MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 7.

Terrunce GrandChester aún no podía creer que su padre hubiese muerto, y era imposible que la culpa no recayese sobre él, porque era evidente que su muerte había sobrevenido por el espectáculo que él mismo había montado.

En sus pensamientos, mientras planeaba su venganza, había imaginado los gritos de William, las recriminaciones de su padre, pero jamás se permitió pensar en el dolor de Candy, era demasiado incómodo e imaginarla lo hacía flaquear.

El cuerpo sin vida del Duque fue trasladado a la casa familiar de los GrandChester en Holland Park. Mientras los criados se ocupaban de arreglar al difunto para las visitas y el funeral, lady Elyonor, su hijo y su reciente nuera, se encerraron en el salón. Terrunce todavía estaba asimilando todo lo ocurrido aquella noche cuando su madre comenzó a gritar.

—¡¿ Qué demonios has hecho?! Él parpadeó como si intentara salir de un sueño, o una pesadilla más bien. Tenía un nudo en el estómago y una presión sobre el pecho que le impedían respirar. Se sentía enfermo y asqueado de sí mismo. Ni tampoco pensó que tendría que acarrear con la culpa por la muerte de su padre. O al menos así lo había insinuado el médico al certificar que debido a su estado de salud, aquel disgusto había terminado por alterarlo demasiado.

—¡¿ No piensas decir nada?!

—Señora —intervino Susana—, no le grite a mi esposo, que por si no se ha dado cuenta, ahora ostenta el título de duque por pleno derecho. Elyonor deseó asesinar a aquella mujer con sus propias manos.

—¿ Quién es esa? —preguntó a su hijo con desdén.

—Mi esposa —murmuró y se mesó los cabellos oscuros.

—¿Tu esposa desde cuándo?

—Desde hace unas horas. Nos casamos en la parroquia de St.Pablo.

—¿ Qué has hecho, Terrunce? —Lady Elyonor giró el rostro de un lado a otro, incrédula ante los acontecimientos de las últimas horas—. ¡¿ Qué nos has hecho?! Ante la acusación de su madre, Terrunce estalló.

—¡¿ Qué me han hecho ustedes a mí?! Siempre han querido controlarme. Desde niño no he sido más que un estorbo en su vida y en cuanto fue posible se deshicieron de mí. Me manejaron como si fuera un títere. Dispusieron mi matrimonio pese a que ella no pertenecía a la aristocracia. Pues bien, querida madre, debería estar contenta. Me he permitido facilitarle las cosas. La situación de Susana es mucho peor que la de Candice. No pertenece a la nobleza y además no tiene dinero.

—No sabes lo que has hecho —repitió lady Elyonor y se dejó caer sobre el diván. Las lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de la duquesa—. Todo lo hemos hecho por ti. Era todo por ti.

—Si fuese por mí, me habrían tratado con cariño, en algún momento de mi vida habría sentido el amor de mis padres. Me habrían tenido en cuenta y consultado sus intenciones.

—¿ Y crees que ahora serás más feliz? ¡¿ Crees que esta oportunista te hará feliz?!

—Controle esa lengua, duquesa viuda, o nos veremos obligados a enviarla lejos de la capital —la amenazó Susana. --lo que provocó las carcajadas vacías de lady Elyonor y una mirada dura e intimidante de terrunce.

—No hay ningún sitio al que me puedas enviar, querida.

Terrunce intuyó la magnitud del error de su matrimonio en cuanto pudo ver juntas a la que había sido su prometida y a su esposa. Lo destrozada que había dejado a su Candice y cómo se había comportado Susana con ella, la falta de empatía ante su sufrimiento, las ansias de llamar la atención frente a la discreción de Candy. Ahora, tras la discusión con su madre, solo pudo confirmar cuán equivocado había estado.

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