MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 18.
(

XXX)

—Bombones —verbalizó lo obvio Terrunce con evidente disgusto, lo que provocó la mirada acerada de Neil Legan.

—Gracias, lord Legan. Todo un detalle. Neil sonrió y la tomó de la mano para acompañarla a uno de los sillones que había al lado de la chimenea.

—Supongo que lord GrandChester ya se iba.

—No —respondió él con rapidez al tiempo que ella decía que sí.

—Lord Terrunce, seguiremos mañana con nuestra reunión.

Terry no tuvo más remedio que aceptar la retirada si no quería montar un número, algo que por otra parte no le hubiese importado en absoluto, pero que dificultaría un nuevo acercamiento con ella.

—No le quepa duda, marquesa.

Charlie llevaba más de media hora en aquel salón de té más aburrido que una ostra. Estirado en el sillón, apoyó los pies en la mesa de centro y cerró los ojos. Escuchó la puerta a su espalda y sin abrir los ojos dedujo que sería el mayordomo o Terrunce, que por fin venía a buscarlo.

—Ya era hora.

—¿Me esperaba? La voz de Camila le hizo dar un respingo y levantarse en el acto. La muchacha lo miraba interrogante, como si creyese de verdad que aquellas palabras iban dirigidas a ella.

—No —respondió.

—Vaya…

—La desilusión en la voz de la muchacha lo obligó a matizar su respuesta.

—No la esperaba, pero me alegro de verla. Camila sonrió y los ojos se le iluminaron. Dio unos pasos, dubitativa. Charlie la observó mirar hacia la puerta y avanzar hasta acercarse a él.

—Señor Bens, ¿yo le gusto? Charlie abrió los ojos como platos y boqueó como un pez al que acababan de sacar del agua.

—Quiero decir que si le parezco atractiva. Aquello todavía lo perturbó más, pero tenía clara la respuesta.

—Más de lo conveniente.

—¡Fantástico! —exclamó entusiasmada—. ¿Entonces aceptaría ser mi amante? Charlie se atragantó con su propia saliva y comenzó a toser completamente confundido y desbordado por tan abrumadora sinceridad.

—¿Es esto un juego, jovencita? Porque si es una especie de apuesta o burla, no tiene gracia. No debería jugar con insinuaciones tan descaradas porque podría encontrarse con una situación para la que, sin duda, no está preparada. Camila levantó la barbilla, desafiante.

—Hablo muy en serio, señor. Usted es de mi agrado, si yo soy del suyo, creo que podríamos entendernos en la alcoba.

No por primera vez aquel día, Charlie se quedó sin palabras. ¡Por todos los demonios del averno que aceptaría! Y así se lo hubiese hecho saber si Terrunce no hubiese entrado por la puerta del jardín, proveniente del invernadero de nuevo casi con total seguridad. Visiblemente alterado, saludó a lady Camila con una reverencia y anunció a Charlie que había llegado la hora de marcharse. Su amigo abrió la puerta para salir al recibidor y acceder a la calle, pero Charlie era incapaz de moverse.

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