ser la señorita Candice White para que prefieras bailar con lady Pamela a estar con ella. --Terry se encogió de hombros con desinterés.

—Candice es insulsa, no posee una belleza tan difícil de encontrar como la de lady Pamela.

—¿Por qué no aceptaste acompañar a tus padres, pues?

—Porque no me gusta que intenten manejarme a su antojo. La joven señorita White no tiene nada que ver. Recordó la última vez que la vio. A escondidas la escuchó contar un cuento a su hermana y reír con los intentos de la pequeña por pronunciar algunas de las palabras que escuchaba de boca de Candy. Fue la primera vez que la vio menos tensa que las cuerdas de un arpa. Pero claro, ella no sabía que la observaba, ni estaba alerta a la espera de alguna de sus gamberradas. Antes de ser descubierto, dio la vuelta y decidió que tardaría en volver a aquella casa.

—Bueno, ¿guardo las diez libras entonces? —lo sacó Charlie de sus pensamientos.

—No las escondas demasiado -- siguió Terry--. Ahora, si me disculpas, querido amigo, debo sacar a una dama a bailar. —Le guiñó un ojo y se alejó hacia lady Pamela, que emocionada, le tendió la mano para que comenzase su baile.

Candy sentía extrañamente eufórica y al mismo tiempo confusa y alterada, por la carta de Terry. Delante del espejo comprobó el rubor que teñía sus mejillas y la respiración agitada que elevaba su busto. Se acarició la garganta y sonrió ante la imagen que vio. Aquella joven tan emocionada y con ese brillo especial en los ojos no parecía ella. Dos golpes en la puerta la devolvieron a la realidad.

—No deberías estar tanto tiempo expuesta, al final la nariz se te cubrirá de más pecas. —Eva se alejó de ella y abrió el armario. Sacó el vestido blanco de seda con flores azules bordadas y lo dejó sobre la cama.

—¿Madre ha ordenado que vaya tan elegante? Eva la miró como si de repente le hubiesen salido dos cabezas.

—¿Acaso no recuerdas la cena de esta noche? Los invitados empezarán a llegar de un momento a otro y la señora Emilia quiere que luzcas hermosa y que te vean antes de que te retires. Hasta hacía unas horas lo recordaba, pero ahora solo un nombre y una imagen ocupaban su mente.

—¿Te parezco hermosa, Eva? —Candy se volvió a mirar en el espejo. Tras la emoción inicial, las dudas la asaltaron de nuevo. Casi le parecía imposible que con su aspecto, tan corriente, hubiese despertado la admiración de un joven como Terry, al que solo había visto tres veces al año, durante los últimos seis años.

—Pues claro que eres hermosa —le confirmo Eva—.

—Vendrá gente muy ilustre de la vida social londinense —continuó la institutriz—. Amigos de tu padre, por supuesto, y además hay mucha expectación por la reaparición del misterioso marqués Andry...

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