MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO FINAL.


Terrunce escondido en el fondo del invernadero, oculto como si fuese un ladrón, esperó a Candice durante lo que le parecieron horas. Con el corazón zumbando en sus oídos y la respiración acelerada, intentó controlar el ansia de verla con la suficiente frialdad para apreciar su reacción.

Escuchó la puerta abrirse y el ruido de sus tacones sobre el suelo. A través de los huecos de los tablones de madera, la vio. Y el anhelo lo golpeó tan fuerte que a punto estuvo de salir de su escondite y descubrirse ante ella. Inspiró hondo y se embebió de su imagen.

Había ido, había acudido a por el presente que él le había prometido. Como siempre, encima de la mesa de hierro blanco estaban sus pensamientos.

Candice miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola y caminó con rapidez hasta alcanzar las flores. Tomó la maceta entre las manos y la acercó a su boca. Dejó que los pétalos acariciaran sus labios como si Terrunce la besara y lloró de nuevo. Dejó que sus lágrimas regasen aquellas flores antes de depositarlas con cuidado junto a las demás y leer la nota.

Pronto se marchitarán los pensamientos y nuevas flores darán color a tu invernadero. Pero los míos, mis pensamientos, son tuyos y jamás morirán. Te quiero.

Terrunce GrandChester.

Un sollozo escapó de los labios de Candice y apretó la carta contra su pecho.

Y ahí estaba todo lo que Terrunce necesitaba saber. La confirmación de que Neil la estaba manipulando y la obligaba a aceptar aquel enlace. Terrunce suspiró y cerró los ojos, aliviado en cierto modo, de que no lo hubiese dejado porque no lo amase. Candice lo amaba, estaba seguro. No cabía otra posibilidad a lo que acababa de presenciar.

Ya la dejó sola una vez abocada a una situación que no deseaba, y cuando decidió recuperarla se prometió que aquello no se repetiría jamás. Y eso era justo lo que iba a hacer.

Cuando la vio marcharse, giró sobre sus talones y salió por la parte trasera del jardín.

Esperaba que William averiguase algo lo más pronto posible porque no sabía cuánto tiempo aguantaría sin buscarla y reclamar de sus labios la verdad de lo que estaba sucediendo. Por lo pronto, empezaría a mover él sus propios hilos.

Al llegar a su casa, Terrunce se encerró en el despacho para enviar una nota a Harald que lo citase en su casa cuando la visita del señor Briter lo interrumpió.

El abogado de Candice no se anduvo con rodeos, nada más saludarlo con cortesía, dejó sobre la mesa unos documentos.

—La marquesa viuda desea que cese todo trato comercial con ella.

—Dígale que me lo exprese ella misma en persona —lo interrumpió Terrunce exasperado. Si lo alejaba de su lado, no podría ayudarla.

—Me temo que no podrá atender a su petición —continuó. Briter—. Aquí tiene parte de los honorarios que le corresponden más una indemnización por haber faltado al acuerdo estipulado de un año —extrajo un sobre y lo dejó sobre la mesa—. Que me permito recordarle que no era vinculante y mi cliente podía romperlo en cuanto deseara. Como ha sido el caso ahora.

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