MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 3.

Candy al día siguiente celebraría la fiesta de su decimoctavo cumpleaños. Ya solo debería aguardar a la primavera para ser presentada en sociedad y acudir a fiestas en la capital. Pero si había algo que hacía que su corazón galopase sin control, era poder ver a Terry. Inspiró hondo para intentar calmarse y abrió el armario para elegir el vestido con el que lo recibiría.

De entre todos los nuevos que le habían confeccionado, eligió uno de color verde manzana con flores bordadas en blanco, escote cuadrado, entallado y con seda blanca y lazos de raso verde en el polisón. Desde que la modista se lo entregó, se había convertido en su preferido, si obviaba el que llevaría para la fiesta, claro. Pero este en concreto la hacía sentir femenina y realzaba su recién descubierta figura.

Tras apretar las cintas del corsé, ató las enaguas y ajustó el polisón. En cuanto Eva deslizó el vestido por el cuerpo de la joven, el sonido de la llegada de un carruaje las detuvo en seco.

—¡No me puedo creer que los duques ya estén aquí! —exclamó Eva.

Candy se alejó con rapidez de ella sujetándose el vestido contra sus pechos y se acercó a la ventana.

—¡Candice White ! ¡¿Qué estás haciendo?! Desoyó los reproches de su institutriz porque el deseo de comprobar que Terry había llegado fue más fuerte que el sentido común.

Apartó apenas las cortinas y en ese mismo momento se encontró con la mirada de Terry fija en su ventana.

Como la primera vez que lo vio. De repente el aire de la habitación desapareció y fue incapaz de respirar ante la imagen de aquel hombre imponente, de anchos hombros, cabello vastaño e indomable, y ojos azul indigo y penetrantes que desprendía un aura peligrosa y desafiante mirada.

Terry apenas pudo apreciar los detalles sobre los cambios que había sufrido la pequeña Candice, pero sí acertó a comprobar que tenía los hombros al aire y el cabello suelto. Así como también percibió, por su experiencia, la admiración con que lo miraba. Le sonrió de medio lado, se quitó el sombrero y le hizo una pequeña reverencia. Acto que provocó que ella soltara las cortinas y se escondiera.

Acalorada, Candy se apoyó en la pared e inspiró pronfundo, por fin... mientras una sonrisa tonta se dibujaba en sus labios. Todo ello ante la atenta mirada de Eva, que no perdía detalle de todos y cada uno de sus gestos.

—Mi joven niña… —susurró la institutriz con pesar—. Sabía que este día llegaría, pero jamás habría apostado a que el hombre que robara tu corazón sería Terrunce GrandChester.

—¡Oh, Eva! —Candy corrió hacia la mujer que amaba como a una madre—. Guárdame el secreto, por favor.

—Querida…

—Le acarició la mejilla consciente de que mañana se anunciaría el compromiso con ese insolente y arrogante joven, y que la única que no estaba al tanto de ese hecho era la propia Candice. Dicho anuncio sería el regalo de cumpleaños de su padre, por lo que todos habían tenido cuidado de guardar silencio. Si algo debía agradecer Eva tras ver la reacción de la joven, es que en contra de lo que ella creía, la muchacha sería feliz con ese anuncio—. Te lo prometo. --Dijo al fin.

Candy terminó de vestirse, esperó impaciente a que Eva la peinase y se miró una última vez en el espejo. Le gustó la imagen que le devolvió, no obstante, las dudas comenzaron a asaltarla.

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