MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 6.

Dos días después, los duques y su hijo regresaron a su mansión en la capital.

Aunque Candy intentó visitarlo de nuevo, no pudo hacerlo. Siempre parecía haber alguien rondándolo o vigilándola a ella, en especial Eva.

—No te apenes —comentó la institutriz—. Pronto viajarás a Londres para tu presentación en sociedad y lo verás de nuevo.

—Este será uno de los inviernos más crudos que viviré, Eva.

—Ojalá sea cierto y solamente esta espera sea lo peor que te suceda en la vida —le deseó de todo corazón.

Terrunce Acudió a todas las fiestas de sociedad a las que fue invitado y algunas otras no tan oficiales, y de dudosa reputación, también. Desoía las recriminaciones de sus padres con los que discutía a menudo y cuya vida se convirtió en un infierno.

Su único hijo se esmeró en que sus correrías fuesen la comidilla de los salones y puso su nombre en boca de todos, más porque el mismo periodista que se encargó de narrar con pelos y señales el encuentro con Candice en el invernadero de su propia casa se preocupó por seguir y contar sus salidas, lo que empeoró la salud del duque y el carácter de la duquesa.

Fue en una de aquellas reuniones faltas de cortesía donde Terrunce conoció a la exuberante Susana Marlow. Aquella joven de cabellos lacios rubios y ojos de un azul cielo. Tenía un descaro innato Con solo estirar sus bien delineados labios tenía rendidos a sus pies a cuantos hombres deseara. Y para mayor satisfacción, lo deseaba a é

l. Susana

no pertenecía a la nobleza, sus padres no tenían título alguno, ni negocio próspero, pero su belleza era suficiente garantía como para que su suerte cambiase y Terry no pudo estar más de acuerdo. Encontró en Susana su venganza perfecta.

Candy, emocionada, bajó del carruaje y miró a su alrededor. Su mansión en Chester Square la esperaba con las puertas abiertas, pero ella solo deseaba empaparse del bullicio de la calle, disfrutar al ver a las parejas pasear con sus hijos e imaginarse así en un futuro próximo.
Miró al cielo y dejó que el sol calentara sus mejillas, pero sobre todo, lo que en verdad ansiaba era la visita de Terry. En su última carta lo había avisado del día de su llegada, por lo que de un momento a otro los Duques acudirían a su hogar y volvería a verlo de nuevo. Inspiró hondo y con una sonrisa entró en la casa. Ya no extrañaría a Terry por más tiempo. Ahora más que nunca deseaba tener su propio hogar junto con su esposo y formar una familia. Pero Terry no la visitó a la hora del té ni durante la tarde. Nadie entró ni salió de la mansión a excepción de su padre, que se marchó con el semblante serio y preocupado y tras la cena todavía no había regresado.

William entró en el club de caballeros más prestigioso de Londres como si lo hiciese en su propia casa. Los cuchicheos lo seguían a cada paso que daba e incluso algunos se atrevieron a seguirlo en la distancia para saber dónde se dirigía y, en especial, para saber a quién andaba buscando.  El Gentlemen’s Club estaba lleno a esas horas. White saludó de manera escueta a los conocidos que se encontraba en su camino hasta que llegó a la sala preferida de los jóvenes. En ella las conversaciones eran mucho más escandalosas y el alcohol corría a raudales entre los insignes miembros del club. William divisó a Terrunce mucho antes de que este tuviese tiempo para reaccionar.

—Caballeros, déjennos solos —ordenó con voz lúgubre. El silencio se hizo en la pequeña sala. Los amigos de Terry dudaron si obedecer o no, al fin y al cabo William no era nadie allí para darles órdenes. Sin embargo, la inesperada aparición del marqués Andry, dueño del club, cambió las cosas. Albert se posicionó del lado de William y los invitó a marcharse. Nadie osó a contrariar al dueño, por lo que en apenas un par de minutos, los dos hombres se quedaron solos.

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